Vini y el alto voltaje del derbi

Vinicius es el centro de la diana de la afición atlética y se prevé que el domingo la grada cree ambiente en su contra

El delantero brasileño del Real Madrid, Vinicius, durante un encuentro de Liga.JUANJO MARTIN (EFE)

Atlético de Madrid-Real Madrid es un partido con todos los ingredientes que hacen grande el fútbol. El tiempo y la vecindad han ido trabajando sobre la rivalidad de los dos equipos. Hay antecedentes de sobra para ponerle acento emocional al partido y argumentos técnicos para potenciar el espectáculo. También algún nombre propio, como el de Vinicius, que en estos días enciende cables de un mayor voltaje que conviene manejar con cuidado.

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Atlético de Madrid-Real Madrid es un partido con todos los ingredientes que hacen grande el fútbol. El tiempo y la vecindad han ido trabajando sobre la rivalidad de los dos equipos. Hay antecedentes de sobra para ponerle acento emocional al partido y argumentos técnicos para potenciar el espectáculo. También algún nombre propio, como el de Vinicius, que en estos días enciende cables de un mayor voltaje que conviene manejar con cuidado.

Hablemos de Vinicius, un jugador de tal nivel que condiciona el resultado de un partido. El futbolista se jerarquiza en función de su talento y aquí hablamos de uno de los principales candidatos al “Balón de oro”. Palabras mayores.

Vinicius nos enseñó cuánto juego, placer y porfía hay en la construcción de un talento. Una permanente retroalimentación positiva y negativa que empuja a mejorar al futbolista inteligente. En su caso la travesía fue dolorosa porque cuando se puso la camiseta del Madrid las imprecisiones en la definición le valieron críticas de tono mayor. Las críticas siempre fueron siempre un producto típico en un club como el Madrid, pero ahora hay nuevos vehículos para las faltas de respeto expresadas en mensajes y memes en las redes. El fútbol de Vinicius quedó fortalecido por la entereza de quien supo pasar por estas dificultades sin rendirse. La lucha y la competitividad forman parte de su naturaleza. Si no hubiera un alma en el estadio, él se estaría fajando igual. Razón por la que tiene mi admiración.

Olvidados aquellos episodios por la evidencia de su gran rendimiento, Vinicius está atravesado ahora por otras incomprensiones y prejuicios. Algunos afectan a los jugadores en general. Por el poder que les confieren las fortunas que ganan, mucha gente piensa en ellos como futbolistas, como triunfadores, como famosos, como pobres que se hicieron ricos, como ricos a punto de convertirse en idiotas. Pero ni en un momento piensan en ellos como personas.

Mucho menos la gente que se amucha en las tribunas, esas “multitudes anónimas e irresponsables”, como las definió Gustave Le Bon en Psicología de las masas. Gente que lleva a los estadios sus frustraciones y que siguen con obediencia bovina consignas de todo tipo, también antisociales. Ningún club se salva de estos excesos, que son tan viejos como el fútbol.

Ahora bien, el único color que debería contar en el fútbol es el de las camisetas, pero para la turba el racismo es una tentación y Vinicius fue protagonista de una secuencia de sucesos desagradables en distintos estadios. El jugador, acostumbrado a sacar energía de un pozo de rabia, sigue manteniendo el nivel. En cuanto a la persona, decidió que esos episodios le otorgaban autoridad moral para levantar la bandera contra el racismo, con el apoyo del club, de su país y de todos los ciudadanos decentes. Pero no es fácil detener esa rueda porque algunas de sus declaraciones pisaron sensibles callos nacionalistas que irritaron a los aficionados. También porque Vinicius, instalado en el papel de víctima, considera enemigos a sus rivales, a los árbitros y a los aficionados y le pone a sus protestas una expresividad irritante, incluso para muchos madridistas. Una nueva prueba que superar.

El partido frente al Atlético será un banco de pruebas. Vinicius deberá poner toda su energía en jugar al fútbol divinamente y los aficionados en alentar a su equipo con la pasión que suele hacerlo el Cívitas Metropolitano. No se trata de pedir que se respeten los protocolos de la diplomacia, porque las conductas en el fútbol son tan laxas que admitimos los insultos como parte del espectáculo. Se trata, simplemente, de no tocar aquellos cables de alto voltaje para que el partido no acabe saltando por los aires.

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