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¿Quién conoce al madridismo?

No comprendo por qué desde el club se prepara un dossier para la FIFA con el objetivo de demostrar al máximo organismo que los árbitros españoles pitan siempre en su contra

Creo conocer al madridismo, aunque solo sea de oídas. O, al menos, a una parte, pues abarcarlo al completo sería como intentar meter al Bernabéu, con sus noventa mil almas, en un vaso de chupito. Existe un madridismo clásico, noble, que da la mano en la derrota, como proclama su viejo testamento, capaz de aplaudir a Ronaldinho en sus mejores tardes o de rendirse a la excepcionalidad de Messi sin necesidad de buscarle los tre...

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Creo conocer al madridismo, aunque solo sea de oídas. O, al menos, a una parte, pues abarcarlo al completo sería como intentar meter al Bernabéu, con sus noventa mil almas, en un vaso de chupito. Existe un madridismo clásico, noble, que da la mano en la derrota, como proclama su viejo testamento, capaz de aplaudir a Ronaldinho en sus mejores tardes o de rendirse a la excepcionalidad de Messi sin necesidad de buscarle los tres pies al gato. Un madridista veterano y resabiado, de los que conserva su primer carné, ya amarillento, como el que cuida de su corazón o resguarda el gran tesoro de la familia.

Pero también existe el otro. Ese que bautizó como piperos a sus semejantes por no subirse a la rueda de las conspiraciones. El que lapida a sus leyendas cuando lo ordena el entrenador de turno y se somete a la presión de grupo para insultarlos en las redes sociales. También el que admite contubernio como explicación plausible para todo y los colecciona como cromos de Panini. Forofos que ven un agravio en un córner e intuyen traición en ese vecino de grada que no aplaude con las orejas. Si hay gente que madruga para dar de comer a las palomas, ¿cómo no iba a haber quien arda en deseos de prender fuego a todo antes de admitir que su Madrid también puede perder?

El fútbol es un juego demasiado subjetivo para hablar de justicia: lo favorable siempre parece excepción y lo contrario, norma. Ahora se desliza que desde el club se prepara un dossier para la FIFA con el objetivo de demostrar al máximo organismo que los árbitros españoles pitan siempre en su contra, casi por contrato. Y la imagen no carece de ternura: el club más poderoso del planeta plantándose en Ginebra en modo flotilla. Como si el resto del mundo no tuviese acceso televisado a cualquier partido de nuestra liga y viviera engañado en una especie de cámara oculta universal. Poco importa lo que piensen sus rivales: si algo define a una buena paranoia es que siempre viene acompañada de su propio combustible.

Los argumentos esgrimidos se antojan, como mínimo, endebles. Uno, rebotado desde las redes, habla de saldos históricos desfavorables en cuanto a las tarjetas rojas recibidas, al menos durante un lapso determinado. Un dato en frío, sin contexto, que no explica a Pepe practicando la traumatología con Casquero, a Ramos perdiendo los nervios con Messi y otros tantos repartiendo patadas o pisotones como si los goles no fuesen siempre lo más importante, ejemplos sencillos que bastan para entender que la estadística no siempre explica la justicia o, mejor todavía, la injusticia.

El segundo argumento resulta mucho más jugoso: el Barça pagó al número dos del CTA, con factura, durante décadas. Nadie sabe muy bien para qué, pero basta revisar el resultado para sospechar que, o no pagó suficiente, o le birlaron la cartera a cara descubierta. Para prueba, aquella liga perdida contra el Atlético por un error arbitral en el último partido o la final de Copa en Valencia que prolongó la etapa de Mourinho. ¿Para eso se dejaban los billes, que diría un trapero?

La última temporada debería cerrar la discusión. ¿De verdad alguien cree que los currelas de la FIFA no vieron los arbitrajes de la final de Copa o el partido de liga en Montjuïc? ¿O que son legítimas sus quejas porque el VAR se atrevió a corregir varias docenas de errores flagrantes? Presumo de conocer al madridismo, sí, aunque quizá me equivoque. Pero sigo sin comprender por qué se comporta, al menos de un tiempo a esta parte, como si todo el mundo le debiese algo.

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