Alcaraz en el desconcierto

A Struff, que está restando como saca (pegando sopapos) y voleando como un Dios, le empiezan a temblar las piernas. Porque aquí se está disputando un título y frente a él, en un día francamente irregular, crece un monstruo que ya ha ganado muchos y aspira a ganarlos todos

Carlos Alcaraz, durante la final del Masters de Madrid.Foto: INMA FLORES | Vídeo: EPV

El alemán Struff es un tenista altísimo que pega a la bola con una potencia despistada y frenética. Está en la final del Máster Mutua de Madrid con Alcaraz porque de repente las cosas le salieron mejor de lo habitual; nadie lo esperaba allí y él se precipitó sobre el cuadro como un tsunami. No es hombre de peloteos, de ritmo de golpes; no debería ser hombre, por tanto, de pista lenta. Le gusta la red, por allí se mueve como por un salón. Largo, flexible, venenoso. Si a Carlos Alca...

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El alemán Struff es un tenista altísimo que pega a la bola con una potencia despistada y frenética. Está en la final del Máster Mutua de Madrid con Alcaraz porque de repente las cosas le salieron mejor de lo habitual; nadie lo esperaba allí y él se precipitó sobre el cuadro como un tsunami. No es hombre de peloteos, de ritmo de golpes; no debería ser hombre, por tanto, de pista lenta. Le gusta la red, por allí se mueve como por un salón. Largo, flexible, venenoso. Si a Carlos Alcaraz le diesen un retrato robot de su adversario ideal, Jan-Lennard Struff no debería andar lejos. Un tipo al que romper en dos de lado a lado, un tipo al que hacer correr con dejadas, un tipo al que destruir a base de passing-shots.

Pero el tenis, un deporte de unos pocos golpes y dos personas repartiéndoselos, es un deporte complejo, lleno de factores sutiles, detalles casi invisibles, que a veces amenazan derrumbes. Y ahora mismo, en este momento del segundo set, Alcaraz está experimentando esa amenaza. De los últimos 11 puntos, Struff ha ganado 10; también se ha llevado los tres primeros juegos. La razón es que Struff, recién perdido el primer set, ha alcanzado un nivel insuperable. Ha soltado el brazo y ha caído una maza de hierro sobre la Caja Mágica. Los tenistas pueden soltar el brazo, claro, pero el efecto dura poco. Es como apostar a doble o nada. Si tiras 50 palos, no vas a meterlos todos. Pero Struff ha enloquecido, Ferrero se desespera en su box (“si le sacas a la derecha te devuelve piedra”, le grita a Alcaraz) y el tenista español, que ganó el primer set más por el efecto que causa en sus rivales que por su tenis, no encuentra su día. Lo busca y no lo encuentra. Y enfrente Struff ha roto las cadenas de la lógica. Tanto, que llega a ganarle un peloteo a Alcaraz. Tanto, que Alcaraz se plantea bajar potencia a la bola para que su fuerza, su aceleración, no sea aprovechada por el alemán y este le devuelva un satélite.

Así se llega al 3-1 a favor de Struff en el segundo set, con saque para él; los dos se baten durante 20 minutos. Aquí se juega llegar o no al tercer set. Alcaraz tiene cinco bolas para romper el servicio del gigante. Struff las levanta todas, una de ellas con una volea de escándalo, una volea casi subterránea. Más tarde gana el juego y se pone 4-1. Efectivamente, habrá tercer set. Para coronarlo, Struff se va a la red y le hace a Alcaraz una volea que mejora a la anterior, un golpe de revés que mata la bola y la deja quemada en la red. Alcaraz ríe. Cuando raramente no le llegan los golpes, a Alcaraz le llegan siempre las piernas y el rival, exhausto, termina fallando; para esa volea de Struff no hay piernas, y es un mensaje claro: el alemán no falla peloteando porque no pelotea, le pega y basta. Fallará, pero hay que hacerlo fallar. Hay que comerle la mente, que es donde empiezan a fallar los golpes.

Es el tercer set y Alcaraz acaba de ponerse 2-1. Levanta el puño y agita a la grada de la pista Manolo Santana. La afición le devuelve una ovación cerrada. Alcaraz no está en su mejor nivel, pero sabe, porque lo ha visto, que lo más valioso de Federer o Nadal es que han ganado Abiertos sin estarlo; han ganado Abiertos por una mentalidad de acero, un juego medio superior, un ánimo aniquilador que destruye la cabeza de sus oponentes. Y a Struff, que está restando como saca, pegando sopapos, y voleando como un Dios, le empiezan a temblar las piernas. Le tiemblan las piernas porque aquí se está disputando un título y frente a él, en un día francamente irregular, crece un monstruo que ya ha ganado muchos y aspira a ganarlos todos. Y Struff falla voleas fáciles, pierde velocidad en el brazo, mira al cielo, mira al suelo; Alcaraz, cerca de la copa, se harta de confianza y, cuando parece que va a bostezar, se come de un bocado a Jann-Lennard Struff.


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