12 días y tres nombres en el Mundial de Tokio: Mondo, Sydney y María Pérez
La mujer africana toma el poder en un torneo que dio vida al récord del mundo de Mondo Duplantis, a la leyenda de María Pérez y al brillo cegador de Sydney McLaughlin
Geopolítica utópica del atletismo. Si las mujeres mandaran en África se acabarían los problemas del mundo, que sería una fiesta feliz como la que celebran en la meta del 800m las hermanas kenianas Sally y Mary Moraa junto a su compañera Lilian Odira (1m 54,62s), por la que la campeona del mundo del 23 se ha sacrificado con un ritmo infernal hasta los 500m para que con sus largas piernas y gran velocidad terminal se impusiera en la recta final a la superfavorita, la británica Keely Hodgkinson (1m 54,91s), campeona olímpica que ni siquiera es segunda, pues la supera con el último golpe de pecho su compatriota Georgia Hunter Bell. Y mientras las atletas kenianas forman un corro hermoso y alegre, las británicas y demás occidentales derrotadas, una australiana, una suiza, una yanqui, se quedan de piedra, animándose entre ellas mientras miran desoladas la pantalla del marcador como preguntándose, ¿cómo ha podido ocurrir esto? Y la respuesta quizás la tendrían en el palmarés final del torneo mundial. La unidad. El liderazgo social y deportivo de Faith Kipyegon transforma poco a poco la sociedad y el atletismo, y el papel de la mujer en un país poblado de machos alfa, y bajo su guía de campeona de 1.500m, son atletas kenianas solidarias las que ganan todas las pruebas entre 800m y maratón (Peres Jepchirchir), para Beatrice Chebet el 5.000m y el 10.000m, y para la niña Faith Cherotich, los 3.000m obstáculos.
Ha sido en el Tokio voluble de ola de calor y humedad y tormentas y frescor, y el estadio siempre lleno, donde la perfección hecha atletas ha emocionado. La pértiga jovial de Mondo Duplantis, su récord de 6,30m tan lejos de todos que le persiguen, y su aire de Principito alucinando en un planeta desconocido que descubre su curiosidad; la curva bajo la lluvia impávida de Sydney McLaughlin que roza el récord del mundo de los 400m (47,78s), y lo llora, pero derrota a la dominicana Marileidy Paulino (47,98s) en la carrera de todas las carreras de Tokio, y regala de nuevo la hermosura de su paso de seda, su tobillo prodigioso, indiferente al diluvio y a los charcos, en el relevo largo norteamericano con una posta de 47,82s para derrotar (3m 16,61s) por casi tres segundos a las jamaicanas (3m 19,25s).
Los campeones asoman el último día, y reviven el sabor de una comida que se ha quedado en la memoria, y quizás en algún lugar de los dedos, y se niega a borrarse. Noah Lyles despide los campeonatos en la pista, el ancla del relevo 4x100 norteamericano que se impone (37,29s) gracias a sus 8,84s al Canadá (37,55s) del anciano incombustible Andre de Grasse, uno que ya peleaba con Usain Bolt, y con el jamaicano se reía. Lyles sube al podio y corre rápido a teñirse el pelo de Goku para triunfar en la fiesta del Mundial, un party que anuncia el ganador del 200 desde por la mañana en sus redes. No fue el rey del Mundial, pues en los 100m, él y Kenny Bednarek, el orgullo de la velocidad en Florida, fueron derrotados por la onda jamaicana que, por fin, hace sonreír a Usain Bolt, Zeus con el rayo en el Olimpo. Oblique Seville (9,77s) y Kishane Thompson (9,82s) son los ejecutores. Y el mismo imperio estadounidense vuelve a caer en otra de sus pruebas fetiche, el relevo 4x400, ante los mismos atletas de Botsuana herederos del gran Isaac Makwala que, inspirados por Letsile Tebogo, dominan la vuelta de la pista como si fuera su patio privado. Es África poderosa, y no solo sus mujeres. En el 400m individual ya se impuso el botsuano de impronunciable apellido Busang Collen Kebinatshipi, con unos magníficos 43,53s, y el mismo chaval de 21 años destroza a Rai Benjamin en la última posta del relevo.
María Pérez y sus dos oros, estrella proletaria del Mundial por la indiferencia con que en la anglosajonia colonizadora de culturas se contempla la marcha, una disciplina tan global como la que más, y sus podios con latinoamericanos, asiáticos, europeos, son un globo terráqueos, no desentona ni en físico ni en grandeza posando junto a Melissa Jefferson, menudita y fuerte también, cuerpo de fondista, gafas de enfermera, se va de Tokio como la más decorada, con las tres medallas de oro de su razzia de la velocidad femenina, los 100m, los 200m y el relevo 4x100 en el que la estrella Sha’Carri Richardson le priva del honor de llevar el testigo hasta la última línea y lanzarlo al aire campeona. La norteamericana comparte entrenador con Richardson, el sulfúrico Dennis Mitchell, habla bajito y tímida, y logra que se hable más de ella, que se le admire más, por haber donado médula para curar la leucemia de su padre que por sus 10,61s en los 100m y sus 21,68s en los 200m, mejores marcas mundiales del año ambas, con las que cierra el debate.
El firmamento europeo del atletismo se sostenía sobre cuatro pilares. Femke Bol resiste con la antorcha del 400m vallas como resiste y más Mondo, pero Karsten Warholm, el plusmarquista mundial del 400m vallas sucumbe en el combate de los jefes ante sus compañeros de los últimos cinco años. Alison dos Santos y Rai Benjamin, los dos que le acompañaron en el podio glorioso de los Juegos del mismo Tokio hace cuatro años y su récord del mundo (45,94s) le expulsan sin piedad del podio del Mundial, en el que acogen al veterano como ellos catarí Abderramán Samba, el primero de su generación que pisó por debajo de los 47s, hace ya siete años.
Regresa Yulimar Rojas, la más grande, y la alegría se multiplica porque la número uno única del triple salto matador ha vuelto cuando muchos habían perdido la esperanza de volver a verla competir tras dos años en blanco por lesión, y el amor por su coraje, su fe, su resistencia, y pese a todo gana una medalla de bronce.
Cae la noche y Jakob Ingebrigtsen jadea en la pista de calentamiento con unas gafas de sol con las que quizás quiera esconderse de miradas compasivas, ah, por qué te empeñas en competir si estás hecho polvo, si no puedes defender tu título. Es el orgullo del campeón que no teme desnudarse en la pista. Son los 5.000m, la carrera de la redención y el mestizaje. Se mezclan los triunfadores de los 10.000m, la gran prueba de la clase obrera y campesina, el atletismo del pueblo y del altiplano del valle del Rift, como el francés de Boulogne sur Mer Jimmy Gressier, con los derrotados del 1.500m, los aristócratas del medio fondo universitario de Oxford y camisetas blancas impolutas. Es la distancia que simboliza a todo el Mundial. Ingebrigtsen acepta ser uno más, pero se da el gusto de ponerse en cabeza y tirar a un ritmo de 2.40 durante 800 metros, lo que le permite a su voluntad, a su deseo, el cuerpo machacado por una lesión en el Aquiles y, a los 25 años, tan viejo de tantos años corriendo tanto en la elite. Se muestra en la derrota Ingebrigtsen, humilde, su amor por la carrera; la África masculina se divide; extrañamente, Estados Unidos se cohesiona, y Cole Hocker se suelta el pelo. Hocker, como Kerr, como Wightman, los tres que derrotaron a Ingebrigtsen en los últimos Mundiales y en los Juegos, han salido derrotados de un 1.500 que ha coronado a un hijo de marroquíes nacido en Faro y entrenado en Soria, Isaac Nader. Solo Hocker, campeón olímpico en París, e Ingebrigtsen se apuntan al 5.000m. Trabajo en equipo. Fisher y el joven Young se turnan para mantener un ritmo vivo. Desgastan el final mortífero de Gressier, avivan la llama de su compatriota Hocker mientras África se disgrega. Ejército de francotiradores que queda pasmado cuando Hocker, aún coleta prieta sujetando su melena, sus ojos azul magnético, empieza a acelerar. El norteamericano es 12º a falta de 400m, cuando el etíope Mehary lanza su ataque largo; es ya quinto, a falta de 200, y Mehary persiste, es segundo a la entrada de la última recta y primero a la salida. 25,5s el último 200m, 12,51, el último 100. Un velocista en el fondo. Ingebrigtsen, campeón saliente, décimo. Representa, como nada, la dureza de la resaca olímpica que deja KO a Jordan Díaz, el oro español del triple. Para María Pérez es un año más, y el amor. Para Quique Llopis y Moha Attaoui (cuarto y quinto, respectivamente, como en París), la resaca es un muro infranqueable.
“El atletismo mundial evoluciona y progresa, y con él el atletismo español, que sigue manteniendo una posición alta”, dice el seleccionador Pepe Peiró de una actuación que no logró acabar con la miseria histórica española en las pruebas de pista y su monodependencia del asfalto: tres medallas (marcha), 14 finalistas (ocho de marcha), décimo puesto por puntos y quinto en un medallero encabezado por Estados Unidos con 26 (16 oros, cinco platas, cinco bronces).