Rodrygo salva a lo grande un no-gol
Joselu, diez minutos antes del segundo del delantero brasileño, falló una de las ocasiones más clamorosas (¿quizá la que más?) de la historia del Real
Hubo en el abrazo de Rodrygo y Joselu tras el segundo gol del brasileño algo del abrazo entre Casillas y Ramos en Lisboa cuando el partido se fue a la prórroga después del cabezazo del defensa. El abrazo de “menos mal”. Joselu, diez minutos antes del segundo de Rodrygo, protagonizó uno de los no-goles más clamorosos (¿quizá el que más?) de la historia del Real.
Fue tras una soberbia conducción de Bellingham, que se mue...
Hubo en el abrazo de Rodrygo y Joselu tras el segundo gol del brasileño algo del abrazo entre Casillas y Ramos en Lisboa cuando el partido se fue a la prórroga después del cabezazo del defensa. El abrazo de “menos mal”. Joselu, diez minutos antes del segundo de Rodrygo, protagonizó uno de los no-goles más clamorosos (¿quizá el que más?) de la historia del Real.
Fue tras una soberbia conducción de Bellingham, que se mueve en los tres cuartos como una pesada anguila que remonta todos los ríos; el balón se lo quedó Rodrygo y, tras un rebote, llegó a los pies de Joselu con la portería vacía. A unos centímetros. No le pegó: la dejó correr. En un primer momento de locura se creyó que estaba en clamoroso fuera de juego y prefirió arrancar un córner. Pero no era ni córner: ¿qué clase de jugador prefiere que no le piten un fuera de juego por un saque de puerta rival? Y luego llegó lo peor: no era fuera de juego. La única explicación racional, aunque poco, es que Joselu creyese que Rodrygo llegaba al balón y prefiriese cederle el gol por si él estaba en fuera de juego. Fue una jugada catastrófica: un delantero no marcando un gol por lo que sea; un gol, si lo tienes delante, se marca pese a quien sea, también pese a tus propios compañeros. Primero el gol, luego las discusiones, el VAR, lo que sea; primero el gol, luego a seguir viviendo.
Rodrygo, que ya había marcado un soberbio golazo en la primera parte, arregló el jaleo marcando el segundo con una manera muy suya ya ensayada en el primero. Cuando tiene la pelota en el área todo transcurre a cámara lenta. Eso en Cádiz además era hasta poético, porque en Cádiz explotó Butragueño, que fue el artista de la cámara lenta en el área. Así fue desmembrando a la defensa Rodrygo en el segundo gol, poco a poco, sin prisas, a veces telegrafiando movimientos. Lo único que hizo fue mirar cómo Mendy le doblaba y con esa mirada ya engañó a uno. Luego los fue tumbando al sol a los demás hasta encontrarse cara a cara con Conan, ni más ni menos, y doblarle el guante. En el primero no tuvo ni que doblárselo: eligió una escuadra y mandó el balón a saludar. Rodrygo, delantero de apariencia frágil y entre sospechas esta temporada, no era ni titular en Cádiz. Unas molestias de Brahim lo sacaron al once y al Madrid lo puso de líder provisional a falta del partido del Girona.
La previa del duelo estuvo marcada por un número, el 32. 32 años llevaba el Cádiz sin ganarle al Real Madrid como local: 33 serán el próximo año. El madridismo moderno, el madridismo estupendo, desacomplejado y divertido (el único madridismo que merece ser disfrutado: el de las mocitas) tiene con el 32 una relación compleja: fueron los años que pasó el club sin ganar la Copa de Europa –¡se hicieron anuncios exitosos!– y, al mismo tiempo, rompió la racha entonces. Esa racha sigue en Cádiz después de un partido ejemplar que cerró el inglés que lleva el 5 a la espalda con un disparo cruzado a pase de Rodrygo, que sólo sabe firmar partidazos en el Nuevo Mirandilla. El año pasado, ¿o fue hace dos?, firmó una jugada de locos arrancando desde la banda en el centro del campo. Es hombre de puertas grandes. Quizá tenga más problemas con las medianas.
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