El Leverskusen de Xabi Alonso toma el Capitolio
El campeón de la Bundesliga prolonga su invicto a 47 partidos y pone un pie en la final de la Liga Europa (0-2) con una exhibición de sincronización ante la Roma
El Bayer Leverkusen dio una exhibición de autoridad, desenvoltura y transformismo en el estadio Olímpico. Entró al campo extraño como si fuera su campo de toda la vida, generó siete ocasiones clamorosas, anotó una, y descuadró por completo a una Roma que quedó tan aturdida que acabó firmando un armisticio imaginario. Mientras se lo pensaba, Andrich izó la bandera de la Aspirina en el Capitolio. El mediocentro alemán metió el 0-2 y culminó otro invento de ...
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El Bayer Leverkusen dio una exhibición de autoridad, desenvoltura y transformismo en el estadio Olímpico. Entró al campo extraño como si fuera su campo de toda la vida, generó siete ocasiones clamorosas, anotó una, y descuadró por completo a una Roma que quedó tan aturdida que acabó firmando un armisticio imaginario. Mientras se lo pensaba, Andrich izó la bandera de la Aspirina en el Capitolio. El mediocentro alemán metió el 0-2 y culminó otro invento de Xabi Alonso. El entrenador español ha fundado más que un equipo, una secta de fanáticos que marchan seguros de sí mismos en todos los ámbitos competitivos. Este jueves sumaron 47 partidos invictos y dieron un paso de gigante hacia la final de la Liga Europa. Si la Roma que dirige Daniele de Rossi no experimenta un cambio radical, la vuelta en Alemania, la semana que viene, se presentará como otra gran fiesta para la hinchada renana. En la otra semifinal, el Atalanta empató 1-1 en Marsella.
Las apariencias confunden y el Leverkusen es el maestro del disfraz. Alonso alineó a cuatro centrales, dos pivotes, dos laterales y dos mediapuntas, y durante toda la primera parte un lateral se convirtió en extremo, el otro ejerció de interior a todos los efectos, uno de los mediapuntas ofició de volante y el otro actuó de falso nueve. El tanque transmutó en Ferrari. La mula corrió como el purasangre. Y la Roma quedó atrapada en el juego de espejos y humo. Fue tanta la confusión que le pudieron caer cinco en la primera media hora de partido.
Alonso ha sabido inculcar los mismos conceptos en Grimaldo, en Adli, en Andrich, e incluso en centrales como Tapsoba o Hincapié. En muchos casos contra su naturaleza, estos jugadores han aprendido a meterse en zonas interiores para medir los tiempos del pase y el desmarque, y situare de modo que sus compañeros siempre les encuentren como un punto de apoyo o una ayuda en defensa. Reina un espíritu de centrocampismo en este Leverkusen. Esto lo convierte en impredecible, sobre todo cuando traspasa la línea del mediocampo, pues en los últimos metros los jugadores se comportan con una serenidad que los vuelve precisos ahí donde normalmente cunde la precipitación. Como sus contrapartes de la Roma no consiguieron detectar por dónde venía el peligro, las ocasiones se sucedieron sin interrupción.
El primer remate peligroso fue para la Roma. Lo tuvo Lukaku, que estrelló su cabezazo en el travesaño después de un saque de esquina. Fue en los primeros minutos. Los hinchas romanistas ya no volvieron a sentirse tan cerca de la gloria. Lo que siguió fue algo parecido a un hostigamiento a base de contragolpes. Aprovechando la deficiente presión de la Roma, Wirtz habilitó a Frimpong, lateral convertido en volante y extremo según evolucionaba la acción, y el tiro pegó en el exterior de la red. Luego Tapsoba lanzó a Frimpong en otro desmarque de ruptura que precedió al pase a Wirtz y a la parada de Svilar, el portero local. Un pase de Grimaldo al corazón del área desembocó en un tiro de Frimpong a bocajarro, que se desvió por poco. Andrich desde fuera el área obligó al portero a reaccionar con un escorzo…
El Leverkusen celebró un festival con cada balón largo, por ejemplo, de su portero Matej Kovár. Sobre la media hora, cuando la Roma intimidada vacilaba entre presionar y protegerse, el meta salió en largo, Adli prolongó de cabeza y Grimaldo aprovechó el agobio de Karsdorp, que le dejó un pase demasiado corto a Svilar. El español se llevó la pelota y conectó con Wirtz, que empujó el 0-1.
Armisticio
La Roma salió del descanso en estado de abatimiento. Cuando Paredes y Dybala alzaron la mirada en busca del enemigo, descubrieron que Alonso había reconfigurado el Ferrari. Ahora en lugar del coche de carreras, enfrente tenían un tanque color barro, con su placa blindada, sus orugas y su escotilla por donde asomaba la cabeza de Xhaka. El Leverkusen se replegó con sus cuatro centrales, con Grimaldo y Frimpong convertidos de nuevo en marcadores laterales, y con Andrich y Xhaka en el doble pivote auxiliados por Adli. Todos atrás y Wirtz ahorrando energía en campo rival. Sobre esta estructura, los jugadores comenzaron a pasarse la pelota como si no tuvieran intención de avanzar hacia la portería rival. La Roma lo interpretó como una oferta de armisticio y tampoco se desplegó con convicción. Parecía que no pasaba nada. Si aceptaban la propuesta, todos vivirían más tranquilos.
Dybala, Paredes y Pellegrini parecían conformarse con viajar a Leverkusen sin sufrir más daños cuando la situación se les descontroló. Casi sin querer, Xhaka se giró y al ver que nadie le presionaba metió el pase a Grimaldo, que ante la ausencia de amenaza se había colado en el carril central. El avance del español petrificó a la defensa romanista y lanzó a Stanisic y a Andrich a la carga. Hubo un rechace. La pelota cayó a los pies de Andrich, que parece un leñador pero luce la mecánica de golpeo de un ingeniero aeroespacial. Metió la bota por debajo de la bola, alzó la palanca con violencia, y el proyectil subió y bajó hasta meterse por la escuadra como un dron. Quizás por inesperado, el 0-2 provocó la reacción desatada de Alonso, que comenzó a dar saltos en la zona técnica. Con ese marcador, la final de Dublín está a tiro de piedra.
La Roma simplemente languideció en los 20 minutos que le restaron al partido. La sensación de impotencia se contagió a las gradas. Nadie objetó lo sucedido. No hubo revuelta sino resignación ante el avance de un Leverkusen tocado por un halo mágico. Sus jugadores se creen invencibles.
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