Abrir los ojos

Hay agitadores en redes que discuten la españolidad de Nico y Lamine. Uno mantiene la esperanza de que abran los ojos y dejen el discurso del odio

Lamine Yamal y Nico Williams celebran la victoria ante Alemania.Image Photo Agency (Getty Images)

En una entrevista en eldiario.es con Ana Requena Aguilar, la historiadora y escritora Mary Beard reconocía un poco avergonzada que años atrás en un viaje en avión escuchó una voz de mujer dando la información de vuelo y se preguntó por qué estaría haciéndolo una azafata en lugar del piloto. Beard, feminista activa, ilustraba con esta anécdota cómo a veces debemos luchar contra estructuras preestablecidas en nuestra manera de ver el mundo, prejuicios en el sentido etimológico del término, que impiden que entendamos la realidad de las cosas.
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En una entrevista en eldiario.es con Ana Requena Aguilar, la historiadora y escritora Mary Beard reconocía un poco avergonzada que años atrás en un viaje en avión escuchó una voz de mujer dando la información de vuelo y se preguntó por qué estaría haciéndolo una azafata en lugar del piloto. Beard, feminista activa, ilustraba con esta anécdota cómo a veces debemos luchar contra estructuras preestablecidas en nuestra manera de ver el mundo, prejuicios en el sentido etimológico del término, que impiden que entendamos la realidad de las cosas.

Cuando leí la entrevista pensé en un conocido mío, llamémosle Seydou, y la respuesta que regala a quién le pregunta cómo está. Háganse una idea: mide uno noventa, lleva el cráneo rapado al cero y luce una enorme sonrisa de dientes blanquísimos que contrastan con su piel de ébano. Pues bien, cuando le preguntan, comienza a responder arrastrando las palabras lentamente con voz de barítono y acento africano “como decimos en mi país…” para inmediatamente realizar una pequeña pausa y concluir riendo “oso ondo!” (muy bien, en euskera).

Me acordé de Seydou leyendo a Mary Beard, decía, porque la primera vez que me respondió eso sentí que, como la historiadora en su vuelo, había recibido una lección: Seydou es de aquí y allí al mismo tiempo y su juego es mostrarte que su lugar también es este, cuando al oír “mi país” tú le has pensado solo de fuera.

En Seydou pienso mucho también estas semanas de Eurocopa en las que las redes sociales desbordan de apocalípticos mensajes que usan el campeonato europeo para clamar contra una supuesta invasión extranjera. El modus operandi es siempre el mismo: muestran una foto actual de uno de los seleccionados y la comparan con una antigua, para poner en duda la legitimidad de los jugadores actuales que no son blancos para representar a su nación. No es algo nuevo. Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania llevan años lidiando con estos discursos. De hecho, ya en 1998 Le Monde Diplomatique publicó una fotografía del once inicial del equipo que sería campeón del mundo en la que habían borrado a los jugadores de origen migrante para poner el grito de alarma sobre la Francia que Le Pen padre quería.

El fenómeno, sin embargo, sí tiene dos preocupantes rasgos nuevos. El primero es que antes se reducía a una parte anecdótica de la población, mientras que ahora parece haberse extendido como un virus funesto, especialmente en los jóvenes. El segundo es que ha llegado a España, donde la racista ultraderecha ha pasado de estar hasta hace poco escondida en el armario de lo vergonzante para ocupar ahora gran parte del discurso público. Así, en las últimas semanas hemos tenido que soportar que decenas de agitadores compartan fotografías de Nico Williams y Lamine Yamal para preguntarse por su españolidad.

Desde aquel 1998 en el que Le Monde usara el ejemplo del fútbol para ilustrar los peligros de la ultraderecha, el mundo ha cambiado mucho y cada vez son más comunes las identidades múltiples, esas que se escriben con guion y se narran con relatos que mezclan la necesidad y el descubrimiento. Todo migrante es de varios lugares, aunque en todos se le piense más del otro lado que de este. Benzema se lamentaba de que cuando marcaba gol era francés, pero cuando fallaba le veían solo como árabe.

Uno mantiene la esperanza de que la gente puede cambiar y de que gran parte de quienes hoy articulan discursos de odio basados en prejuicios, sobre todo los jóvenes, se den cuenta con el paso del tiempo de lo equivocado e injusto de sus apreciaciones y el dolor que producen en otros. Uno espera que entiendan que es el prisma con el que miran la realidad el que les devuelve una imagen fea y distorsionada del mundo. El mundo de hoy es mestizo y las identidades, por suerte, no son rígidas y preestablecidas, sino construibles y variables, y eso es bueno. Uno espera, en definitiva, que abran los ojos y, como le sucedió a Beard en un avión y a mí con el saludo de Seydou, comprendan que muchas veces son nuestras anquilosadas estructuras mentales las que nos impiden ver la riqueza real del paisaje humano.

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