Pero el fútbol debe continuar

La industria futbolística es un negocio boyante y frágil a partes iguales para el que cualquier imprevisto supone un derrumbe

La jugadora del Real Madrid, Alba Redondo, ex del Levante, celebra el segundo gol de su equipo este sábado en Badalona.Marta Perez (EFE)

En un camino arenoso e inestable, la máxima dice que para no caerse de la bici lo recomendable es mantenerse veloz. Cuanto más, mejor. Así, digamos, se abren los surcos al paso y uno avanza con más seguridad, aunque parezca que baila sobre el alambre. Bajar el ritmo es una caída casi segura. En la sede de La Liga, entre el martes 29 de octubre y el jueves 31, debió de producirse alguna reunión entre las cabezas pensantes ...

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En un camino arenoso e inestable, la máxima dice que para no caerse de la bici lo recomendable es mantenerse veloz. Cuanto más, mejor. Así, digamos, se abren los surcos al paso y uno avanza con más seguridad, aunque parezca que baila sobre el alambre. Bajar el ritmo es una caída casi segura. En la sede de La Liga, entre el martes 29 de octubre y el jueves 31, debió de producirse alguna reunión entre las cabezas pensantes de este organismo para plantearse un debate parecido. Cuando varias comunidades autónomas del país habían quedado embarradas y enfangadas en un pozo de pérdidas materiales y humanas, en esa supuesta reunión de urgencia puede que algunos fueran partidarios de tomarse un respiro en el calendario futbolístico, mirar hacia la dana y continuar cuando las cosas hubieran mejorado. Es seguro, por otro lado, que hubo quien opinaría lo contrario: el fútbol no debía detenerse. Seguramente utilizaran el conocido argumento de que para volver a la normalidad lo mejor era empezar desde ya. Y para ello, nada mejor que darle a la gente lo más normal del mundo: otro domingo de fútbol.

Tuvo que haber algún momento en la historia en que el fútbol se volviera imprescindible solo para sí mismo. Porque da igual que ni aficionados, ni entrenadores, ni los propios futbolistas quisieran jugar. El fútbol debía de seguir adelante porque se ha convertido en una industria multimillonaria sin margen de error. Y tal y como está el calendario, con cada vez más partidos y competiciones para llenar las arcas de los clubes, jugadores, patrocinadores o mandatarios, una dana a finales de octubre es una desgracia, sí, pero poco más. El fútbol debe continuar porque si se para se rompe. Un negocio boyante y frágil a partes iguales para el que cualquier imprevisto supone un derrumbe. Ya pudimos ver cómo el obligado confinamiento durante el covid y la consiguiente suspensión de las competiciones sumió en una crisis financiera a casi todos los equipos profesionales de la que algunos, incluso a día de hoy, todavía no se han recuperado. El aplazamiento de dos jornadas de liga podría ser un cataclismo casi tan grande como el del propio desastre natural que ha arrasado Valencia.

Alberto —un joven de 24 años que regenta un quiosco en el barrio de Embajadores junto a Merche, su madre— opina que en estas casi dos semanas el fútbol está siendo “un ruido al fondo de su casa”, un deporte “de partidos que parecen amistosos”. Todas las portadas de revista que cuelgan del negocio familiar, desde las del corazón hasta las de motor, pasando por los diarios, hablan de la dana. Alberto va leyendo los reportajes uno a uno mientras llegan los clientes. Alfredo, un hombre mayor que sale de casa un poco antes de la hora de comer, aparece por el quiosco para saludar y recordarle a Alberto que este año su equipo —el Real Madrid— no va a ganar nada, “ni en fútbol ni en baloncesto”. El joven responde con un gesto de indiferencia, le sonríe, le desea los buenos días, y cuando ya se ha marchado, comenta que le “da un poco igual”. Alberto es un forofo al que la dana parece haber anestesiado. Cuenta que la goleada del Barcelona ha sido la derrota menos dolorosa por todo lo que vino después. “Es como si me hubieran puesto a la fuerza a relativizar las cosas”, sostiene.

Alberto volverá a su forofismo madridista tarde o temprano, y una derrota de su equipo, una mala decisión del árbitro, será un motivo de rabia o enfado más que loable para irse jodido a la cama. A eso conduce el fútbol mal entendido, el que se desvive por sí mismo frente al espejo a pesar de todos los pesares. Hay otros, en cambio, que lo viven de un modo distinto. Por ejemplo, esos cuatro chavales que esta semana se hicieron virales en Aldaia al abrirse paso entre el barrizal inestable a base de pelotazos, para no desplomarse, quién sabe, en la tristeza. Se les veía sumergidos en ese sabor irrepetible de las primeras veces, dichosos, como afanados en una diversión que acababan de descubrir. Porque puede parecer que el fútbol de sus ídolos y el suyo sea el mismo juego, pero no lo es.

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