Guardiola contra Guardiola: cómo el City sucumbió al fútbol del PSG de Luis Enrique
El entrenador catalán involuciona a su equipo hacia el 4-4-2 en París y acaba encerrado frente a un rival que practica la salida y la presión como él la ideó en 2008
Pep Guardiola dio señales de abatimiento y desconcierto cuando, tras perder por 4-2 este miércoles, se presentó en la sala de conferencias del Parque de los Príncipes y dijo: “No pudimos defender con la pelota, y si no juegas con la pelota es imposible defender bien”. La tensión psicológica que experimentaba Guardiola era máxima, pues sabía que acababa de sucumbir a las armas que él mismo inventó hace más de 15 años sin ofrecer más soluciones que aquellas que empl...
Pep Guardiola dio señales de abatimiento y desconcierto cuando, tras perder por 4-2 este miércoles, se presentó en la sala de conferencias del Parque de los Príncipes y dijo: “No pudimos defender con la pelota, y si no juegas con la pelota es imposible defender bien”. La tensión psicológica que experimentaba Guardiola era máxima, pues sabía que acababa de sucumbir a las armas que él mismo inventó hace más de 15 años sin ofrecer más soluciones que aquellas que emplearon sus adversarios impotentes ante el avance de aquel gran Barça. Como contra el United, el Liverpool, la Juventus o el Brentford en los últimos meses, el City rebajó el ritmo de balón con el pretexto de cuidarlo, solo que esta vez además acabó encerrado en su área y con apenas un 40% de posesión. Sin más escapatoria que contragolpes insuficientes.
Arrastrado por la corriente de la peor crisis de su carrera, este miércoles en París el entrenador del Manchester City observó a sus 53 años cómo su equipo experimentaba una suerte de regresión a los primeros 2000 que le incapacitaba para resolver los problemas que le planteó Luis Enrique. El técnico del PSG, que se ufana de representar el ADN Barça y señala que “el mejor entrenador del mundo” es su amigo Guardiola, desarrolló tres ideas básicas del manual Cruyff-Guardiola camino de una victoria que prácticamente asegura su clasificación para la eliminatoria previa a octavos. Primero, presionar al hombre en campo contrario para ahogar al rival en su salida; segundo, salir de la presión contraria superpoblando el mediocampo con interiores y delanteros de movimientos elásticos y agresivos; y tercero, protegerse con centrales como Marquinhos y Pacho, perros de presa más que pasadores.
“Tenemos que volver a las fuentes”, dice Guardiola, desde que lo sacude la crisis de resultados en Europa y Premier. “Tenemos que tener paciencia y ser seguros con el balón”. El miércoles reforzó esa idea al recalcar que sin balón no se puede defender bien. La cuestión que Guardiola trató de resolver en París fue la paradoja que destroza al City desde que Rodri se lesionó y Ruben Dias sufre problemas físicos recurrentes: ¿Cómo defender con la pelota sin antes robársela al contrario?.
Guardiola sabe la respuesta porque reconoce que el City debe su Champions de 2023 a la actuación contundente de sus defensas: Dias, Akanji, Aké, Walker y Stones. Por la tensión competitiva y la agresividad que contagiaban les bautizó como Los Yugoslavos. Pero con el transcurso del tiempo se percató de que en aquel reparto solo había un yugoslavo, se llamaba Ruben Dias y tenía tan pocas pulgas y vivía tan alarmado que era capaz de meter en harina él solo a los zagueros que le rodeaban, igual que hacía Puyol con Piqué, Abidal y Alves en el Barça. El entrenador supo entonces que su defensa menos fino con la pelota era, sin embargo, el único imprescindible. Después de todo, la gran lección que le legó Johan Cruyff sobre su concepción de la defensa fue descartar al artístico Ricardo Serna para formar un bloque con Nando, Ferrer, Nadal, Juan Carlos y el intuitivo Koeman. Si el Dream Team se defendía con balón, era porque cuando no lo tenía lo recuperaba antes que nadie. Exactamente lo que pretendió Luis Enrique.
A diferencia de Guardiola, que resolvió presionar en inferioridad con un 4-4-2, como hacía Rafa Benítez hace dos décadas, en París su colega y amigo decidió acelerar por principio, sin importarle que en el proceso pudiera perder precisión en el pase. Su consigna no fue tener el balón, sino ganarlo a base de presionar sin parar, al hombre, en todo el campo. “Después de una primera parte de ritmo tan alto”, contó, “en el descanso les dije a los jugadores que teníamos que salir más atrevidos todavía, sin especular, sin importar el resultado. Y cuando nos metieron el 0-2 más todavía. Fuimos a quitarles el balón”.
La presión conservadora del City, de tres contra cuatro, o de cuatro contra cinco, la misma que diseñó Guardiola contra rivales grandes como el United o la Juventus en este curso, tuvo un efecto inmediato en el ánimo de jugadores creativos como De Bruyne, Foden o Savinho. Como la premisa era tener la pelota, no robarla, se convencieron fácilmente de que la defensa no era esencial y eso les indujo una especie de letargo al tiempo que el afán defensivo colocó al PSG en una posición ventajosa para atacar. “Ellos fueron mejores con la pelota porque tenían un hombre extra en el medio”, observó Guardiola.
Presionado y sin presionar, el City perdió al “hombre extra”. Esos futbolistas que se desplazan por sorpresa para incorporarse a las jugadas y ofrecerse a los compañeros como un punto de apoyo alternativo en la cadena de circulación desaparecieron porque el equipo se convirtió en una aglomeración de mediapuntas agobiados a la espera de que alguien hiciera algo para robarle la pelota al PSG y dársela a ellos. Se suponía que para eso estaba Kovacic. Pero Kova, el elegido por Guardiola para sustituir a Rodri, renunció a ser el pivote, máximo responsable de la logística del equipo, para volver al estado mental del mediapunta de conducción que siempre soñó con ser. Al verlo, espantado, Guardiola lo sustituyó por Gündogan. Pero el partido ya iba 2-2 y sin Ruben Dias, que pidió el cambio en el descanso por lesión, las inercias eran imposibles de frenar.
“No he sido capaz”
Con el yugoslavo Dias, el menos dotado técnicamente de la plantilla, el parcial fue de 0-0. Sin él, el drama acabó en 4-2. En poco más de media hora, la goleada dejó al equipo virtualmente fuera de la Champions. Es la tónica de este City que derrapa melancólico mientras Guardiola procura sin acierto enderezar el rumbo, empecinado como se le ve en lanzar mensajes que sus futbolistas, por lo que se ve, escuchan con más resignación que rebeldía, pues la idea que se difunde es que todo es por culpa de los ausentes o del entrenador. “Ya he hablado de los problemas que hemos tenido con las bajas”, dijo antes del partido en París, evocando las ausencias de Rodri, Stones, Walker o Dias. “Pero no es una excusa. Yo no he sido capaz de levantar al equipo. Ese es mi desafío”.
Guardiola afronta el desafío más grande de su carrera. Después de poner en marcha una dinastía en el Barça, otra en el Bayern y una tercera en el City, su nombre se inscribe entre los más grandes constructores de equipos de toda la historia. Ahora la tarea es de otra naturaleza. Se encuentra en un territorio inexplorado. Debe evitar la decadencia y hacerlo contra rivales como el PSG, que manejan a la perfección todas aquellas armas que él, con la ayuda de Cruyff, creó desde 2008.