Tour de Francia: Carapaz se impone en la cima de Superdévoluy

La victoria lo convierte en el primer ecuatoriano en ganar una etapa en el Tour de Francia un día en el que entre Pogacar y Evenepoel hacen temblar a Vingegaard

Richard Carapaz celebra mientras cruza la línea de meta para ganar la decimoséptima etapa de la carrera ciclista Tour de Francia de 177,8 kilómetros en Superdevoluy, Francia, este miércoles.Daniel Cole (AP)

La belleza de lo inesperado. Duda Pogacar: ¿instinto o estupidez? Corazones acelerados. Sin respiro. El Tour. La etapa. Los ataques. Los ciclistas, los testarudos y los campeones, en la llegada a los Alpes --montañas grises, secas, ni una mota de blanco nieve en sus picos si no manchas de arena--, por la puerta pequeña, los valles que rodean Gap y el col de Noyer, un horno. Amaga Pogacar. Tiembla Vingegaard. Ataca Remco. Sufre Vingegaard. Le salva su equipo, lanzado, tres exploradores, en avanzadilla masiva.

“Un día más en la oficina”, resume Pogacar, amarillo brillante. “No sé si fue una bobada lo que hice, pero al menos me sirvió para probar las piernas y comprobar que siguen estando bien en la tercera semana”.

Un día extraordinario, no normal, en la vida de Richard Carapaz, el rey de los testarudos, aquellos ciclistas que niegan la máxima que todo el mundo acepta y que Eusebio Unzue, el jefe del Movistar, verbaliza: “Quien mantenga una mínima ilusión por ganar, solo necesita saber dónde no va a estar Pogacar y ya está, porque sabes que a este lo único que le puede derrotar es la mala suerte. No tiene rivales entre los humanos”.

El ecuatoriano, que no defenderá en París su título de campeón olímpico, está en la fuga, difícil y masiva. No está Pogacar en ella. Un día sin el tirano. Al fin. Un parto largo, 100 kilómetros, y 50 corredores, si no, no nace. Están también ganadores de Vuelta, Simon Yates, y los podios de Enric Mas, que se siente rejuvenecer aunque no pierda del todo el miedo a bajar. Están ciclistas con memoria y sentido épico. Guillaume Martin, que rueda siempre rápido sobre el asfalto en el que sudó Luis Ocaña su gran día, el 8 de julio, cuando Merckx, el Pogacar de entonces, dobló la rodilla. Atacó el normando hace unos años cuando el Tour revisitó Orcières Merlette, el gran escenario, y quedó tercero tras Roglic y Pogacar ya, y ataca de nuevo Martin, literato, filósofo, autor teatral comprometido, y también ciclista, en Noyer, el puerto en el que Ocaña empezó a hacer sufrir al caníbal. Un ataque simbólico. Un gesto. Una reverencia. Una invitación al ataque matador de Carapaz, ganador de Giro, podio en Vuelta, podio en Tour. Maillot amarillo fugaz en Turín. Ganador de etapas en la Vuelta y en el Giro y, por fin, a los 31 años, en el Tour de la intensidad y los vatios luce la dinamita de sus piernas. Un adelantado a su tiempo. Escalador de resistencia y de explosión, ganador en repechos cortos y en puertos largos, y un instinto ganador único, inteligencia de carrera, Carapaz destroza entre el Noyer y la tendida ascensión final a Superdévoluy a Yates, y deja lejos el intento de Mas. “Esta etapa la tenía marcada con una cruza muy grande. Es muy especial ganar aquí”, dice aquel al que apodan la Locomotora del Carchi. “Estamos los mejores ciclistas del mundo”.

El resto de la fuga lucha por la supervivencia, salvo los Vismas, Laporte, Van Aert, Benoot, que esperan a su jefe. “No creo que quisieran desestabilizarme metiéndose en la fuga”, dice, y la ironía le sale por las orejas a Pogacar, tan fuerte se siente. “Seguramente pensaban que yo iba a atacar y los mandaron delante para que Vingegaard no se quedara solo…”

En Saint Paul Trois Châteaux, corazón de la Provenza, el viento agita al amanecer la higuera gigante, y su olor penetrante se une al balsámico de los pinos revoltosos y el fragante de la lavanda, y en la hoja de cálculo que guía los movimientos de Jonas Vingegaard se produce una trepidación inesperada. Viento, ataque, abanicos, escupe el computador. Los estrategas del Visma no dudan. Pasado Suze la Rousse, entre los viñedos tumbados por el viento –del norte, por la izquierda de la carretera, 34 por hora--, cunetas de turistas de chancletas, pantalón corto y camisetas de tirantes, privilegiados espectadores de los mejores ciclistas, artistas de gran talento todos, se entregan a 60 por hora. Qué lujo. Un visto y no visto que en Nyons, entre olivos de aceitunas negras, se convierte en ataques y contraataques, contracciones previas a la fuga, y los Vismas siempre ahí. Es la etapa 17ª. Todos dicen que están muertos. Llegan al pie del Bayard, kilómetro 140, a una media de 48 por hora. Nadie frena. Tampoco los Lidl, que en el pelotón de los campeones quieren lanzar a Ciccone, octavo en la general, y, ay, la memoria, su chispa transforma la que parecía una plácida ascensión del Noyer por los buenos en una batalla. Evenepoel aplaude. La ambición. El inconformismo del debutante que se sabe elegido. La guerra es una oportunidad para atacar la segunda plaza de Vingegaard, rondando los dos minutos. Así que cuando, adelantando por la izquierda a Landa, escudero, y le arranca las pegatinas, ataca Pogacar, ansia viva que dicen los especialistas, y no le calma el Orfidal sino la aceleración, es Evenepoel el que se clava en su rueda, mientras Vingegaard cede. En el descenso, Pogacar comprueba que a Vingegaard le llevan sus compañeros y levanta el pie. Evenepoel persiste. Ataca y se va. Gana unos segundos, pero siembra más dudas en Vingegaard, quien, quizás, deba finalmente sentirse feliz por terminar segundo.

“Pero siento que cada día voy mejor”, dice el danés ganador de los últimos dos Tours. “Quizás no haya sido mi mejor día, pero es normal tener en el Tour siempre un día malo, y si ha sido este, pues estoy contento”.

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