La selección contra la patria chica
El equipo que elegimos desde la infancia ha alcanzado más relevancia que el grande, el que dirige Luis de la Fuente y que representa al fútbol español
La Selección española es una maravilla. Sin Pedri, Nico Williams y Lamine (tres fenómenos), se pasearon por Europa y clasificaron para el Mundial como si fueran dueños del fútbol. Convencen y atraen porque juegan bien y juegan lindo. Te ganan sin tener prisa, como si al balón le sobrara tiempo para descubrir las debilidades de los adversarios....
La Selección española es una maravilla. Sin Pedri, Nico Williams y Lamine (tres fenómenos), se pasearon por Europa y clasificaron para el Mundial como si fueran dueños del fútbol. Convencen y atraen porque juegan bien y juegan lindo. Te ganan sin tener prisa, como si al balón le sobrara tiempo para descubrir las debilidades de los adversarios. Jugadores con técnica y criterio que reciben pocos goles, marcan muchos y dominan los partidos. El balón está de su lado desde que la España del tiqui-taca le robó a Brasil la admiración del mundo. Doble mérito, porque lo hizo en un momento en el que el fútbol fabrica jugadores fuertes físicamente y obedientes con el método. La tendencia confunde al fútbol con un deporte. No se equivoquen: antes es un juego.
Un juego que España respeta más que nadie desde el primer ciclo formativo haciendo de la necesidad, virtud. Son muchos los clubes que trabajan sus canteras poniéndole acento a la técnica y al conocimiento del juego, que tiene su ciencia. Una ciencia que la selección respeta, proponiendo una velocidad distinta en cada zona del campo que atraviesa y entendiendo que el ritmo de juego tiene que ver tanto con la aceleración como con la pausa. Estos principios que hacen al dominio, serán fundamentales durante el Mundial, cuando se juegue a temperaturas insoportables a horas irresponsables. En esas condiciones, será un suicidio proponer partidos de ida y vuelta.
Los argumentos son esperanzadores y admirables, pero la afición se ha acostumbrado tanto a la excelencia que se guardan el interés para el Mundial. Al parecer la costumbre, aún brillante, anestesia. Como si tanto tiempo antes del Mundial no valiera la pena entusiasmarse. España jugó su último partido frente a Turquía, el rival más importante de su grupo clasificatorio. Al parecer, también pareció poco. Hubo un tiempo en que un partido así paraba al país. En esta ocasión, en la mañana del partido, un programa de radio debatía sobre el mismo con cierta desgana y había periodistas que parecían invitar a la gente a no ir al campo. La afición obedeció y la Cartuja fue un estadio destemplado.
Busquemos las razones. La selección se clasificó sin angustias ni polémicas, de manera que el fútbol, en manos de estos chicos, no es el espectáculo dramático que tanto nos gusta. Este juego necesita épica, conflicto, riesgo y España, compitiendo tan bien, anula esa tensión ¿No se trataba de disfrutar? Sí, pero sufriendo un poco porque al fútbol lo sostiene la incertidumbre. Qué complicados somos.
Hay un argumento de más peso. Creo que la patria chica, que es el equipo que elegimos desde la infancia, ha alcanzado más relevancia que la patria grande, la selección que representa al fútbol español. Son los mejores jugadores españoles envueltos en la bandera del país, pero que interrumpen el latido apasionante de la Liga. Los del Betis le quieren ganar al Sevilla, los del Madrid al Barcelona y los del Athletic a la Real Sociedad. Y viceversa. Y así, de sur a norte, hay duelos a navajazo limpio que excitan los altos y los bajos instintos antes, durante y después de los partidos. No importa que el club pertenezca a un fondo de inversión ni que la camiseta la defiendan once extranjeros. El mercantilismo ganó esa batalla. Lo que a la gente le importa es que el escudo represente a su lugar y le recuerde a su padre. La identidad no se puede quejar.
En el Mundial, la Liga dejará de ser un obstáculo afectivo y activará el orgullo. A la selección le esperarán otras 47. Pero España tiene un gran privilegio: es distinta. Se llama identidad cultural. Que dure, contagie e identifique.