Rahm se tuerce en el estreno del PGA
El español no saca a relucir su golf en la primera jornada del grande y acaba con un sombrío +6, muy lejos de su ‘némesis’ Scottie Scheffler (-3), tercero tras Cole y DeChambeau
Comenzó de mala manera el PGA Championship, pues el frío y las heladas en la localidad vecina de Nueva York, Rochester, hicieron que se retrasara la salida cerca de dos horas. Pero la mañana, soleada y sin un viento gallardo -que era uno de los mayores miedos de los golfistas-, ofreció un día estupendo de golf. No lo fue, raro en él, para el último ganador del Masters. “¡Para España, Jon Rahm!”, anunció un tanto parco el speaker desde el tee del 10, acompañado, eso s...
Comenzó de mala manera el PGA Championship, pues el frío y las heladas en la localidad vecina de Nueva York, Rochester, hicieron que se retrasara la salida cerca de dos horas. Pero la mañana, soleada y sin un viento gallardo -que era uno de los mayores miedos de los golfistas-, ofreció un día estupendo de golf. No lo fue, raro en él, para el último ganador del Masters. “¡Para España, Jon Rahm!”, anunció un tanto parco el speaker desde el tee del 10, acompañado, eso sí, por sonoros aplausos porque el León de Barrika se ha ganado a la gente por su habilidad con los palos en los campos y su carisma fuera de ellos. Los vítores, para su infortunio, apenas se repetirían en una jornada aciaga para él (+6) en la que su gran rival del curso y némesis, el único que le puede sisar el número uno, el norteamericano Scottie Scheffler, selló un -3 para ponerse segundo en casa club, por más que todavía quedaban bastantes jugadores por concluir la ronda. El honor del liderato recayó en el sorprendente Eric Cole (-5), que hace tres años todavía estaba impartiendo clases en un club de Florida y que desde 2009, cuando se profesionalizó, ha disputado 23 torneos con dos tops-10 en este último curso. Le sigue el renacido Bryson DeChambeau (-4), que revolucionó en su momento el golf porque hace todos los golpes con el mismo movimiento, porque decidió muscularse para pegarle más fuerte y ahora, ya en el LIV, está volviendo a su peso y quizá a su gran juego.
Ataviado con la gorra blanca y un jersey también de blanco roto, después unos pantalones negros como contraste, Rahm explicó de buenas a primeras que tiene el deseo de llevarse la pesada copa de Wanamaker -12 kilos- a casa, su segundo major de carrerilla y el tercero en su corta carrera. Drive poderoso en el uno (el 10 porque empezó por la segunda vuelta) que partió la calle, wedge para cubrir los 110 metros al hoyo y bola en green a escasos tres metros del agujero. Y a la rutina. O lo que es lo mismo; se sitúa al lado de la bola para realizar tres putts al aire, después se pone de cuclillas unos metros por detrás de la pelota, nuevo putt de pruebas y… clinc y clonc. Birdie para empezar. Pero ahí se acabó lo bueno porque realizó la peor vuelta del año con 76 golpes.
Aunque encadenó varios hoyos con un golf de altos quilates, drives rectos y sobre todo golpes para cumplir con el green in regulation -meterla en green para poder hacer birdie-, no tenía caliente el putt y pronto perdió también la soltura del swing, quizá porque el ritmo del torneo era bien plomizo, lento a más no poder, todo un cortocircuito continuado para entrar en calor. Ya se sabe que hay golfistas que se toman más tiempo del necesario para patear y el campo, además, no hizo amigos. Calles estrechas, rough terrorífico de bermuda densa -de esa en la que el palo te pasa si le imprimes mucho ritmo y golpeas en el sitio a la bola pero de lo contrario o no la mueves o no le das control-, bunkers profundos defendiendo los greens y solo dos pares cinco en el recorrido, además de robles centenarios puestos con picardía para dificultar las tarjetas bajas. Un mapa que se le atragantó a Rahm, pues firmó cinco bogeys en seis hoyos, castigado por salidas que no encontraban calle y por segundos golpes que tampoco reposaban en el green, casi todos con ondulaciones puñeteras. Hablaba sin encontrar solución Rahm con su caddie, Adam Hayes, brazos en jarra y negaciones de cabeza, aunque nunca perdió la compostura. Ya sabía que de no dar con la genialidad, tenía que evitar los errores. Pero, por una vez, no se salió con la suya, condenado en el hoyo 16 por un doble bogey que le aleja del laurel de no ser que se ponga el frac hasta que suene la bocina. Difícil, muy difícil.
Tampoco es que su compañero de partida, el inglés Matt Fitzpatrick -actual campeón del US Open-, fuera más fino, ya que acusaba dolores en la espalda y golpes deficitarios (+6), una vuelta que guardará en la libreta (como hace desde que era niño) y que revisará para pulirse porque es un obseso de las estadísticas, de mejorar su golf a través de los guarismos y de documentos de Excel. Pero hubo muchos más damnificados en el día con solo 19 jugadores bajo el par, pues ilustres como Rory McIlroy (+1), Tyrell Hatton (+7), Xander Schauffele y Finau (+2), también se dieron de bruces con el suelo. Junto a ellos, también compañero de Rahm en la partida, Cameron Smith -actual campeón del Open-, siempre con greñas y un bigote rubio que recuerda a la Alemania de los años 70, que firmó un +1.
La gloria, por el momento, es para el norteamericano Eric Cole, que hasta hasta ahora solo había pasado en la mitad de los cortes en los torneos que había participado. Tras Dechambeau, con -3, el canadiense Corey Conners, golfista con chistera con los hierros aunque de tiritonas con el putt; el siempre afilado Dustin Johnson, ex número uno y ganador del Masters y del Us Open: y Scheffler, que de ganar la Wanamaker le arrebataría el cetro del ranking a Rahm. Lo mismo si se queda segundo en solitario y Jon no finaliza cuarto; tercero y Jon no está entre los 12 primeros; y cuarto y el de Barrika queda por detrás del 48. Queda mucho. Pero Rahm comienza con mal pie el PGA. Más o menos como los españoles Otaegui (+5) y Arnaus (+6), todavía con mucho por jugar Larrazábal.
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