El grito de Nico Paz: el canterano desatasca la victoria del Madrid ante el Nápoles
Un gol del joven de 19 años desencalla un duelo en el que los italianos se habían rebelado al dominio de los blancos comandados por Rodrygo y Bellingham
Con la noche encallada, la ganzúa la encontró Nico Paz, un canterano de 19 años que apura sus sorbos iniciáticos en el primer equipo con la voracidad de quien conoce bien su escasez. El Madrid llegaba y llegaba, pero el partido lo ganó la joya de La Fábrica con un tirazo lejano, una demostración de ausencia total de timidez y calidad destilada en su primera gran noche en la Copa de Europa. En el Real no abundan las ocasiones para la cantera y Nico Paz se abrazó a la suya con un gol memorable que completó ante el Nápoles el pleno de victorias en los primeros cinco partidos de la fase de grupos,...
Con la noche encallada, la ganzúa la encontró Nico Paz, un canterano de 19 años que apura sus sorbos iniciáticos en el primer equipo con la voracidad de quien conoce bien su escasez. El Madrid llegaba y llegaba, pero el partido lo ganó la joya de La Fábrica con un tirazo lejano, una demostración de ausencia total de timidez y calidad destilada en su primera gran noche en la Copa de Europa. En el Real no abundan las ocasiones para la cantera y Nico Paz se abrazó a la suya con un gol memorable que completó ante el Nápoles el pleno de victorias en los primeros cinco partidos de la fase de grupos, y el primer puesto del equipo, al que le bastaba el empate para eso.
El canterano desatascó un encuentro que cuando empezó no pareció que fuera a necesitar nunca algo así. Hubo un instante que resumió el punto en el que se encuentra este equipo que ahora comanda Rodrygo. El brasileño recibió en el centro del campo, se deshizo de una marca con el control y se giró hacia la portería de Meret. Fue como si prendiera una llama. Se encendió un murmullo creciente en la grada. Le quedaba mucho campo por delante. También algún defensa. Pero cientos de aficionados empezaron a levantarse de las butacas. Alguno estiró ya los brazos 20 metros antes de que alcanzara el área. Después de una travesía por territorios oscuros, Rodrygo vuela iluminado, y a su paso irradia el temblor de la inminencia.
Esa vez quedó en nada, pero solo hacía unos minutos que el Bernabéu había probado otra ración de su trance. El Nápoles abrió una breve grieta en el dominio del Madrid. Kvaratskhelia le ganó unos metros a Carvajal y Valverde y envió un pase al segundo palo, desde donde Di Lorenzo echó la pelota hacia la portería. Allí apareció Giovanni Simeone para empujar el gol. El chasco fue desconcertante. Porque no se correspondía con el guion del partido, y por el goleador, el hijo del Cholo, símbolo atlético, marcando en el Bernabéu. Pero Rodrygo entró en vibración hace unas semanas y mantiene la frecuencia.
Solo pasaron 79 segundos, celebración incluida, desde el gol de Simeone y el instante en que el brasileño espantó el malestar de Chamartín. Robó Brahim, avanzó y le cedió la pelota a Rodrygo, que pisaba la zona izquierda del área. Ahí emprendió una ruta familiar: se alejó de la portería hacia el centro mientras se acercaba a la escuadra donde le esperaba el gol, el mismo trayecto de los dos que le metió el domingo al Cádiz.
Después de las emociones, el duelo volvió al carril por el que lo había llevado el Real, con Kroos a los mandos. El alemán había desplegado sus mapas para otra lección de dirección de campo. Auscultaba un rato la izquierda con Bellingham, Rodrygo, Mendy y Brahim. La pelota fluía, fluían los jugadores en una danza desconcertante para la defensa del Nápoles. Cuando se secaba esa vía, Kroos levantaba la mirilla y apuntaba al otro lado, con largas diagonales hacia los avances de Dani Carvajal. Y cuando había inclinado lo suficiente al Nápoles hacia aquel costado, volvía atrás.
Allí apareció Alaba en una de esas para acertar con un centro a la cabeza de Bellingham, que marcó entrando al área a la carrera. El inglés es la música de fondo continua de este Madrid, ese soniquete del Hey Jude que suena por debajo mientras sobre él se suman otras voces: Vinicius cuando estuvo, Rodrygo ahora, con seis goles en los últimos cuatro partidos, con 18 tantos ya en la Champions, el décimo anotador histórico del Madrid en su torneo fetiche.
El engranaje de Ancelotti evolucionaba con suavidad sin que enfrente pareciera surtir demasiado efecto la llegada al banquillo del Nápoles de su viejo amigo Walter Mazzarri. El técnico se estrenó el fin de semana con una victoria en Bérgamo contra el Atalanta, pero en el Bernabéu no emitía apenas señales de nada. Hasta que el descanso cortó el hilo sobre el que corría el Madrid, que regresó al campo medio aturdido y se encontró con que Anguissa embocó con una potencia formidable un disparo sin apenas ángulo, por una rendija entre Alaba y Lunin.
Poco después, el mismo Anguissa le birló un balón a Ceballos, que iba perdiendo fuelle, y al Madrid se le cortó la respiración mientras Kvaratskhelia entraba en el área escoltado por dos compañeros para encarar a un solo defensor. Aquello lo desactivó Valverde deslizándose por la hierba.
El Madrid se había descoyuntado, se le habían escurrido las bridas, y el Nápoles aprovechó para comenzar a devolver los golpes. Kroos ya no sostenía la batuta y el Real empezó a echar la caña en el descontrol, después de que Ancelotti refrescara la tropa introduciendo a Joselu y Nico Paz por Ceballos y Brahim, fundidos.
Bellingham y Rodrygo exprimían los desajustes que ya le asomaban al Nápoles. El asalto, con cierto aroma a la urgencia de las remontadas, se topó con el desenfoque de Joselu. Después de dejar sin empujar un gol en Cádiz, contra el Nápoles echó fuera un cabezazo a puerta vacía y depositó mansamente en el regazo de Meret un mano a mano. Y cuando al final acabó embocó un servicio exquisito de Bellingham, más que celebrar, pidió disculpas.
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