La Supercopa, las medallas… Y qué buena es Bonmatí
La imagen de esas jugadoras colgándose ellas mismas las medallas a plena luz del día y en un lateral del campo fue tan lamentable que todos pensamos que ese feo solo se acepta con un puñado de deportistas mujeres
Qué fácil es hacer demagogia. Qué poco cuesta hacer un retuit. O darle al like. Son décimas de segundo. Una crítica rápida y eficiente. Tanto, que resulta igual de fácil equivocarse. O venirse arriba demasiado pronto. Pasa cuando una ve una entrega de medallas cutre. Alejada de los fastos vistos apenas unos días antes en Riad, ciudad de rascacielos y lujo, de burkas y mujeres de negro; una ciudad que acogió la final de la Supercopa y en cuyo estadio se levantó una magnífica plataforma junto a una copa gigante, del tamaño de un edificio, para recibir a los finalistas, colgarles la medall...
Qué fácil es hacer demagogia. Qué poco cuesta hacer un retuit. O darle al like. Son décimas de segundo. Una crítica rápida y eficiente. Tanto, que resulta igual de fácil equivocarse. O venirse arriba demasiado pronto. Pasa cuando una ve una entrega de medallas cutre. Alejada de los fastos vistos apenas unos días antes en Riad, ciudad de rascacielos y lujo, de burkas y mujeres de negro; una ciudad que acogió la final de la Supercopa y en cuyo estadio se levantó una magnífica plataforma junto a una copa gigante, del tamaño de un edificio, para recibir a los finalistas, colgarles la medalla al cuello y entregarles la copa de verdad, que abultaba bastante menos pero le supo a gloria al Barça, campeón ante un Madrid apagado.
La misma camiseta azulgrana se coronó este domingo. Pero no en Riad, sino en Mérida. En una ciudad más pequeña y un estadio más viejo. Aunque sudaron tanto o más las jugadoras del Barcelona ante las de la Real. El partido no fue esta vez un paseo triunfal de Bonmatí y compañía. No cayeron los goles como churros. Buena señal. Indicio de que los rivales son cada vez más rivales ante este Barça que se ha pasado años arrollando a las contrarias; muestra de que el fútbol jugado por mujeres en España se ha puesto las pilas para seguir la estela de la Balón de Oro Alexia Putellas y de esas compañeras que la hicieron brillar los últimos años.
El juego —y la batuta de Aitana, la firmeza de Paños, la magia de Geyse, la joven madurez de Guijarro—, se impone hoy a las dudas y a los cenizos, a los de “ni es fútbol, ni es femenino”, a los que auguraban que no llenarían estadios. Su fútbol es cada día más táctico y rápido. El de sus rivales, más serio: la presión alta, la defensa bien armada. Aunque el escenario a veces no acompañe.
No acompañó este domingo el vetusto estadio José Fouto. La infraestructura no favorecía una entrega de medallas al estilo saudí, confiesa la Federación. Así que se optó por una ceremonia más austera y poco vistosa. El presidente de la RFEF Luis Rubiales entregaría la copa en el palco a la capitana del equipo ganador, como se hace en la Copa del Rey, como ya se hizo cuando la recibió Joaquín hace poco menos de un año; y las medallas las repartiría luego el delegado, como ya pasó también con los jugadores del Betis, por ejemplo. Sin revuelo alguno, por cierto.
Claro que la imagen de esas jugadoras colgándose ellas mismas las medallas a plena luz del día y en un lateral del campo fue tan lamentable que todos pensamos que ese feo solo se acepta con un puñado de deportistas mujeres. No con los hombres. Existen matices, como se ha explicado. Y los matices a veces importan.
Aunque también importa que los dirigentes de esa misma Federación que saca pecho —y con razón— por haber celebrado de manera regular una Supercopa de España, algo que antes (y antes es hace cuatro años) no existía, asuman ahora que queda muy feo ver cómo el presidente sí les pone la medalla al cuello a Modric, a Busquets o a Gavi, pero no a las futbolistas de la Real o el Barça. Podría haberse hecho mejor. Y deberían revisarse esos protocolos, del mismo modo que habría que exigirle un mínimo a la ciudad y el estadio sede de una competición como esta. Equipos que marcan el paso como el Barcelona, el Atlético y el Athletic han acogido partidos con gran asistencia de público. En Mérida había poco más de 6.000 espectadores. Y no sucede por falta de interés.
Es muy fácil hacer demagogia. Y más complejo entender todas las vertientes de un asunto peliagudo. Pero a veces solo basta con pensar en cómo hacer las cosas mejor. Debería darle al coco la Federación. Cuidar el fondo y las formas. Especialmente cuando sabe que, rotas las relaciones con un buen puñado de internacionales, la mayoría de ellas jugadoras del Barcelona, cualquier cosa que tenga que ver con Rubiales y el fútbol jugado por mujeres siempre le salpicará más de lo deseado.
Podríamos, ya puestos también, revisar nuestros propios debates: da un poco de lástima que estemos hablando hoy de si las medallas las puso o no un señor con traje y corbata, en lugar de estar alucinando con lo buena que es Aitana Bonmatí.
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