Olga Carmona, la flamenca del balón y de la selección española
La lateral, que de niña hizo clases de baile, ha trabajado con una psicóloga para gestionar su explosión deportiva
Antes de acudir a Nueva Zelanda, donde España comenzará el Mundial el 21 de julio contra Costa Rica, Olga Carmona (Sevilla; 23 años) se planteó cambiarse las espinilleras, esas que se serigrafió hace años en las que en una aparece jugando y en la otra las personas importantes de su vida, su familia. “Al final no lo hice porque me dio pánico. Soy un poco supersticiosa y siempre me han dado suerte, por lo que espero que siga así en esta Copa del Mundo”, apunta la lateral de la selección desde las antípodas, todavía...
Antes de acudir a Nueva Zelanda, donde España comenzará el Mundial el 21 de julio contra Costa Rica, Olga Carmona (Sevilla; 23 años) se planteó cambiarse las espinilleras, esas que se serigrafió hace años en las que en una aparece jugando y en la otra las personas importantes de su vida, su familia. “Al final no lo hice porque me dio pánico. Soy un poco supersticiosa y siempre me han dado suerte, por lo que espero que siga así en esta Copa del Mundo”, apunta la lateral de la selección desde las antípodas, todavía con jet lag y a punto de hacer una siesta reparadora porque los primeros días las sesiones son dobles, también porque el partido ante Vietnam estaba a la vuelta de la esquina. En una de las espinilleras, claro, sale su mamá, con la que siempre ha tenido una relación muy estrecha —lo pasó fatal cuando Olga se marchó de casa para cimentar su sueño de ser futbolista y por eso comparten un tatuaje en la muñeca que simboliza una madre abrazando a su hija—, por más que al principio no le hizo mucha gracia eso de que jugara a fútbol. Pero Olgui —como le llaman algunas de forma cariñosa en la selección—, con el balón en los pies, cambió su parecer, ahora lateral izquierda del Real Madrid y de La Roja.
De bien niña, los padres de Olga la apuntaron a clases de flamenco, a natación y a tenis, lejos del balón de fútbol. Pero ella, que acudía siempre a ver los entrenamientos de sus hermanos (Fran y Tomás, que también han hecho carrera aunque en categorías inferiores) y que completaba todas las colecciones de cromos de la Liga de Panini, tenía claro que lo que le gustaba era la pelota. “Después de un tiempo me dejaron jugar con ellos y aunque había diferencia de físico, ya era rápida y regateaba”, cuenta con orgullo, por más que tampoco jugaba muchos minutos porque el hijo del entrenador ocupaba su puesto.
Pero Carmona tenía algo diferencial y así lo apreciaron en la escuela del Sevilla, ya en un vestuario de chicas. No había mejor equipo para ella ni la familia, afincados en Nervión y fervientes hinchas del club. Por entonces, Olga era extremo hasta que en el último año en el club, cuando ascendieron a Primera, se situó de carrilera en el 3-5-2. “Al principio no estaba súper contenta con el cambio porque a mí me gustaba atacar, la verdad que fue complicado. Pero con el tiempo aprendí los conceptos y le cogí el gusto a defender”, admite a la vez que esgrime que todavía es una defensa con alma de delantera.
La permuta en el césped, en cualquier caso, le llevó al Madrid en 2020. “Fue ahí o quizá un poco antes, con la llamada de la sub-19, cuando me di cuenta de que el fútbol sería mi vida, por más que yo siempre me había planteado continuar hasta que se agotaran las posibilidades”, conviene. Sucedió, sin embargo, que todo fue demasiado rápido. Selecciones inferiores, Real Madrid y vivir sola —aunque en el primer año compartió piso con la también internacional Teresa Abelleira—, separarse de la familia y la llamada de la absoluta. Todo en muy poco tiempo. “Fueron demasiados cambios y ocurrieron muy veloces, rodados. Y de repente me paraban en la calle para hacerme fotos o pedirme autógrafos, además de que sentía la presión porque en el Real Madrid sólo se juega para ganar…”, admite; “por lo que necesitaba herramientas para aprender a gestionar este tipo de situaciones”.
Así que Carmona acudió a una psicóloga, con la que todavía trabaja. “Es para mejorar en todo, también como persona, y lo cierto es que me ha servido muchísimo”, resuelve. Eso explica su fútbol, ya con más de 100 partidos de blanca y tercera capitana del equipo a pesar de su bisoñez, también atornillada en el once de La Roja. Pero, de cabeza bien amueblada, sabe que el fútbol se acabará y por eso está a punto de sacarse la carrera de Ciencias de la Actividad Física del Deporte. “Tan solo me quedan dos asignaturas —una, casualmente, se la imparte la preparadora de la selección Blanca Romero— y el trabajo de fin de grado. Estoy orgullosa por poder compaginar los estudios con el fútbol porque lo fácil sería no hacer nada”, explica; “y si no hiciera nada por las tardes me aburriría”.
Durante este mes, sin embargo, solo pensará en el Mundial. “Somos un gran equipo, pero tenemos que ir dando pasos firmes y con tranquilidad, jugando a lo que sabemos, con fútbol asociativo y con la idea de atacar. Somos España, la que mejor juega a eso”, apunta con determinación. Pero hasta que eche a rodar el balón, durante los entrenamientos seguirán los piques sanos y esas apuestas en las que las perdedoras tienen que marcarse un baile o cantar ante el resto. “Sí, hice flamenco pero soy muy tímida y me cuesta, me cuesta…”, acepta. Porque ella es una artista, pero del balón.
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