¿Por qué no te callas, Vini?
Que el brasileño sea un deportista con actitudes deplorables y un comportamiento que raya lo infantil y lo macarra no justifica cualquier insulto o conducta racista que pueda sufrir
Si mi piel fuese del mismo color que la de Vinicius Jr. y un centenar de desconocidos me llamasen negro de mierda cada día, camino del trabajo, pues quizá pensaría yo que, efectivamente, estoy viviendo en un país racista. No totalmente racista, claro (ni siquiera sé si ese país existe, y me refiero a uno en el que todos sus ciudadanos lo sean, o al menos una gran mayoría), pero algo...
Si mi piel fuese del mismo color que la de Vinicius Jr. y un centenar de desconocidos me llamasen negro de mierda cada día, camino del trabajo, pues quizá pensaría yo que, efectivamente, estoy viviendo en un país racista. No totalmente racista, claro (ni siquiera sé si ese país existe, y me refiero a uno en el que todos sus ciudadanos lo sean, o al menos una gran mayoría), pero algo de racismo debe o puede haber en una sociedad que admite normalizar los insultos racistas a un joven negro y no los despacha con absoluto desprecio, sin medias verdades ni falsos dilemas, da igual si juega al fútbol en el Real Madrid o instala placas de pladur en Paco Mirandilla y Hermanos S.L.: todavía no se conoce virtud que necesite un justificante.
Ha dicho el futbolista brasileño en una entrevista a la CNN que España debe evolucionar de aquí al año 2030 o que, de lo contrario, la FIFA se debería plantear trasladar el Mundial a otra sede donde el racismo no sea un problema. Y seguramente tenga razón, porque él sí es un hombre negro que vive en España, yo no, así que me abstendré de llevarle la contraria por motivos más que evidentes. Podría, con cierta incomodidad por mi parte, lo reconozco, recordarle que antes, en 2026, la Copa de Mundo se celebrará en los Estados Unidos de América, que tampoco es Wakanda, aquella idílica ciudad negra del universo Marvel. Y que la de 2022 se celebró en Qatar sin que Vinicius Jr. alzase la voz ni siquiera un poquito. Y aquí está la segunda trampa.
Es a él, insultado y agraviado, a quien se le exigen una serie de requisitos para no coquetear con la idea de que se merece todo lo que le está pasando. De que es su comportamiento, no siempre ejemplar, lo que provoca a los racistas, y no el racismo. A Vinicius Jr. se le insiste en este tipo de planteamientos maximalistas (o todo o nada, o denuncia cada caso de racismo ocurrido en el mundo o que se calle la boca) para poder seguir insistiendo en la fantasía de que no somos tan racistas como los gritos racistas en nuestros estadios podrían dar a entender, sino que es Vinicius Jr. el que no se está tomando en serio su lucha. A este paso se culpará al brasileño de haber alentado los insultos contra Peter Federico o haber elevado al puesto de comentarista televisivo a Juan Cala.
Que Vinicius Jr. sea un deportista con actitudes deplorables y un comportamiento que raya lo infantil y lo macarra no justifica, ni por un solo momento, cualquier tipo de insulto o conducta racista que pueda sufrir dentro o fuera de los campos de fútbol, tan solo las acentúa. Un negro tiene todo el derecho del mundo a comportarse como un imbécil sin que usted, o yo, le hagamos el grito del mono o le tiremos un plátano a su paso: si acaso se le podrá decir que se comporta como un imbécil, pero lo otro es racismo se disfrace como se disfrace. Y mal empezaría la aventura de España rumbo al Mundial 2030 si mucho antes de bautizar a una mascota ya tenemos que estar disfrazando cosas. O quemando llanta contra Vinicius Jr. por no saber estarse callado, un poco como esos niños que delante de los invitados delatan a sus padres por haber escondido la plata.
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