Con su tercera victoria, Tadej Pogacar, más fuerte que nunca, lleva al Tour de Francia a una nueva dimensión
El esloveno, de 25 años, consigue su sexto triunfo de etapa en la contrarreloj final para sellar su dominación absoluta del ciclismo ante Vingegaard y Evenepoel y reconquistar la carrera francesa que ya ganó en 2020 y 2021
La contrarreloj refleja el podio. La voluntad de desafiarse. El dominio absoluto de Tadej Pogacar, que gana su tercer Tour a lo grande, a 45 de media después de subir, como si fuera el rally de Montecarlo, derrapando en las curvas, Turbie y col d’Èze. Segundo, como en la general, como todo el Tour, Jonas Vingegaard. Tercero, el futuro, Remco Evenepoel. Los dos, un minuto después en la contrarreloj. A 6m 17s y a 9m 18s, respectivamente, en la general. Es el triunfo aplastante de Caníbal II.
Fueron un inicio de excepción por la pandemia y un final extraordinario, por los Juegos. Dos hechos que, con el paso del tiempo, han obrado valor premonitorio. Y nadie olvida que el topónimo Niza nace en Nikaïa, la ninfa de la victoria que los griegos llamaron Nike y los romanos latinizaron en Nicea. Cuando solo la profecías del horror se cumplen, la alegoría de Tadej Pogacar regocija los corazones. En un giro de vida, 360 grados completos, que nadie podía haber previsto ni escrito, el ciclista esloveno, que aún no ha cumplido los 26 años, ha subido al podio de la victoria de su tercer Tour en el mismo lugar en el que comenzó el primero de los que ganó, el de 2020, cuando la pandemia, la plaza de Massena, junto al paseo de los Ingleses de Niza. Como si hubiera recorrido Francia, y el ciclismo mundial, los últimos cinco años como el jinete con la cabeza al revés del cuadro de Marc Chagall en el museo que ilumina una de las colinas de Niza, y sus vidrieras, cabalgando hacia el futuro mirando siempre el inicio de todo, y el cielo.
“El primer Tour fue una sorpresa para todos, y también para mí, ni yo me lo esperaba. Me conformaba con ser segundo y ganar la última contrarreloj, pero superé a Roglic”, recuerda Pogacar. “El segundo, en 2021, lo resolví pronto, con una larga escapada en los Alpes un día de mucha lluvia y frío que aún recuerdo como uno de los mejores días sobre la bicicleta, full gas todo el día. Saqué mucho tiempo a todos. Fue un Tour tranquilo”. Aunque Vingegaard terminó segundo, no hubo duelo. Los grandes pulsos fueron los de 2022 y los de 2023, los que Pogacar perdió. “En 2022 tuve un mal día. Me equivoqué tantas veces siguiendo a Primoz y a Jonas en el Galibier que al final exploté. Y eso fue todo, un mal día. Luego, el año pasado llegó el accidente en la Lieja. No salí con la bici hasta el 25 o 26 de mayo. Así que faltaba más o menos un mes para el Tour y pedaleaba con un brazalete en la muñeca. Y aún lo llevaba puesto la primera semana del Tour mientras dormía porque no quería rodar sobre la mano y rompérmela otra vez. Así que esto fue el año pasado un gran problema. No estaba preparado físicamente tras la caída y tampoco mentalmente para el Tour del año pasado”.
El penúltimo domingo de julio, Niza es París. El mismo calor, más humedad. La misma cantidad de gente y los clochards durmiendo en los bancos sudorosos, pero en menos espacio. No hay Champs Elysées, pero hay Promenade des Anglais. Y por las calles pasean africanos de Asmara exiliados, orgullosos de ser eritreos, y llevan camisetas negras que dicen ‘Bini’, por Biniam Girmay, que aprendió a montar en las bicicletas viejas que los italianos abandonaron cuando perdieron las guerras y es el maillot verde del Tour de Francia, que, por primera vez en su historia rinde homenaje con un pase extraordinario por el podio a su farolillo rojo, Mark Cavendish, capaz de terminar el Tour a los 39 años, aun el último, después de haber ganado su 35ª etapa, una más que Eddy Merckx, más que ninguno en la historia.
Con la victoria en la contrarreloj, Pogacar consigue su sexta victoria de etapa en el Tour del 24, la 17ª en sus cinco Tours. Los números invitan claro a proclamarle Caníbal II y a compararle con Caníbal I, Merckx, el belga cuyos pasos pisa. Como el belga del 70, que ganó Giro y Tour y cantidad de etapas y tan superior, entre las dos carreras, Pogacar ha ganado 12 etapas y ha estado 39 de los 42 días con el maillot de líder (20 de rosa, 19 de amarillo) para desazón de los ciclistas y cierta languidez de los aficionados, que aman los duelos y la rivalidad, que en este Tour duró dos días. Merckx ganó su tercer Tour, el de 1971, el de la caída de Ocaña, recién cumplidos los 26, y su alma de campeón se apagó a los 29, nada más ganar en 1974, su mejor temporada, el quinto Tour tras el quinto Giro. Cuando se habla de ello, la gente de Pogacar prefiere no pensar. Ni tampoco el esloveno, que no mira los récords, sino su propio afán y no sabe si seguirá corriendo a los 28, a los 29 o a los 30. “Mientras me siga divirtiendo en la bici seguiré corriendo”, promete. “Tengo más experiencia. No cometo demasiados errores. No estoy, no sé, a veces si estás ansioso en la carrera, es supermalo. Y este año nunca estuve estresado. Siempre tuve el control de mi propia mente. Y tuve el control cuando ya me puse en cabeza en el Galibier, el cuarto día. Así que esto fue, para mí, un gran momento de motivación. Tenía confianza en mi cabeza. Y sí, la última semana he corrido sin presión. Miraremos los números después. Pero sí, seguro que este uno de los mejores yo”.
“Él ha estado muy, muy fuerte, en su nivel más alto. Las dos primeras semanas yo también estuve en el nivel más fuerte que he estado nunca, pero la última esta semana no he estado en mi nivel normal por mis problemas de preparación”, dice Vingegaard. Siguiendo con Chagall y su tríptico de esperanza, el danés comenzó el Tour como un ejercicio de resistencia al que siguió, en la 11ª etapa, el Lioran, la resurrección y la derrota final supuso, en alguna forma la liberación, ilustrada gráfica por sus sollozos liberados en brazos de Trine, madre de Frida y esposa suya, que lo conforta y auxilia. El duelo murió quizás el 4 de abril pasado en una mala curva del País Vasco en la que Jonas Vingegaard dejó sus fuerzas y sus esperanzas. “No, no diría que fue un alivio. Para mí fue más un alivio estar aquí en la línea de salida. Mi plan era intentar luchar por la clasificación general y quería hacerlo lo mejor posible y, para ser sincero, con la preparación que he tenido, creo que puedo estar más que contento con el lugar en el que estoy ahora. Es bueno para el deporte tener a un tipo como él o al menos que podamos tener una rivalidad como esta, sin uno de nosotros creo que el Tour de Francia no sería tan divertido”.
“Pensar en las derrotas que sufrí con Vingegaard me hizo entrenar más fuerte”, admite Pogacar. “Y cambié, además, mi preparación con el nuevo entrenador, Javier Sola. No empecé el 13 de noviembre con una salida larga. Hice cosas diferentes. Core, fisioterapia, pequeñas salidas. Así que no estaba tan en forma como otros años en la concentración de diciembre. Así que este año estuve un poco menos bien en diciembre, enero. Y entonces empecé a coger fuerzas para el Giro, que al final también fue para mí una preparación muy buena para el Tour. Gané el Giro con una mentalidad realmente buena en la llegada, preparado físicamente. Todo ha ido como la seda”.
También Pogacar prefiere hablar de Vingegaard y de sí mismo antes que de Merckx. Y, quizás inconscientemente, de la nueva dimensión a la que ha llevado al Tour de Francia, que exige un nuevo ciclista. “Estamos viendo pasar un momento histórico delante de nuestros ojos”, dice Enric Mas. “Pogacar hace historia”. Ya no se puede hablar de escaladores que contrarrelojean o de contrarrelojistas que escalan. Se habla de ciclistas de potencia y fuerza, y explosividad, que destrozan a los escaladores y a los rodadores diésel. Vuelan a velocidades inauditas. Recuperan como relojes. Trasiegan kilos de carbohidratos todos los días, y los convierten en gasolina. Es el ciclismo de la energía, que cada año generará nuevos campeones, y Remco Evenepoel, tercero, sigue el camino, compacto, fuerte, resistente. Sin miedo a las alturas.
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