La España de Lamine y Panero

Hay algo en ese sonreír y ese caminar de Lamine que nos recuerda la capacidad del fútbol para alegrarnos la vida y cargarnos de razones en pos de la belleza

Los jugadores de la selección española celebran después de su triunfo ante Francia.Alberto Estevez (EFE)

Observando la parábola que trazó el disparo de Lamine Yamal contra Francia me entraron ganas de volver a estudiar matemáticas. O filosofía, que algún problema teórico debe encerrar el hecho de encarar a una de las defensas más experimentadas de Europa, abordar la problemática moral del respeto a tus mayores, imaginar un desenlace satisfactorio para una parte importante de la humanidad y soltar un pepino a la escuadra que no ...

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Observando la parábola que trazó el disparo de Lamine Yamal contra Francia me entraron ganas de volver a estudiar matemáticas. O filosofía, que algún problema teórico debe encerrar el hecho de encarar a una de las defensas más experimentadas de Europa, abordar la problemática moral del respeto a tus mayores, imaginar un desenlace satisfactorio para una parte importante de la humanidad y soltar un pepino a la escuadra que no es otra cosa, ustedes comprenderán, que el ejercicio de la razón en todas sus formas. Qué lástima el no haber aprovechado mejor los esfuerzos de mis padres por concederme una preparación académica con la que ellos no pudieron ni soñar. Y qué pertinente recordar lo que cada uno de nosotros estaba haciendo a la edad en que Lamine Yamal plantó su primera gran pica en la escena internacional.

Creo que fue Michi Panero quien acuñó aquello tan certero de que “en la vida se puede ser de todo, menos un coñazo”. Y sea dicho lo del coñazo con todo el sentido metafórico de la expresión y siendo fiel a las palabras del poeta: que nadie entienda, o quiera entender, esto como algarada machista, o de desprecio a más de la mitad de la población. La España de Lamine Yamal, Nico Williams, Rodri Hernández y Carvajal, entre otros, es el equipo más divertido y trascendente de esta Eurocopa, lo cual no es poco decir tras haber asistido a un torneo en el que las grandes selecciones del continente parecen no saber qué hacer con sus reservas nacionales de talento, mientras alguna otra, como en el caso de Francia, ya no es tanto que no sepan como que no quieran: qué tristeza ser o sentirse francés y presentarse ante el mundo como una gamba en gabardina untada en mayonesa.

España, esta España liderada por un seleccionador sospechoso en origen (sin grandes méritos para acceder al cargo y lastrado éticamente por aquellos aplausos al discurso salvaje de Luis Rubiales en la sede de la RFEF), es un equipo que compite al máximo nivel mientras se ocupa de devolver al espectador una parte de lo entregado, da igual si hablamos de dinero, ilusión o tiempo. Ese hincha, a menudo despreciado por quienes entienden que el fútbol va solo de ganar y que cualquier camino es honesto. Ese aficionado sangrado por clubes, federaciones, operadores de televisión o marcas de ropa, se ha encontrado en esta España a un grupo dispuesto a demostrar que el sufrimiento solo es una forma distinta de belleza cuando el talento puede fluir en tiempo y forma hacia la portería contraria. ¿Qué habremos hecho mal durante tanto tiempo para que entrenadores como Deschamps, por ser el ejemplo más próximo, se empeñen en tratar de demostrar que el camino más recto a la victoria es no intentarlo?

Hay algo en la parábola de Lamine Yamal (en la parábola trazada por su disparo, que para paralelismos bíblicos ya habrá tiempo cuando cumpla la mayoría de edad) que nos devuelve a la senda de la razón y el conocimiento. Hay algo en ese sonreír y ese caminar que nos recuerda la capacidad del fútbol para alegrarnos la vida y cargarnos de razones en pos de la belleza. O en pos de la vida cañón, como cantan los chavales de Alcalá Norton. Hay algo en esta España de mil colores y mil banderas que nos recuerda la diferencia esencial entre imaginar un golazo por la escuadra o pasar por la vida sin leer a Panero. Menuda lección de vida nos están dando estos chavales, yo diría que sin querer dárselas de nada.

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