El cuento de hadas de Tadej Pogacar entre los olivos de Jaén
El mejor ciclista del mundo gana la primera carrera del año que disputa con un ataque de su estilo en el camino Antonio Machado, a 44 kilómetros de la meta de Baeza
El nuevo casco le aplana el pelo y a sus mechones rebeldes les cuesta más brotar entre las rendijas, y es como si de la cabeza de Tadej Pogacar hubiera desaparecido la aleta de tiburón tan reconocible y que tanto le gusta lucir, y tanto les gusta a los aficionados, pero la falta de este detalle, de este símbolo, no significa nada, una queja de un fotógrafo, porque cuando ataca entre el polvo y los olivos, el viento frío, el sol de invierno, el azul, caminito de piedrecitas llamado Antonio Machado, junto a Baeza, por votación popular, ...
El nuevo casco le aplana el pelo y a sus mechones rebeldes les cuesta más brotar entre las rendijas, y es como si de la cabeza de Tadej Pogacar hubiera desaparecido la aleta de tiburón tan reconocible y que tanto le gusta lucir, y tanto les gusta a los aficionados, pero la falta de este detalle, de este símbolo, no significa nada, una queja de un fotógrafo, porque cuando ataca entre el polvo y los olivos, el viento frío, el sol de invierno, el azul, caminito de piedrecitas llamado Antonio Machado, junto a Baeza, por votación popular, Tadej Pogacar, ya 24 años, es el de siempre, el que a los 20 se revela en el paisaje granítico de Gredos, la Vuelta en la que hace sufrir al establecido Roglic; el mismo que a los 21, en los Pirineos, rompe el récord del Aubisque; el que a los 22 gana el Tour un día de lluvia y frío y un ataque lejano hacia el Gran Bornand, en los Alpes; el que en el 23, en un camino parecido, a 51 kilómetros de la cuesta de Santa Catalina de Siena, hace suyas las Strade Bianche.
Pogacar es el mismo que ataca y revienta y no gana entre el Galibier y el Granon en el Tour del 23 o en el Tour de Flandes con Mathieu van der Poel. Como si el resultado, aun a sabiendas de que la mayoría de las veces será el que desea, no importara mucho más que la manera de conseguirlo, o el espíritu con que se emprende la aventura, el juego que dice él, Pogacar –”cada carrera es un juego, y yo siempre que juego quiero ganar”–, afirma antes de salir para ganar, y gana, su primera carrera del año, como es su costumbre desde hace tres años, honor que en este 2023 recién comenzado ha correspondido a la Clásica Jaén, 179 kilómetros entre Úbeda y Baeza a través de los olivos, 44 kilómetros en siete caminos de tierra y piedras, y en el cuarto tramo, una durísima subida, a 44 kilómetros de la meta, que está pasada la plaza del Pópulo, palacios e iglesias renacentistas la luminosa piedra de Baeza, ataca y se va, como había anunciado, como había pensado.
A Pogacar, que habla de una carrera que fue como “un cuento de hadas” hasta le sorprende que haya tanta gente, dice, un lunes al atardecer en las carreteras. Todos han ido a verles y él a divertirles, a hacer lo que pensó hacer ya el domingo, cuando recorría entrenándose los caminos. “Ataqué donde decidimos que había que atacar, en una subida muy dura. Tenía buenos números. Mis compañeros Wellens y Hirschi aceleraron y yo rematé. El plan salió perfecto”, dice el esloveno, que con su ataque en el camino Antonio Machado alcanzó rápido al aragonés fugado Sergio Samitier, un audaz que intentó pegarse a su rueda aconsejado desde el coche del Movistar por Alejandro Valverde. “Pero seguirle era imposible”, dice Samitier, y baja la cabeza, casi tan feliz como si hubiera ganado por haber estado unos kilómetros respirando el polvo que levantaban las motos que les abrían camino, las ruedas de sus bicicletas, tan cerca de Pogacar.
Es la victoria del mejor ciclista del mundo, el que termina un año, 2022, ganando a Enric Mas el Giro de Lombardía y comienza el siguiente imponiéndose a todos, que llegan casi muertos, en anoxia, a la meta, de uno en uno casi, incapaces de ver, de seguir, la rueda de delante. Segundo, a 49s, fue el larguirucho inglés del Ineos Ben Turner, un ciclista de 23 años, perfil huesudo de cigüeña, que sueña con Roubaix y es más rápido que Tim Wellens, el amigo de Pogacar, su ayudante, en Baeza. Su triunfo, “fantástico”, dice, le hace a él feliz, “muy feliz”, y también a la afición, y da valor y prestigio a la carrera andaluza, ya un clásico a los dos años de nacer, que, precisa el esloveno no se puede comparar con le Strade Bianche de tan gran fama, aunque se parezca. “No las voy a comparar”, dice Pogacar, espléndido en ambas, y en Jaén hasta pincha a menos de 10 kilómetros de la meta, casi dos minutos sobre sus perseguidores, y con parsimonia casi cambia de bicicleta, sin estrés ni miedo. “El ambiente, el tipo de gravilla del camino es diferente, el viento, las subidas. La experiencia es muy diferente”.
El miércoles, Pogacar comenzará a correr la Vuelta a Andalucía como gran favorito. Ha confundido y callado a todos los que sospechaban de su forma, a los que pensaban que no correrá la próxima semana el UAE Tour por miedo a enfrentarse ya a Remco Evenepoel. Su reino es otra cosa.
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