De Grasse gana el 200m, pero se habla de Erriyon Knighton

El fenómeno de 17 años termina cuarto una carrera en la que el canadiense (19,62s) supera a los estadounidenses Bednarek (19,68s) y Lyles (19,74s)

Andre De Grasse, de Canadá, celebra su oro en los 200m lisos en el Estadio Olímpico de Tokio.CHRISTIAN BRUNA (EFE)
Tokio -

Gana los 200m de los hombres André de Grasse (19,62s, octava mejor marca de la historia), un martillo pilón canadiense que en la recta, donde es capaz de mantener más tiempo su velocidad máxima, lento decaer, remonta dando patadas al tartán al guerrero manga Noah Lyles (19,74s), el campeón del mundo del 19, tan estilizado, tan seco al final, tan ceremonioso en sus gestos como los guerreros de los dibujos animados japoneses, y al otro estadounidense en el podio, Kenneth Bendarek (19,68s). Las cámaras, sin embargo, persiguen a Erriyon Knighton, el favorito de la afición, que termina cuarto (19,9...

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Gana los 200m de los hombres André de Grasse (19,62s, octava mejor marca de la historia), un martillo pilón canadiense que en la recta, donde es capaz de mantener más tiempo su velocidad máxima, lento decaer, remonta dando patadas al tartán al guerrero manga Noah Lyles (19,74s), el campeón del mundo del 19, tan estilizado, tan seco al final, tan ceremonioso en sus gestos como los guerreros de los dibujos animados japoneses, y al otro estadounidense en el podio, Kenneth Bendarek (19,68s). Las cámaras, sin embargo, persiguen a Erriyon Knighton, el favorito de la afición, que termina cuarto (19,93s).

Elaine Thompson es la reina de la noche, y así se la aclama, diosa de la velocidad, pero los hombres no se resignan, no aflojan en su búsqueda de un nuevo dios, un velocista destinado a marcar el tiempo, su tiempo, con su sello, como lo hicieron Jesse Owens o Carl Lewis, como lo hizo Usain Bolt, incluso, que pueda lucir el título de persona más veloz de la humanidad, y quizás lo hayan encontrado en Tokio.

No, no es el ganador de los 100m el domingo, el italiano Marcell Jacobs, hombre quizás de unos Juegos, de un momento, de una final, con sus 9,80s ayudados por las zapatillas, por la pista, por el calor, por el ambiente que hace que Tokio siempre, en los Juegos del 64 lo fue, y en los Mundiales del 91 también, sea el paraíso de la velocidad.

Tampoco puede aspirar al espacio en el que edifica sus mitos el imaginario colectivo, la afición deportiva siempre tan buscona de ídolos, tan necesitada, el ganador el miércoles por la noche, el canadiense Andre de Grasse, un gran velocista habitual de todo tipo de podios en los tiempos de Bolt, su amigo, pero no una estrella. Es un atleta que ha alcanzado su techo y verá cómo una generación más joven le adelantará sin pedir permiso. El canadiense se entrena en Jacksonville Florida con Rana Reider, como el Trayvon Bromell que reventó en los 100m. Después de la plata (200m, 2016) y los bronces (100m, 2016 y 2021) olímpicos, y la plata (200m, 2019) y los bronces (100m, 2015 y 2019) en Mundiales, De Grasse, de solo 26 años, y tanto historial, consiguió finalmente la corona que él mismo, en un rasgo de ingenuidad publicitaria atribuyó más que a su fortaleza y a sus gafas a sus zapatillas Puma, similares a las del vallista volador Karsten Warholm, que se quita de los pies y muestra varias veces a la cámara, ensalzándolas.

El elegido, Erriyon Knighton, no ha ganado ninguna medalla, pero ha maravillado. Tiene 17 años, es de Tampa (Florida, la tierra del calor y la velocidad) y es atleta porque, pese a ser tan rápido, el entrenador de fútbol americano de su instituto le dijo que le iría mejor corriendo que buscando balones por el aire. De él se habla casi como se hablaba de Bolt en 2004, en los Juegos de Atenas, cuando el jamaicano también tenía 17 años y su nombre corría de boca en boca entre los especialistas, que se susurraban que habían visto un chaval de 17 años desgarbado y flaco que había corrido los 200m en 19,93s en Kingston, el primer juvenil que lo hacía en la historia, y habían visto el vídeo, y se felicitaban de ese conocimiento profundo de la velocidad jamaicana en los tiempos en los que no existían las redes sociales capaces de hacer un nombre común y conocido en el universo entero de cualquiera, el paraíso de la fama fugaz. Se hablaban maravillas de Bolt, y se disculpaba en sus 17 años, en su inexperiencia, y en su necesidad de crecer y fortalecerse, que no fuera capaz de pasar las series atenienses de los 200m, en las que corrió en 21,04s. El nuevo norteamericano llegó a la final con aspiraciones, y bajó de 20s (19,93s), una barrera de excelencia que ya atravesó más baja en los Trials de Eugene en junio, cuando corrió en 19,84s, y su nombre, en un segundo, un vídeo, un tuit, ya se convirtió en nombre común, ya asociado a Bolt, a quien acababa de arrebatar un récord por primera vez, la plusmarca mundial sub 18 y sub 20 de los 200m. Y quizás las peleas más duras que mantenga en el futuro sean con el quinto de la noche, Joseph Fahnbulleh, un liberiano de 19 años, que también bajó de los 20s (19,98s),

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