Alejandro Valverde, cuarto en el Mundial de gravel, se niega a jubilarse del ciclismo de alta competición

El murciano roza el pódium, a los 43 años, en la prueba en la que se impuso el esloveno Matej Mohoric

Alejandro Valverde, durante el Mundial de gravel.Alessandro Perrone (Sprint Cycling Agency)

Caminos de gravilla entre viñas de prosecco gigantes. Domingo soleado al mediodía. Paseo calmo, pedaladas ligeras y mariposas revoloteando entre las hierbas de la cuneta. ¿El paraíso de un jubilado? ¿El paraíso de Alejandro Valverde? No, please, no. No llamen jubilado a Alejandro Valverde, que casi nació con un dorsal pegado a la espalda y que, a los 43 años, y 12 meses después de anunciar que se retiraba, sigue viviendo como un ciclista profesional, incapaz de pensar que pue...

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Caminos de gravilla entre viñas de prosecco gigantes. Domingo soleado al mediodía. Paseo calmo, pedaladas ligeras y mariposas revoloteando entre las hierbas de la cuneta. ¿El paraíso de un jubilado? ¿El paraíso de Alejandro Valverde? No, please, no. No llamen jubilado a Alejandro Valverde, que casi nació con un dorsal pegado a la espalda y que, a los 43 años, y 12 meses después de anunciar que se retiraba, sigue viviendo como un ciclista profesional, incapaz de pensar que puede haber algo más en la vida que competir y gozarla ganando, y compite y pelea por los caminos y los viñedos de Cartizze, nubes de polvo y toses en las cuestas salvajes del Véneto, entre Treviso y Valdobbiadene.

Es el Mundial de gravel. Ciclismo que quiere ser el de antes del motor, y un punto aventurero. Ciclistas en bicicletas similares a las de carretera con pasos más anchos de horquilla, ruedas más anchas, de hasta 45 milímetros, y, es su avanzadilla técnica, un solo plato, de 48 dientes, habitualmente, y un juego de 12 piñones que van de 10 a 50 dientes; carreras sin coches de apoyo, con ocho áreas de servicio donde coger comida y arreglar averías, y parches en el bolsillo. Corren a 34 de media, casi cinco horas tragando polvo.

Valverde compite para ganar contra ciclistas que podrían ser sus hijos, profesionales en la flor de su desarrollo, campeones como Wout van Aert, o como Matej Mohoric, el esloveno loco de los descensos que el año pasado asustó a su compatriota Tadej Pogacar bajando el Poggio y le ganó la San Remo; el que ganó un Mundial de carretera júnior en Valkenburg bajando las cuestas sentado en la barra de la bici y pedaleando, una posición tan eficaz como peligrosa y ya prohibida. A Van Aert, víctima de la mala suerte, como casi siempre, le deja atrás pronto Valverde. Con Mohoric no puede. Mohoric, de 28 años, se escapa con el belga Florian Vermeersch, el campeón en 2022, y con el británico Connor Swift, y luego los deja subiendo, gracias a su ligereza de peso, dice, y desciende cortando esquinas, patinando, cayendo, levantándose, riendo siempre. Gana y canta. Es el niño que no pudo ser. “De pequeño siempre quise correr en mountain bike, por los bosques y los caminos, pero mis amigos solo hacían bicicleta de carretera y me fui a la carretera”, dice el ciclista del Bahrein que también ha ganado etapas en el Giro, la Vuelta y el Tour. “Pero hoy, por fin, pude divertirme por el monte. Me dolían mucho las piernas, pero era feliz. Mi cabeza estaba en las nubes, tan feliz, y tan orgulloso de este arcoíris”.

Valverde sigue siendo el niño que fue siempre y se juega el cuarto puesto con Keagan Swenson, un norteamericano de 29 años, de Park City (Utah) que no conoce la carretera. Su vida es el mountain bike y su reino es el gravel, donde lo gana todo en su país, el paraíso. Nunca ha corrido contra Valverde. Con él, a relevos, recorre los últimos kilómetros. En el último, se queda a rueda del murciano, pensando que le podrá remontar. Esfuerzo inútil. Aunque termine cuarto, Valverde, vuelve a ser, siempre lo fue, el imbatido. Nadie en sus cabales intenta desafiarle en un sprint a dos. Y Eusebio Unzue, su director de siempre, que se hace una foto con él y con su otro ciclista participante, Iván García Cortina, en la salida, y las piernas finas, los músculos definidos, nudos de un tronco de roble fuerte, duros, del murciano, contratan con las del asturiano, más blandas. Unzue está allí degustando prosecco, hablando con Fausto Pinarello y observando a su Valverde, que aún tiene un año más de contrato con su Movistar para llevar a cabo un trabajo sin perfil claro, no sabe si aplaudir o lamentar. Pensaba que el murciano ya tenía claro que no podía seguir así, viviendo como si aún tuviera 20 años y en la vida no hubiera más que la bicicleta, pero teme que el cuarto puesto, la forma en la que se ha mostrado más fuerte que la mayoría, le haga pensar a Valverde que no tiene sentido cambiar, que puede seguir retrasando su choque con la realidad.

Valverde, padre de cinco hijos, el mejor palmarés, junto a Contador, del ciclismo español en el siglo XXI, campeón del mundo en 2018, anunció su retirada después de quedar sexto en el Giro de Lombardía, en la cumbre aún de su arte. Nunca pasó página. Corrió la Quebrantahuesos, la gran clásica del cicloturismo, y no se conformó solo con ganarla, sino que también batió el récord de la prueba. Nunca se encontró a gusto, en el año transcurrido, a cumplir otro papel en el equipo que no fuera el de entrenar igual de duro que los demás corredores, e incluso más, que no fuera el de atacar a Mas y compañía en las salidas en Sierra Nevada, y sacarles los colores. Intentó seguir las carreras en el coche del director y se aburría. Lo dejó rápido. Su vida, toda su vida, ha sido levantarse, salir a entrenar, tomar un cola cao con su grupeta, poca comida, siesta y un día más. Su amigo Luis León Sánchez, que se acaba de retirar a punto de cumplir 40 años, comentaba que Valverde le había dicho que tenía ganas de volver al pelotón, que creía que aún podía decir mucho, ganar… Unzue confía en que ya se le pase, y le dice, Alejandro, creo que ya tienes que dejarlo, que tienes 43 años, que en la vida hay más…

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