“El fútbol, como el baile, se lleva en el cuerpo. Y yo lo llevo dentro”
María Teresa Berenguer es, tal vez, la aficionada más célebre del Valencia CF. Una foto suya la tarde del 18 de abril de 1971 en la grada de Sarrià (Barcelona), cuando el club valenciano acababa de proclamarse campeón de liga con Di Stéfano en labores de entrenador, ilustró la noticia del título liguero en el NODO y se coló en incontables reportajes de periódico.
Con el escudo del murciélago en la camiseta, con un abrigo de paño camel y una boina, la sonrisa de esa joven de 18 años se convirtió en un icono valencianista. Su identidad, hasta hace poco, fue un secreto. Los aficionados se referían a ella como Noelia (por los versos de la canción de Nino Bravo; “hace tanto que sueño con ella, y sólo sé que se llama Noelia…”). Sin embargo, durante el centenario del club, en la temporada 2018/19, se propusieron encontrarla. Y, cuando dieron por fin con la protagonista, su historia no hizo sino agigantar el mito: se crio en el Brasil de los tres mundiales, el de Pelé y el de su ídolo Rivelino; llegó a Valencia ese 1971 para establecerse con su padre, quien, al enterarse de su pasión por el fútbol, le dijo: “Te vienes conmigo a Sarrià”. “Desde entonces, valencianista de corazón, alma y huesos. Cincuenta años siguiendo al equipo por todo el mundo. No sé cómo demonios no me encontraron antes…”, cuenta sonriente Mari Tere, alias Noelia, que incluso compró acciones del club para apoyarlo.
La experiencia de Mari Tere Berenguer en su propia voz
Hola. Soy Mari Tere. Una foto mía en la grada de Sarrià celebrando el título de liga del Valencia en 1971 dio la vuelta a España. Como dicen mis nietos, se hizo viral.
¿Saben lo que les digo? Si volviera a nacer hoy sería futbolista.
Si en mi tiempo hubiera habido la mínima posibilidad, habría superado cualquier barrera para haber sido jugadora de fútbol. Porque el fútbol es como el baile. Se lleva en el cuerpo. Y yo lo llevo dentro. La verdad es que sí…
Con tres años y medio me mudé a Brasil con mi madre, que se había separado de mi padre. Vivía en Sao Paulo y era del Corinthians, no del Santos de Pelé. No. Adoraba a Roberto Rivelino. Tendría 10 u 11 años cuando me acerqué con una grabadora y les hice una entrevista a todos los jugadores de la plantilla después de su entrenamiento con la excusa de hacer un trabajo para el colegio. Fui andando durante dos horas de mi casa al campo. Muy feliz. La profesora me dio la calificación más alta, por supuesto.
Regresé a España en el 71, ya para quedarme aquí. Yo nací en el mercado central de Valencia, mis abuelos tenían allí una carnicería, y yo continué con el negocio, hasta que me jubilé hace poquito… (¡Ahora me dedico a practicar yoga y a ver los partidos por la tele!)
Al mes del regreso, mi padre, que sabía por las cartas que le mandaba que me pasaba los recreos dándole patadas al balón, quiso llevarme a Sarrià. “¡Es una final para el Valencia!”, me dijo. Dependíamos del resultado del Atlético de Madrid, pero por la radio ya sabíamos que nos favorecía ese resultado. Cuando se extendió el rumor por las gradas mi padre saltó al campo, y yo detrás de él. Éramos campeones. Oye, lo pasamos de bien, ¡qué magia! Aquella noche cenamos en un restaurante de Barcelona. Jackie Stewart, el campeón de Fórmula 1, estaba en la mesa de al lado; vio mi camiseta del Valencia y me firmó un autógrafo en la gorra. Nos invitó a champán. Y mi padre alquiló un coche de caballos y anduvimos festejando, con la bandera del Valencia, por las calles de Barcelona hasta altas horas de la madrugada… Desde entonces amé a ese equipo, al que he seguido en los mejores y en los peores tiempos. Mi Valencia.
Cuando bajamos, me compré el abono para tres temporadas seguidas… Si había que arrimar el hombro, el Valencia podía contar conmigo. Mi marido, mis hijos, todos en mi familia compramos acciones, cuando el club necesitó de sus socios. No sé exactamente cómo, pero a mi alrededor se juntó un grupo de futboleros majísimo, amigos con los que hemos viajado a todas partes; en bus y avión, por España y fuera también, en el extranjero… ¡Más de cuatro décadas a ese ritmo!
El caso es que aquella fotografía de Sarrià se volvió icónica, pero nunca le di demasiada importancia. Pasé alguna vergüenza, cuando un tío mío, dueño de un cine en un pueblo valenciano, juntó a todos los vecinos y proyectó el NODO para presumir ante ellos: ¡esa es mi sobrina! Casi 50 años después volví a los periódicos. No me lo podía creer. Era la temporada 2018/19, la del centenario. Resulta que, sin que yo supiera nada, habían estado buscándome en redes sociales, preguntándose quién era la de la foto. ¡Con lo fácil que era encontrarme en la tribuna de Mestalla o en el mercado central! Porque yo tengo muchos amigos que van al fútbol y, sin embargo, ninguno me dijo: “están buscándote”.
Cuando yo empecé a ir al campo, no abundaban las mujeres en las gradas. Éramos muy pocas mujeres. Eso hoy ha cambiado muchísimo. Algo que me ilusiona. El ritual de ir al fútbol no se limitaba a lo que ocurría en el estadio: la verdad es que luego nos íbamos a cenar, charlábamos, nos lo pasábamos bien… el fútbol era un elemento de nexo con amigos, la excusa para que estuviéramos juntos, pasándonoslo lo mejor que pudiéramos. ¿Hay acaso alguna distracción mejor? ¿Y no creen que esa sensación de pertenencia que da el fútbol es ahora casi más importante de lo que lo fue para aquella joven de 18 años recién aterrizada en España?