Lunin, premio al empollón de la clase
Si alguna vez me veo ante una crisis, quiero que sea ese hombre tranquilo con el 13 a la espalda y máster en banquillos el que me coja de la mano
“El trabajo siempre tiene recompensa”, dijo el portero Andriy Lunin después de meter al Real Madrid en las semifinales de la Champions tras eliminar al vigente campeón, el City de Guardiola. No se cumple todas las veces, pero es hermoso verlo cuando sucede. Hace apenas cuatro años, el ucranio ocupaba la portería de un equipo de segunda, el Real Oviedo, que esa temporada peleaba, sobre todo, por no bajar. ...
“El trabajo siempre tiene recompensa”, dijo el portero Andriy Lunin después de meter al Real Madrid en las semifinales de la Champions tras eliminar al vigente campeón, el City de Guardiola. No se cumple todas las veces, pero es hermoso verlo cuando sucede. Hace apenas cuatro años, el ucranio ocupaba la portería de un equipo de segunda, el Real Oviedo, que esa temporada peleaba, sobre todo, por no bajar. Su etapa en el club blanquiazul comenzó con una comida donde él y su padre hicieron prometerle al técnico y al director deportivo que lo iban a poner de titular. No se fiaban. Los precedentes, cuando fue cedido al Leganés y al Valladolid, justificaban sus dudas. El Oviedo cumplió. Lunin también: contribuyó a que conservaran la categoría. Normal que el Principado presuma ahora y que los periódicos locales le hayan dedicado estos días decenas de artículos: “El héroe de la Champions se forjó en un pequeño piso de Lugo de Llanera”, dice La Nueva España. Fue, seguramente, desde esa localidad asturiana de 3.400 habitantes en la que se instaló a su llegada, donde ejercitó la primera cualidad de un buen guardameta: la autoestima.
Cuentan sus antiguos compañeros que lo primero que hizo al llegar a Oviedo fue comprar césped artificial para prepararse también en su casa y pedir al cuerpo técnico “entrenar más”. Lunin es ese niño empollón que había en cada colegio y que sugería a la profesora: “¿Por qué no nos hace un examen sorpresa?”. Antes de llegar al estadio Etihad el miércoles, también había estudiado a fondo a sus rivales; por eso —como contó David Álvarez en este periódico—, cuando Bernardo Silva lanzó el segundo penalti de la tanda, en lugar de tirarse a un lado, se quedó en el centro. Paró ese y otro más.
De pequeño, Lunin era delantero: “A todos les gusta marcar goles. Ser héroe es más bonito. Pero me convertí en portero poco a poco”, explicó en una ocasión a EL PAÍS. Los de los goles, sin embargo, tenían clarísimo el pasado miércoles quién había sido el héroe del partido, como muestra un vídeo donde Rodrygo, Bellingham y Rüdiger abrazan a su portero en el vestuario blanco. No solo paró dos penaltis. Capeó una lluvia de córners (18) y afrontó un acoso interminable del City, que realizó 117 jugadas de ataque por 17 del Madrid solo antes de la prórroga.
Se habla mucho estos días de la timidez de Lunin, de su seriedad, de su llamativa, por parsimoniosa, reacción —un miércoles más en la oficina—, cuando Rüdiger marca el último penalti y sus compañeros tienen que ir a buscarlo al campo para que celebre la victoria. Pero si alguna vez me veo ante una crisis, quiero que sea ese hombre tranquilo con el 13 a la espalda y máster en banquillos el que me coja de la mano. También el 14 veces campeón de Europa se encomendó a San Lunin cuando el equipo se quedó sin piernas después de 120 extenuantes minutos de partido.
En su cuenta de Instagram abundan, entre alguna estampa del campo, fotografías vestido de la misma manera que su esposa y su hijo y mensajes de apoyo a su país, Ucrania. “Mi gente, mi familia, mis amigos, mi escuela... están allí y no es fácil, cuando salen las peores noticias, estar concentrado en el fútbol”, declaró el miércoles, después de eliminar al campeón de Europa. Ha subastado camisetas firmadas por sus compañeros para pagar un dron para el ejército ucranio y ha pedido ayuda para sufragar ambulancias que atiendan a los heridos por los bombardeos rusos. Putin pensaba que iba a ser un paseo, pero más de dos años después, aún no ha ganado ni perdido la guerra. Ucrania resiste y un chaval tímido de 25 años recuerda cada día ese ejemplo en el vestuario más competitivo, donde nada se regala. Hace no tanto, cuando el club que le había fichado en 2018 por 8,5 millones de euros no contaba con él, Lunin se dejaba querer por un modesto equipo de segunda. Hoy recibe la merecida recompensa al trabajo, la disciplina y la sangre fría. En un juego rabioso de pasiones desmedidas tiene mucho mérito. Pero eso, en Oviedo, ya lo sabían.
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