Las lágrimas de la victoria de Jesús Herrada
El ciclista español del Cofidis gana la etapa de la Vuelta a España esprintando en un grupo de fugados
“¡Agua, agua!”, suplicaba el deshidratado Jesús Herrada, ciclista del Cofidis, sentado en una cuneta, incapaz de contener unas lágrimas que salían a borbotones. Desde su equipo venían a abrazarle, a darle palmadas en la espalda, algún beso, y también coscorrones cariñosos. Pero él, llanto desconsolado, apenas podía articular palabra, consciente de que en la etapa anterior se pegó un topetazo contra el asfalto, un golpe que le asustó, pero no le tumbó. “Ha sido un día duro y muy rápido. A los fugados nos costaba abri...
“¡Agua, agua!”, suplicaba el deshidratado Jesús Herrada, ciclista del Cofidis, sentado en una cuneta, incapaz de contener unas lágrimas que salían a borbotones. Desde su equipo venían a abrazarle, a darle palmadas en la espalda, algún beso, y también coscorrones cariñosos. Pero él, llanto desconsolado, apenas podía articular palabra, consciente de que en la etapa anterior se pegó un topetazo contra el asfalto, un golpe que le asustó, pero no le tumbó. “Ha sido un día duro y muy rápido. A los fugados nos costaba abrir brecha, pero nos hemos entendido bien y lo hemos logrado”, soltaba con orgullo. No era para menos porque él y otros cuatro ciclistas se escaparon en el kilómetro siete y, guerreros sobre dos ruedas, aguantaron los arreones del pelotón para disputarse el esprint final, ya en el kilómetro 190. “Sabía que todos eran rápidos, pero íbamos muy cansados, por lo que tenía que tener las ideas claras y pensar bien el momento del ataque”, reconoció. Y bien que lo hizo. Wright intentó el abordaje a falta de 400 metros y aguantó en cabeza hasta las últimas pedaladas, pero Battistella (Astana) le rebasó por la derecha, cuando parecía todo visto para sentencia. Pero Herrada, inmune al desaliento, jadeos de pundonor, zarandeó la bicicleta y, con un golpe postrero de riñón, se llevó el laurel, casi con foto-finish.
Después de un día demoledor el jueves, de bruma densa e impertinente lluvia en la ascensión al Pico Jano, donde el belga Remco Evenepoel (también Enric Mas, la sombra a rebufo) le dejó claro a Roglic que esta Vuelta no sería coser y cantar, pues le sacó 1m 22, la etapa de Camargo a Cisterna de ayer parecía propicia para una llegada masiva. Eso intentó con todas sus fuerzas el equipo Trek-Segafredo, que quería coronar de una vez por todas a Mads Pedersen, tres veces segundo en lo que va de Vuelta. “Quiero ganar”, vociferó el velocista antes de la etapa. Pero los fugados y Herrada tenían otros planes, y contarían otra historia.
Una que empezó al abrirse el telón de la etapa, cuando atacaron seis ciclistas —Battistella (Astana), Wright (Bahrain), Jesús Herrada (Cofidis), Goldstein (Israel), Sweeny (Lotto) y Janssens (Alpecin)— para probar la machada. No parecía posible, pues el Trek, como ya hiciera en Laguardia, cuando metió vatios y más vatios en la doble ascensión al Alto del Vivero, volvió a apretar el botón del turbo al alcanzar el puerto de San Glorio, de primera categoría, 22,4 kilómetros al 5,5% de desnivel medio. Y el pelotón, como si fuera un helado que se derrite con los rayos de sol, fue descontando efectivos. Reseñables, claro, los esprinters. Primero Merlier (Alpecin), Vuelta para olvidar la suya hasta el momento porque se le presuponía el más rápido; después Ackermann (UAE); luego McLay (Arkéa); y, finalmente, Sam Usain Bolt Bennett. Pero este, combativo, sabedor de que por velocidad no sería, pudo reengancharse al pelotón en las bajadas. Desde la vanguardia, Pedersen se inquietaba, pues ya no tenía tan claro que la bandera a cuadros de Cistierna le aguardara con los brazos abiertos. Habría batalla. O no, porque los fugados seguían con el motor encendido.
Ya sin Goldstein, el fugado que se quedó sin fuerzas antes de tiempo, los cinco ciclistas en cabeza pusieron todo el corazón y las piernas, ocupados en mantener ese minuto de ventaja que tenían cuando quedaban 11 kilómetros. Intentaron los equipos de Arkéa, BikExchange, Bora y Trek recortar la diferencia, pero les fue imposible. “A falta de tres kilómetros las referencias eran buenas y pensábamos que llegaríamos casi seguro”, analizó Herrada, que tuvo clara la receta del triunfo: “Fue por piernas, por insistir hasta la línea”. Y llegaron las lágrimas, también la dedicación del éxito a su pareja, que este sábado cumple años. “He llorado porque era soltar toda la tensión que he tenido estos días, me emocioné y lo expresé así, sin palabras”, convino. Pero su triunfo, con ese golpe de riñón, como ya hiciera en 2019 cuando ganó otra etapa en la Vuelta, entonces en Ares del Maestrat y también después de una fuga, sí lo podrá contar.
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