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You’ll Never Walk Alone, el musical

Por más que intente resistirse, Anfield también empieza a ser una atracción turística con banda sonora propia

Dice un buen amigo mío que perder en Anfield Road siempre conlleva un doble castigo: la derrota sobre el verde, con todo el dolor posible condensado en el resultado final, y la tortura practicada desde la grada en forma de himno, de canción. Admito discrepancias en cuanto a esto. No me considero ningún monstruo y cada cual es muy libre de emocionarse con todo aquello que le alcance el corazón, pero no me quedaría tranquilo sin apuntar que el You’ll Never Walk Alone me parece la epidemia más persistente de todo el fútbol mundial, una mezcla de religión y karaoke que ...

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Dice un buen amigo mío que perder en Anfield Road siempre conlleva un doble castigo: la derrota sobre el verde, con todo el dolor posible condensado en el resultado final, y la tortura practicada desde la grada en forma de himno, de canción. Admito discrepancias en cuanto a esto. No me considero ningún monstruo y cada cual es muy libre de emocionarse con todo aquello que le alcance el corazón, pero no me quedaría tranquilo sin apuntar que el You’ll Never Walk Alone me parece la epidemia más persistente de todo el fútbol mundial, una mezcla de religión y karaoke que los aficionados del Liverpool practican en cada partido como sustitutivo anglosajón de la santería cubana.

Podría moverme la envidia en tan negra actitud, pero no. Los gallegos tenemos A Rianxeira, que no le va a la zaga en cuanto a iconografía pop y fervor popular. Y en ambos casos mis reservas ya no se centran tanto en la canción como en el culto, incapaz de asimilar tanta efusividad en los comentaristas, los críticos musicales, los aficionados rivales y los hinchas locales, ese coro de voces graves y emocionadas que tienen la capacidad de convertir Liverpool en Lourdes durante, al menos, un par de minutos. Lo que alguna vez fue un himno, se ha trasformado en una experiencia mística -como la de comer en DiverXO o nadar con los delfines en el arrecife Ningaloo-, un acto de fe que hace palidecer a los grandes ritos de cualquier religión organizada: si alguna vez se les ocurriera cobrar entrada solo por escucharlo, llenarían Anfield sin necesidad de echar a rodar el balón.

Hay quien entra con el pie derecho en el campo, quien reza el Padrenuestro y quien tararea el You’ll Never Walk Alone para sus adentros. Y yo no sé qué me resulta más preocupante: si la fe ciega del acto o la superstición de su puesta en escena. Es tanto drama concentrado en unos pocos versos que uno ya no sabe si están recibiendo a once futbolistas vestidos de rojo o acompañando a las viudas de quienes perdieron la vida en la guerra, espíritu original de una canción convertida por el fútbol en el mejor ejemplo de arma coercitiva: ganarles en su propio campo es casi como interrumpir a gritos una misa.

Más allá de esto, ningún estudio científico ha podido demostrar cómo demonios puede ayudar una canción a ganar un partido de fútbol. ¿Acaso activa el hemisferio heroico del cerebro? ¿O aumenta la concentración del gen ganador en sangre? Yo no lo creo, como tampoco me creo del todo la promesa que encierra el lema central de la dichosa canción: nunca caminarás solo... hasta que pierdes tres partidos seguidos y cada pase defectuoso se acompaña de un silencio que te hiela la sangre. Por más que intente resistirse, Anfield también empieza a ser una atracción turística con banda sonora propia.

El martes, mientras el Madrid se retiraba a los vestuarios con la venda de los “pequeños detalles” sobre la herida de un mal partido, yo solo podía pensar en lo mucho que se echa de menos la frialdad habitual del Camp Nou o del Santiago Bernabéu: las pitadas sinceras que brotan de la frustración más auténtica, el murmullo impaciente del viejo hincha, su total ausencia de compasión con ese veinteañero que defiende tu misma camiseta. Será menos poético y jamás emocionará a Spielberg, pero es más honesto. Porque una cosa es tener alma -o presumir de ella todo el tiempo- y otra, muy distinta, es convertir cada partido de fútbol en un fokin musical.

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