La sombra de la geopolítica se proyecta sobre los Juegos Olímpicos
Las guerras en Ucrania y Gaza y una época de descarnada competición de potencias marcan la gran cita deportiva en París
El mundo atraviesa una fase convulsa, marcada por intentos de conservar o redefinir el orden mundial por parte de distintas potencias a través de distintas tácticas, sobre todo en el eje democracias occidentales frente a autocracias asiáticas. El pulso se desarrolla a través de conflictos y competición, que en gran medida están relacionados con las herramientas del poder duro, pero que también tiene un componente ideológico, de afirmación de modelos, de proyección de imagen. En este plano -el del ‘poder blando’, concepto popularizado por Joseph Nye-, el deporte es un elemento importante. Por e...
El mundo atraviesa una fase convulsa, marcada por intentos de conservar o redefinir el orden mundial por parte de distintas potencias a través de distintas tácticas, sobre todo en el eje democracias occidentales frente a autocracias asiáticas. El pulso se desarrolla a través de conflictos y competición, que en gran medida están relacionados con las herramientas del poder duro, pero que también tiene un componente ideológico, de afirmación de modelos, de proyección de imagen. En este plano -el del ‘poder blando’, concepto popularizado por Joseph Nye-, el deporte es un elemento importante. Por esta vía, de nuevo, y con mayor fuerza con respecto a otros momentos, la geopolítica desembarca en los Juegos Olímpicos.
Hay tres focos prioritarios de atención. El primero, vinculado con el conflicto de Ucrania. El Comité Olímpico Internacional ha vetado la participación de Rusia y Bielorrusia en los Juegos. Sus atletas podrán sin embargo competir de forma individual bajo la categoría de neutrales, sin que luzcan banderas o suenen himnos. Ninguna opción hay, en cambio, para los equipos.
El segundo, está relacionado con el conflicto de Gaza. Pese a que algunas voces reclaman medidas de boicot a Israel por su respuesta al ataque de Hamás del pasado 7 de octubre, los atletas del Estado judío podrán competir con normalidad en las pistas, pero en una situación de acentuado temor por posibles ataques terroristas en medio de tanta tensión. El recuerdo de Múnich 72, donde hubo un ataque terrorista con matanza y secuestro de atletas israelíes, nunca ha reverberado con tanta intensidad.
El tercero concierne la dimensión más global de la competición entre potencias, que encuentra en el deporte un teatro de máximo relieve.
“El contexto es uno en el que la geopolítica se revaloriza, y lo hace de la manera más cruda con los conflictos de Ucrania, de Oriente Próximo y en otros rincones del planeta. Y es uno en el que asistimos a una recalibración de fuerzas”, argumenta Pol Morillas, director del centro de estudios internacionales CIDOB. “Pero el poder es multidimensional. No hay solo el económico, militar, tecnológico. También hay poder de convencimiento, de atracción, de posición en el orden. Así, la geopolítica no solo se juega en el terreno clásico, duro, sino también con elementos de imagen, de proyección de ideas y de estatus, cosas que cuentan casi tanto como la posición material”, dice Morillas.
La política entendió hace mucho la relevancia del poder en este plano, como demuestra la historia reciente, desde los juegos de Berlín de 1936 -donde los nazis exhibieron el poderío alemán, y el atleta afroamericano Jesse Owens cosechó para la bandera de EEUU hazañas con un valor que fue mucho más allá del deportivo- hasta los boicots geopolíticos en los Juegos de 1980 en Moscú y 1984 en Los Ángeles, o el valor de los mundiales de rugby en el Sudáfrica de Mandela de 1995.
David Goldblatt, autor de The Games: a global history of the olympics (Los Juegos: una historia global de las olimpíadas, W. W. Norton & Co.) considera que la característica esencial del valor geopolítico de los Juegos es “la proyección de poder”, siendo en ese sentido la organización un elemento nuclear. “Pekín 2008 y Sochi 2014 fueron declaraciones de intenciones. Río 2016 también pretendía enviar un mensaje acerca del ascenso de Brasil hacia una relevancia mundial, aunque finalmente pareció más el ocaso de los años de Lula”, apunta Goldblatt, en una respuesta escrita a preguntas enviadas por correo.
Hoy, ese valor, está reforzado según algunos analistas por el alcance sin parangón de la difusión de los acontecimientos. En ese sentido apuntó por ejemplo Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas francés, en un texto publicado precisamente por CIDOB. A través de múltiples plataformas y gracias a múltiples tipos de dispositivos en manos de un número creciente de personas, los contenidos se difunden por el mundo como nunca. Así, las grandes gestas deportivas y sus efectos colaterales de orgullo nacional o admiración internacional se proyectan con fuerza inusitada. En un mundo en el que el nacionalismo rebrota con vigor todo ello adquiere un interés especial.
Goldblatt cree que “hasta cierto punto” esta realidad concede un nuevo interés geopolítico a los Juegos. “Aún así, me pregunto si el punto máximo de proyección de los Juegos no fue en la era anterior a Internet. Había solo una vía para ver una cosa, y eso creaba audiencias enormes y concentradas. La llegada de internet y de las redes sociales ha, para las generaciones jóvenes, destrozado la televisión, y la cobertura de los Juegos por parte de las redes sociales ha sido hasta ahora absolutamente inefectiva”.
En este contexto, EEUU tratará de defender -al igual que en ámbitos de poder duro- su primacía de las últimas décadas ante el asalto de China. La potencia deportiva estadounidense exhibe un dominio histórico en los Juegos. Pero el gigante asiático, igual que en otros ámbitos, se acerca a la superpotencia mundial, ha quedado segundo en varias ediciones. En la última, la de Tokio, cosechó 38 oros, frente a los 39 de EEUU. En la de Pekín 2008, en la que se volcó con un enorme esfuerzo de logística organizativa al igual que de potenciamiento de la calidad deportiva, adelantó a EEUU en cuanto a oros (48 frente a 36) pero se quedó detrás en cuanto a medallas totales (100 frente a 112).
Como señala Elizabeth C. Economy en su libro El mundo según China (La esfera de los libros), Xi Jinping es el primer líder chino desde Mao que se atreve a sugerir que el modelo político chino es digno de ser imitado. El éxito en múltiples ámbitos, incluido el deporte, es clave central para sostener la deseabilidad del modelo, que es a su vez una de las herramientas de la competición geopolítica entre superpotencias.
Rusia, que desde los tiempos de la URSS achacó enorme importancia al deporte, cosechando grandes éxitos, no podrá participar en consecuencia de la brutal violación del derecho internacional que es la invasión de Ucrania. La URSS encabezó el medallero en varias ocasiones. Esos triunfos alimentaban la propaganda soviética mientras el país se hundía, por otra parte, en un gran fracaso colectivo hecho no solo de supresión de la libertad si no de escasez de medios. La Alemania oriental otorgaba una importancia tan grande al deporte que puso en marcha una infame maquinaria de dopaje de escala insuperada, que se sepa.
“La Rusia actual se identifica con precedentes de la URSS, cuando los EEUU boicotearon los juegos de Moscú”, dice Mira Milosevich-Juaristi, investigadora senior del Real Instituto Elcano especializada en Rusia, Eurasia y Balcanes. “Ahora, como entonces, los boicoteos o la exclusión son gestos eminentemente simbólicos, pero tienen un componente estratégico. Podrán participar atletas rusos pero sin bandera, himno, desfile, con un trato de paria”.
Y ahí precisamente reside el elemento geoestratégico. Occidente se halla en una campaña para hacer de Rusia un Estado paria como castigo por la invasión, y el Kremlin busca obviamente defender espacios que muestren que no está arrinconado. Putin cuenta con el fundamental apoyo de China, otros socios de peso, y un Sur Global que, aunque no apruebe la invasión, no está dispuesto a cortar lazos. Pero hechos como la orden de captura de Putin por parte del Tribunal Penal Internacional o la exclusión de los Juegos son gravísimos golpes a la imagen rusa, un doloroso síntoma de su marginación en el concierto de las naciones. Su presidente se arriesga a ser detenido en más de 100 países, y sus campeones no pueden competir con los demás bajo la bandera rusa.
Ante esta situación, Rusia responde intentando promover eventos alternativos, como los Juegos del Futuro, una cita deportiva internacional inicialmente convocada para septiembre en la ciudad rusa de Kazán y que algunos medios especializados señalan, sin embargo, que será pospuesta. Milosevich-Juaristi señala, en este aspecto también, el eco de la historia. “Esta iniciativa está inspirada en el evento que organizó EEUU en 1980, el Liberty Bell Classic, donde participaron países que boicotearon los Juegos de Moscú, y luego los rusos organizaron los juegos de la amistad con aquellos que boicotearon Los Ángeles. Esto recuerda a otras iniciativas para crear instituciones paralelas a las del orden liberal internacional, como la Organización de Cooperación de Shanghai, varios bancos de desarrollo, cuya iniciativa procede de China pero que Rusia apoya. De alguna manera un mundo paralelo, una división política que no es la primera vez que ocurre”.
Este fenómeno tiene un eco en el desplazamiento del epicentro del deporte -más allá de los Juegos- desde Occidente hacia Oriente. Potencias orientales pujan cada vez más para organizar acontecimientos y, en concreto, países del Golfo se hallan lanzados en una carrera para hacerse protagonistas en múltiples deportes, potenciando sus ligas y competiciones o invirtiendo en otras. Oriente Próximo aflora al panorama deportivo como nunca antes.
La participación de uno de los actores clave de esa región -Israel- en los Juegos de París genera tensiones. En el mundo árabe y en un sector significativo de las sociedades occidentales se observa con indignación las operaciones militares israelíes en Gaza, que provocan un inmenso sufrimiento humano, y se espera una mayor presión sobre el Estado israelí para que cambie de rumbo. Israel es agudamente consciente de los riesgos inherentes al desprestigio y boicots internacionales. El régimen del apartheid sudafricano cayó sobre todo por el enorme peso del oprobio internacional. Este incluyó una exclusión de los Juegos Olímpicos.
Israel se esfuerza con múltiples medios desde hace décadas para vencer en la batalla de la opinión pública internacional. Es evidente que en los últimos meses su brutal acción militar ha provocado un colapso de su estatus internacional. Las órdenes internacionales de búsqueda y captura contra Netanyahu y su ministro de Defensa y el fallo, de este mismo viernes, que califica de ilegal la ocupación de territorios palestinos y habla de apartheid trazan una ominosa trayectoria.
No obstante, los atletas israelíes competirán en París. Hay obviamente inquietud acerca del riesgo de que los competidores puedan ser objetivos de actos violentos, como ocurrió en Múnich 72.
Al margen de actos violentos, también se perfila la posibilidad de actos de protesta pacífica. Un antecedente significativo es la movilización que se produjo en el festival musical de Eurovision, donde una multitud se congregó para manifestar su rechazo a la presencia israelí. Pero no solo la acción puede proceder de manifestantes. También de deportistas. La icónica imagen de los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos subidos al podio con el puño levantado y envuelto en guantes negro mientras sonaba el himno estadounidense en los Juegos de México 68 sigue resonando.
“No solo son los Estados los que pueden proyectar su imagen”, observa Morillas. “En el escenario olímpico se puede producir también una dinámica en el sentido contrario, de protesta contra los Estados, de reivindicación de derechos, de expresión de rechazo por determinadas políticas”. La potencia del escenario es casi inigualada, y se puede aprovechar de distintas maneras. En el pasado hubo episodios de distinta índole, por ejemplo con las dos Coreas desfilando juntas detrás de una única bandera en los Juegos de Pyeongchang.
Como ya ocurre desde hace tres décadas, también de cara a los Juegos de París hubo un llamamiento a la tradicional tregua olímpica, que era un elemento consustancial a los juegos de la antigua Grecia. Resultó aprobado en la Asamblea General de la ONU con 118 votos a favor. La resolución, no vinculante, no ha tenido ningún efecto práctico, así que la máxima cita deportiva mundial se desarrollará mientras los conflictos infligen el dolor a millones de civiles. Cabe recordar que el COI ostenta estatus de observador en las Naciones Unidas, un indicador de la percepción que el comité tiene de sí mismo -y al que el resto del mundo concede crédito- en cuanto a su papel en el mundo.
Se competirá, pues, con niveles de violencia en medio de una tendencia conflictiva sin parangón en décadas. Entre los atletas, volverá a figurar el equipo olímpico de refugiados. Lo compondrán 37 atletas. Son las víctimas del pulso de potencias en la época contemporánea. Sus carreras, saltos y otras proezas serán otro recordatorio de la proyección de la geopolítica en los Juegos Olímpicos.
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