La bendita carambola de Sorribes y Bucsa: un nexo circunstancial que brilla en los Juegos
Las españolas, que empezaron a jugar juntas en Madrid de rebote, superan a las gemelas Kichenok y alcanzan las semifinales, ante las rusas Andreeva-Shnaider
Se ha hablado largo y tendido en estos Juegos sobre el dúo formado por Rafael Nadal y Carlos Alcaraz, hasta desgastar ese término del Nadalcaraz. Sin embargo, quienes han llegado más lejos son la pareja formada por Sara Sorribes y Cristina Bucsa, que en realidad nació de manera absolutamente circunstancial. Sucedió esta primavera, en Madrid. Una carambola. La socia habitual de la primera, la checa Marie Bouzkova, causó baja a última hora y la castellonense propuso la alianza con la cántabra apenas cinco minutos antes del cierre del plazo. A partir de ahí, un trofeo —ese logrado en la Caja Mágica— y ahora, una considerable alegría olímpica en París, donde el triunfo logrado contra Lyudmyla y Nadiya Kichenok (6-3, 2-6 y 12-10, en 1h 41m) guía a las dos españolas a la lucha por las medallas.
Se enfrentarán a las rusas —compitiendo estos días bajo bandera neutral, por la invasión sobre Ucrania— Mirra Andreeva y Diana Shnaider. Será este viernes, hacia las 18.00 (Eurosport). Pero antes, trabajo y más trabajo. Todo empezó bien, pero después se torció y hubo de resolverse el dilema en el desempate. En ese punto, las adversarias, doblistas de larga trayectoria en el circuito, 32 años por cabeza, llegaron a adquirir una renta de 7-3 y a situarse a solo tres puntos de la victoria, pero ni Bucsa (60ª en individuales y de 26 años) ni Sorribes (71ª y 27) perdieron en ningún instante la fe, y remaron y remaron hasta alcanzar la orilla. Pesó más esa convicción que la templanza de las gemelas ucranianas, arrolladas finalmente con una serie explosiva. De ahí a las semifinales, pues, la misma cota alcanzada poco antes por Carlos Alcaraz.
Son las españolas dos tenistas antagónicas. El fuego y la expresividad de Sorribes frente a la frialdad y el silencioso ejercer de Bucsa. Esta última, nacida en Moldavia pero afincada desde los tres años en Torrelavega, del Cantábrico; la otra, del Mediterráneo. Dos caracteres muy distintos, pero que han ligado bien desde aquel encuentro fortuito (y exitoso) de Madrid y que proporcionan ahora otra bala para la representación española de tenis. Lo aplaudían desde el costado de la pista Simone Mathieu —localizada a unos 200 metros de la central, junto a los invernadores de Auteuil— los técnicos Silvia Soler y Paco Fogués, así como la seleccionadora, Anabel Medina. Y se abrazaban ellas, exultantes. Dos currantas en toda regla.
Ambas habían caído en la jornada del lunes. Sorribes frente a la reciente campeona de Wimbledon, la checa Barbora Krejcikova, y Bucsa ante la canadiense Leylah Fernández. La primera tampoco tuvo fortuna en el mixto, junto con Marcel Granollers, pero aquella corazonada de mayo sigue dando resultado y lo que comenzó como un mero experimento adquiere hoy brillo olímpico. Opacadas hasta ahora por la dimensión mediática del tándem Nadal-Alcaraz, se reivindican e invitan a creer: ocho partidos, ocho triunfos. No parece que responda a la casualidad. En cualquier caso, al otro lado de la red estarán Andreeva y Shnaider, quienes se deshicieron de las favoritas, las checas Krejcikova y Kateryna Siniakova por 6-1 y 7-5. Difícil, pero no imposible.
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