La química de Ibon Navarro, el científico que dejó su trabajo por el baloncesto
El entrenador vitoriano ha ganado cuatro títulos en un año y medio con el Unicaja, el último la Supercopa contra el Madrid
La ciencia perdió a un químico y el baloncesto ganó a un entrenador. Ibon Navarro les dijo a sus padres que dejaba un trabajo bien pagado, en un cargo de responsabilidad, con empleados a su mando y posibilidades de ascender, en la Fundación Leia del Parque Tecnológico de Miñano, cerca de Vitoria, donde nació hace 48 años. El chico, hijo de una trabajadora de Telefónica y de un gerente de una empresa de infraestructuras industriales, había hecho carrera:...
La ciencia perdió a un químico y el baloncesto ganó a un entrenador. Ibon Navarro les dijo a sus padres que dejaba un trabajo bien pagado, en un cargo de responsabilidad, con empleados a su mando y posibilidades de ascender, en la Fundación Leia del Parque Tecnológico de Miñano, cerca de Vitoria, donde nació hace 48 años. El chico, hijo de una trabajadora de Telefónica y de un gerente de una empresa de infraestructuras industriales, había hecho carrera: se licenció en Ciencias Químicas, en la especialidad de química orgánica, y trabajó un año en Colonia antes de volver a casa. El futuro asomaba estable, pero a Ibon algo se le agitaba en el interior. Cuando se levantaba a las siete de la mañana, sentía un cosquilleo si esa tarde cambiaba por unas horas la oficina y el laboratorio por la cancha de baloncesto en la que entrenaba en las categorías inferiores del Baskonia. De niño jugaba al fútbol, de portero, hasta que lo dejó por una lesión de rodilla. Y se enamoró de la canasta. Ya en la madurez, descubrió que su felicidad no estaba en estudiar los elementos químicos, sino en cultivar la química entre jugadores desde el banquillo. Cambió de vida y hoy es el entrenador del Unicaja Málaga campeón de la Supercopa ante el Madrid este domingo pasado en Murcia (80-90). Es el cuarto título andaluz en año y medio con el técnico vitoriano al frente después de enlazar una Copa, una Liga de Campeones FIBA y la Copa Intercontinental.
“A partir de ahora cogemos el boli y empezamos a escribir una historia nueva”, afirmó el preparador después de doblegar a los blancos, que encadenaban seis coronas seguidas en el torneo; “vamos poco a poco. Los ciclos se acaban y hay que estirar este lo máximo posible, con los pies en el suelo. Dependerá de este grupo”.
Ese equipo del que habla Ibon es el que ha moldeado desde su aterrizaje en Málaga en febrero de 2022, fichado por el presidente Antonio Jesús López Nieto, histórico árbitro de fútbol. El técnico vitoriano llegaba herido después de su primer y único despido, en el Andorra, tras dirigir al Baskonia, el Manresa y el Murcia, y antes de foguearse como ayudante de Spahija, Ivanovic, Scariolo, Paco Olmos y Perasovic. De esa ensalada salió su propio plato, un baloncesto a campo abierto, de defensa adelantada, transiciones rápidas, ataques cortos y muchas posesiones. El Unicaja fue el equipo con más recuperaciones por partido (9,5) en la pasada Liga ACB y el segundo conjunto con más asistencias (19,8) tras el Madrid. En ese apartado precisamente dobló casi a los blancos (11-21) en la final de la Supercopa, el ejemplo de un grupo solidario y sin egos: los 12 hombres anotaron. “Tenemos muchos jugadores de rol, que tienen asumidos sus papeles y los valores del equipo. No somos un conjunto de virtuosos sino de trabajadores, que necesita generar los errores del rival”, analiza Ibon.
Perry, Taylor y Osetkowski lucen dentro de esa formación de soldados que simboliza como nadie el capitán Alberto Díaz. Con un presupuesto de casi 15 millones, el Unicaja ha mantenido el bloque del curso pasado, ligeramente renovado con las altas de Tillie, Tyson Pérez y Balcerowski, y las bajas de Lima y Will Thomas. A su favor juega un proyecto con las ideas claras, como renunciar a la Euroliga por el gasto económico y el desgaste físico de tanto viaje, y centrarse en las competiciones nacionales y la Champions de la FIBA. “La idea era devolver la ilusión a la gente y competir con los grandes. Aquí nos ayudamos todos, no hay una estrella. Cada uno se sacrifica por el otro”, explica Díaz. El base internacional señala a su entrenador como clave en este crecimiento: “Ibon es una persona muy normal, escucha mucho a los jugadores. No es un líder autoritario. Le gusta saber qué pensamos, comprendernos. Es un guía”.
Al técnico le acompañó después de la final su hijo Aritz, uno más en la foto de los campeones, y con quien ha aprendido a quitarles tragedia a las derrotas y que el ambiente en casa no dependa de haber ganado o perdido. Sucedía que un mal partido suponía encerrarse, no salir a cenar, que debiera imperar el silencio para no molestar al aita. Aquello afectó al chaval y el papá entrenador cambió el chip para tomarse el deporte con más naturalidad.
Fue otro paso en el aprendizaje de alguien que se ha currado este presente de éxitos. Hoy Ibon recuerda por ejemplo cuando en su segundo año de carrera entrenaba a cuatro equipos entre la Liga vasca y selecciones infantiles y cadetes. Suspendió todas las asignaturas y ese verano se encerró en la habitación. En la puerta colgó dos cartulinas con estos mensajes: “Recuerda que no has aprobado ninguna” y “Orgullo”. Cuando sus amigos iban a la piscina, él veía lo escrito y regresaba a la silla. En septiembre aprobó todo. Funcionó el plan. Como podía leerse en una pancarta en la grada del Palacio de los Deportes de Murcia durante la final: “El plan Ibon”.