La infinita voracidad de Cristiano
Portugal bate al final a Hungría con dos dianas de su estrella, que ya es el máximo goleador histórico de la competición y el único que ha jugado en cinco ediciones
Un gol pleno de fortuna abrió el partido para Portugal, que padeció un calvario ante Hungría en un estadio atestado de público porque el gobierno húngaro autorizó que se cubriese todo el aforo del Puskás Arena. Volvió el fútbol a estar acompañado del ingrediente que le da sabor y en Budapest se cocinó un partido vibrante y de resolución tardía, con tres tantos lusos en ocho minutos. El que decantó todo lo logró Guerreiro tras u...
Un gol pleno de fortuna abrió el partido para Portugal, que padeció un calvario ante Hungría en un estadio atestado de público porque el gobierno húngaro autorizó que se cubriese todo el aforo del Puskás Arena. Volvió el fútbol a estar acompañado del ingrediente que le da sabor y en Budapest se cocinó un partido vibrante y de resolución tardía, con tres tantos lusos en ocho minutos. El que decantó todo lo logró Guerreiro tras una serie de tropiezos y rechaces que favorecieron a los lusos. Luego rubricó por dos veces el depredador Cristiano Ronaldo, que con 11 dianas ya es el futbolista con más goles en fases finales de la Eurocopa, dos más que Platini, y el único que ha saltado al campo en cinco ediciones. Y ha marcado en todas, claro.
Portugal sufrió y goleó en un partido que se le convirtió en un cuello de botella: todo lo que se le atrancó acabó por dispararse. Apabulló a un oponente muy inferior, esforzado para achicar todas las vías de agua que tenía y que pronto quedaron en evidencia porque los húngaros empezaron el partido despistados en las marcas. Quizás se aturdieron ante la movilidad de los lusos, en especial la de Diogo Jota, que no cesó de moverse por todo el frente del ataque, tan hiperactivo como desafortunado en la resolución. El chico hizo lo que mandan los cánones que debe hacer un delantero cuando tiene la portería ante sí, rematar. Pero tuvo mejores opciones. Desde luego en la primera, nada más amanecer el partido, debió haber levantado la cabeza para ver a Cristiano en solitario ante Gulacsi. Se ganó una reprimenda del líder del equipo y a partir de ahí, por más que se esforzó, ya transitó cruzado.
Hungría, anclada a una zaga de cinco hombres en línea, con buenos centrales y un excelente portero, sobrevivió durante casi hora y media a un aluvión. Portugal le atacó por todos los flancos. Quizás le faltó fútbol al vigente campeón por dentro, donde, en todo caso, Bruno Fernandes se manejó en una maraña, Bernardo Silva se constriñó durante bastantes minutos en la banda derecha y entre Danilo Pereira y William Carvalho, dos gemelos, funcionaba mejor la resta que la suma.
La ausencia del gol generó ansiedad en Portugal, la propia de un equipo que se sabe muy superior y que se observa en el marcador con el mismo premio que su rival. Pasada la media hora de juego, Hungría encontró una falta en un lateral del campo luso. La grada la celebró como si fuese medio gol. Para entonces ya daba la impresión de que Hungría jugaba con un ojo puesto en el reloj, en que marcase las horas.
Empezó a parecerlo todavía más cuando la segunda parte empezó a transitar con idéntico guion, pero esa agonía húngara empezó a jugar a su favor. Portugal incorporó a su repertorio el balón parado, pero Gulacsi, el meta del Leipzig, estuvo felino primero para repeler un remate de cabeza de Pepe que se iba a la red, y más tarde para desviar un zapatazo de Bruno Fernandes desde la frontal. Portugal buscó nuevas soluciones, pero lo hizo cada vez más apurada. Con menos aliento, la pelota empezó a circular con menos alegría y Hungría comenzó a llegar a todos los espacios.
El doble pivote portugués no se deshizo hasta más allá del minuto 80, cuando entró Renato Sanches, que al menos le dio piernas al equipo. Carvalho y Danilo se afanaron en intercambiar alturas, pero no cesaron de solaparse. El seleccionador Fernando Santos no encontró espacio para sumar talento y que Bruno Fernandes viese el fútbol de cara. A João Félix no le dio bola.
El muro cayó cuando un centro de Rafa Silva tropezó en Attila Szalai y le quedó en la frontal a Guerreiro, un lateral zurdo que ya operaba como un nueve. Su remate volvió a tropezar, ahora en Orbán, y se envenenó a la red para diluir a los húngaros, que se vinieron abajo. Apareció entonces, voraz, Cristiano Ronaldo, que marcó dos goles en cinco minutos, el primero de penalti.
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