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El visitante nocturno

Messi se fue del Barça casi sin querer y nadie quería que se fuese, y Laporta se sabe el villano institucional en una historia que no podía tener un final feliz

Al contrario de lo que sostenían algunos grandes eruditos como John Rambo, Jason Bourne o Jack Reacher, el pasado no siempre vuelve: a veces simplemente se cuela. Y así fue como regresó Leo Messi al Camp Nou: sin avisar, sin himnos, sin niños luciendo su camiseta, sin directivos ...

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Al contrario de lo que sostenían algunos grandes eruditos como John Rambo, Jason Bourne o Jack Reacher, el pasado no siempre vuelve: a veces simplemente se cuela. Y así fue como regresó Leo Messi al Camp Nou: sin avisar, sin himnos, sin niños luciendo su camiseta, sin directivos portando regalos con los que agasajar a la familia del ídolo... Apenas un golpe de instinto trazado en la noche, como esos gatos viejos que jamás olvidan dónde está el comedero. Le bastaron unas linternas, alguna prenda cara de abrigo y la complicidad de un puñado de operarios que todavía hoy se estarán preguntando si la visita fue real o el nuevo estadio ya es lo suficientemente viejo como para admitir la presencia de fantasmas.

Andaba necesitada la masa blaugrana de un pequeño guiño, un gesto sencillo para certificar que el sentimiento es mutuo: Messi se fue del Barça casi sin querer y nadie quería que se fuese. Pero el mundo del fútbol es complicado. Un día te descubres abrazado a un maniquí del 10 como promesa gráfica de amor eterno y al siguiente estás firmando su finiquito, una degradación vertiginosa de las expectativas que Laporta llevará clavada en el pie mientras le dure el aliento. No debe ser plato de buen gusto para él saberse el villano institucional en una historia que no podía tener un final feliz. Ni tampoco para el héroe, que dejó su casa sin poder despedirse porque se corría el riesgo de que lo matara el tejado.

“Ojalá pueda volver algún día”, declaró a las pocas horas, misma convicción con la que mi padre suele decir “ojalá nos toque el Euromillón” mientras repasa la estadística. No es gran cosa si se compara con la ilusión, improbable, de recuperarlo en diciembre, de verlo competir por todos los títulos una vez más, pero es suficiente por ahora. Las prisas no son buenas consejeras y la nostalgia siempre se guarda algún zarpazo final para quienes insisten en acariciarla demasiado. En el fondo, todos quieren que Messi vuelva, pero sin sueldo. Porque a nadie se le escapa que es momento de pagar la hipoteca, de hacerse cargo de todos los despropósitos económicos que ni la gallina de los huevos de oro pudo evitar: uno no se va llorando para volver sonriendo, así como así. Solo faltaría que, después de todo lo ocurrido, alguien pretendiese incluirlo en la derrama.

Desde el club prometen el mayor de los homenajes cuando se acaben las obras y Messi se muestre partidario de volver, no de colarse. Una gran fiesta en la que todo el mundo participe del regreso, no tanto de la sorpresa de pillarlo dentro. El más grande se merece volver a corretear por su jardín sin la presencia de andamios, con todos los focos centrados en él, sin reproches ni silencios incómodos. Había algo terrible en la fotografía compartida a través de sus redes sociales: era la primera vez que veíamos a Messi en el estadio sin un balón de fútbol completando la escena, como esos padres sin hijos que se detienen frente a los escaparates de Zara Kids.

Malos tiempos para la lírica cuando el único que todavía parece sentir algo es el tipo que entra en casa de puntillas. En el fondo es como si Messi no hubiese regresado al Camp Nou: tan solo se pasó a comprobar que todavía existe. El resto lo puso nuestra memoria, nuestras ganas de repetir la misma historia una y otra vez, esa ducha agradable que sustituye al baño de realidad.

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