Pablo Castrillo, el ciclista con capa de la Vuelta a España

El colosal ciclista del Kern Pharma repite triunfo de etapa al tiempo que Roglic sigue recortando segundos con el líder O’Connor

Castrillo, envuelto en niebla, celebra su segundo triunfo de etapa en la Vuelta en lo alto del Cuitu Negru.Javier Lizon (EFE)

Tres kilómetros eternos de carretera directa al cielo. Ese era el titánico esfuerzo que le restaba a Pablo Castrillo para firmar una de las más bellas odas al ciclismo, etapa reina de la Vuelta. Rampas inhumanas, tramos quebrantapiernas con una pendiente del 24%, esfuerzo marciano y, sobre todo, un ciclista con capa. Ahí va Castrillo con su ya habitual cabeceo, la bici de lado a lado, el aire que no le llega. O eso parece porque Vlasov le da caza a falta de 900 metros, también con la lengua fuera, la boca abierta en busca del oxígeno. Deporte lírico, la bruma se apodera de la montaña pero no de la gazuza de Castrillo, que se había guardado una pizca de orgullo, de piernas, y lanza un último ataque. El definitivo. “Le he visto tan fastidiado como yo y he probado el ataque. Eran unos metros, sufrir mucho hasta arriba”, recocería después el corredor. Se frota los ojos su rival, incrédulo, al tiempo que el pasillo humano sobre el asfaltó le envuelve con su aliento. “¡Vamos Pablo!”, exclama el mundo. Desde la sala de prensa se grita, se berrea, se deja de escribir y la gente se pone de pie, historia para contar. Es el contagio de la honestidad, del que dignifica el oficio con todo lo que tiene y más; es, sin más, Pablo Castrillo ganando la etapa, repitiendo laurel porque ya venció en Manzaneda. “Increíble, esto no se puede explicar. Vencer el otro día fue irreal y esto es un puto sueño”, acierta a decir tras la meta el corredor del Kern Pharma, equipo de Segunda División en la UCI y puntero en esta Vuelta. Por detrás, en la guerra del maillot rojo, Roglic sigue en sus trece, capaz de volver a recortarle tiempo a O’Connor [38 segundos], todavía líder con 1m 03s. Pero el monumento se lo merece Castrillo.

Desde primera hora de la mañana se dio un gorgoteo incesante de ciclistas que se animaban a hacer la temida ascensión del Cuitu Negru, pedaladas con plomo en las piernas, muchos vencidos que, pies en el suelo, se contentaban con tirar de la bici. En el penúltimo peldaño de la estación, una concentración masiva de roulottes, de verdaderos aficionados al ciclismo, Asturias y su gran pasión por las dos ruedas y el manillar. Era día de fiesta, de manteles sobre el césped, y no fueron pocos los que con el paso de las horas vaciaban las mochilas y llenaban el buche, tortillas, chorizo —incluso los osados se decantaban por la afanada fabada—, cualquier cosa para regar con un buen tinto. Esos, sin embargo, se limitaban a mirar hacia arriba. Porque otros, los más gallardos, probaban a la montaña infinita de bosques frondosos, de árboles solemnes, salpicada con riachuelos, musgo presente, verde por doquier. Un rompepiernas mayúsculo que se acentuaba en los últimos tres kilómetros, ahí donde reverberaba la jarana ciclista, donde se alquitranó el camino para hacerlo transitable. Entre curvas reviradas, eses en las que el oxígeno apenas llegaba a los pulmones, bastantes aficionados se animaban a subir el muro al tiempo que les alentaban los que aguardaban tras las vallas, gritos de sustento, choques de palmas, alegría y bulla sana. Había tramos, en cualquier caso, en los que la niebla se apoderaba del risco, retales de hierba también en los que unos cuantos caballos disfrutaban del día. Un gozo para la vista y un tormento para las piernas.

Aunque costó un poco que fraguara la escapada, varias intentonas frustradas, bofetadas a las intenciones de los valerosos, esta acabó por darse con un ramillete de corredores, habituales sospechosos en esta Vuelta. Como Soler, Vine, Meintjes, Castrillo… Aunque no todos pudieron correr con el turbo sostenido, al fin seis fugados con Sivakov al frente [estaba a seis minutos y medio del líder en la general], bien envuelto por su compañero Vine. Como jinetes de aderezopor eso de que el ritmo lo ponía el UAE— estaban Vlasov (Bora), Castrillo, Parcher y Küng (FDJ), además de Armirail (AG2R). Hombres fuertes que desataron el trabajo de zapa porque, por una vez, el pelotón no regaló la etapa, sino que endureció la carrera, empecinado el Soudal (T-Rex en este certamen por eso del patrocinio) en hacer de la estrechez una virtud, pues era, pensaban, barbecho para Landa. Fallaron el tiro. Así, el pulso entre David y Goliat llegó al último puerto con una diferencia de tres minutos. Suficiente para Castrillo.

Allá en la cima, a una altitud de 1.850 metros, quedaba la meta. 18,9 kilómetros con una media del 7,4% de pendiente y rampas extraterrestres, quizá el límite de lo que se puede subir. Por eso Roglic hizo de Daniel El Travieso, táctica planeada por el equipo antes de encarar el Cuitu Negru, cuando se apeó de la bicicleta para cambiarla por otra con una paella más grande, casi como si fuera de mountain-bike, con más piñones y un único plato. Más pedaladas y menos esfuerzo en cada una de ellas, subir con algo más de cadencia y ligereza. “Creemos que es una buena combinación”, reveló el director deportivo del Bora, sin querer desvelar los piñones. Para volver enlazar con el grupo, sin embargo, Roglic y dos de sus acólitos estuvieron 54 segundos a rebufo del coche, algo a todas luces ilegal que la comisión de la carrera sancionó con 20 segundos.

No varió su apuesta el Soudal en la Estación de Montaña Valgrande-Pajares, el Cuitu Negru, ritmo, ritmo, flus, flus, la selección natural de los más fuertes. Primero Vansevenant, después Lecerf y por último Cattaneo, los dinosaurios al poder enfilando y desgajando al pelotón, por más que los aspirantes al cetro se mantuvieran en pie y que los tres fugados que seguían latiendo (Vlasov, Sivakov y Castrillo) todavía disfrutaban de dos minutos. Hasta que Landa lanzó su ataque, fuegos de artificio para Roglic y Mas, fuertes como de costumbre. Pero el que dinamitó la carrera fue Lipowitz, que asumió el rol de gregario de lujo y lanzó un ataque que descompuso al pequeño grupo de aspirantes, pues Roglic le cogió la rueda para desespero de O’Connor, que duró un suspiro. Lo necesario para que el esloveno volviera a cambiar de marcha para deshacerse del reto. O casi, claro, porque Mas no solo le hizo de sombra sino que acabó por rebasarle, por cruzar la línea de meta justo por delante de él. Aunque todo eso ya le daba igual a Castrillo, que trataba de encontrar el aliento perdido. Suya fue la épica sobre la bici, la victoria monumental, la gloria y la historia.

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