Dos ovaciones y algunos pitos para Sergio Ramos en su regreso al Bernabéu 1.456 días después
El central sevillista, que vuelve a disputar un partido en Chamartín tras casi cuatro años, dirige una fortaleza vencida por su viejo colega Modric
Sergio Ramos accedió este domingo a las tripas del Santiago Bernabéu vestido con un jersey gris, solo y arrastrando una maleta de mano mientras saludaba a algunos empleados del Real Madrid que se encontraba a su paso. Casi cuatro años después, con una pandemia y una etapa personal frustrante en el PSG en medio, el central regresó a la Castellana. En total, 1.456 días desde otro domingo por la noche, en un clásico del 1 de marzo de 2020, que los ...
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Sergio Ramos accedió este domingo a las tripas del Santiago Bernabéu vestido con un jersey gris, solo y arrastrando una maleta de mano mientras saludaba a algunos empleados del Real Madrid que se encontraba a su paso. Casi cuatro años después, con una pandemia y una etapa personal frustrante en el PSG en medio, el central regresó a la Castellana. En total, 1.456 días desde otro domingo por la noche, en un clásico del 1 de marzo de 2020, que los suyos de entonces, los blancos, vencieron al Barcelona (2-0).
Después de tanto tiempo, mismo sitio pero distinto lugar para el andaluz. Un Bernabéu con el techo cerrado (de nuevo) y, esta vez, como visitante, como cuando lo pisó por primera vez en diciembre de 2004, también con el Sevilla. Ramos, taurino confeso, podrá decir que este domingo fue recibido por el tendido con dos ovaciones de salida y luego, durante la faena del partido, escuchó algunos pitos, no mayoritarios pero sí constantes y claros en muchas fases. Fue su encuentro número 307 en el Bernabéu entre el Sevilla, el Madrid y la selección. Llegó con 52 dianas en este recinto y se marchó con las mismas. También en silencio. El defensa, que en la previa escribió en sus redes que afrontaba “el partido más especial”, cerró la jornada sin hablar en público.
Durante la semana, le insistió a Jesús Navas, el capitán, que le dejara llevar el brazalete y su compañero, según desveló él mismo, accedió. Lo que no varió fue su papel de caudillo de una defensa muy poblada (cinco elementos) y de filas prietas que fue dirigiendo con sus clásicos silbidos. Todo, o casi todo, lo que tenía que ver con el Sevilla en el césped pasaba por él. Fue el primero en quejarse al árbitro por el gol anulado a Lucas Vázquez, también por el tanto de Luka Modric, y siempre (hasta el 1-0 del croata) le pedía con la mano al portero Nyland que demorara el saque de puerta mientras el público contaba los segundos que el meta tardaba en iniciar la jugada. Estaba a lo suyo y, si lo creía necesario, a lo ajeno. Como cuando apartó del árbitro a Toni Kroos —“Antonio”, como lo llamó en un duelo ante Alemania— para que sus insistentes quejas por una falta no le hicieran cobrar la segunda amarilla.
A esas alturas, no obstante, algunos aficionados ya le habían hecho ver que la ovación que recibió al salir a calentar no era unánime. Cada vez que tocaba la pelota, caían sobre él algunos pitidos, sobre todo, al inicio de la noche. Un rato antes, había escuchado la segunda ovación, cuando la megafonía anunció las alineaciones. El club, en su único gesto de homenaje delante de toda la grada, lo dejó para el final. Un detalle que no fue casual. Nada es aleatorio en el estadio blanco en la puesta en escena. Cuando cantan los nombres locales, Jude Bellingham es ya, desde hace semanas, el último en ser citado. Una manera sutil de situarlo en el trono. Este domingo, en ausencia del inglés, fue Vinicius.
Entre quejas locales al colegiado desde el tempranero tanto anulado y un clima creciente de ansiedad en la grada fue transcurriendo el reencuentro de Ramos con el Madrid. La última vez que habían estado unidos resultó todo mucho más silencioso. Y doblemente triste para él. Ocurrió un 22 de mayo de 2021 en el páramo de Valdebebas, en los tiempos en los que el fútbol todavía se disputaba envasado al vacío por miedo al covid. El central, ya con problemas físicos que luego arrastró en el PSG (no disputó el cruce de octavos de 2022 frente a los merengues), siguió desde el banquillo el último choque de esa Liga frente al Villarreal, en la que el Madrid acabó tras el Atlético. Días después, anunciaba su adiós con un lamento después de meses de negociación atascada: “Cuando acepté la oferta de renovación, me dijeron que ya había caducado”.
Al final, su encuentro 307 en el nuevo Chamartín se lo acabó chafando un viejo colega, Luka Modric, con quien se intercambió la camiseta tras abrazarse con todo madridista que se encontró a su paso tras el final. “Era un honor jugar contra él. Se lo he dicho antes del partido. Ha sido mi ídolo”, le despidió Nacho.
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