El dilema del Villarreal para remontar el 2-0 frente al Liverpool
El equipo de Emery, que en Anfield igualó el récord de menos remates a favor del Inter de Mourinho, debe desenterrar su naturaleza creativa para alcanzar la final de la Champions
La tarde de Anfield comenzó festiva en los pubs que rodean Stanley Park, transcurrió litúrgica durante el partido, y acabó como acaban tantas jornadas entre los celtas, regadas con cerveza, al calor de la hoguera, formando círculo alrededor de los trovadores que empuñan un instrumento de cuerda. Así sucedió en el legendario reducto rojo de The Albert, taberna victoriana a las puertas de The Kop, donde una banda interpretó la pieza que corearon todos los presentes con gargantas rotas de tanto cantar,...
La tarde de Anfield comenzó festiva en los pubs que rodean Stanley Park, transcurrió litúrgica durante el partido, y acabó como acaban tantas jornadas entre los celtas, regadas con cerveza, al calor de la hoguera, formando círculo alrededor de los trovadores que empuñan un instrumento de cuerda. Así sucedió en el legendario reducto rojo de The Albert, taberna victoriana a las puertas de The Kop, donde una banda interpretó la pieza que corearon todos los presentes con gargantas rotas de tanto cantar, Virgil van Dijk Song, en honor al patrono protector. “Es nuestro central, es nuestro número cuatro/ Míralo cómo defiende...”.
“La atmósfera era peligrosa”, decía Jürgen Klopp, ajeno a la algarabía que le rodeaba. La voz ronca del entrenador del Liverpool, apenas audible mientras comparecía con la gorra calada sobre los ojos hundidos en la sala de conferencias de Anfield, reveló su agotamiento después de dos horas gritando. Se habría dicho que el triunfo por 2-0 ante el Villarreal, en la ida de la semifinal de la Champions, no le inspiró más felicidad que extenuación.
Ahí donde su homólogo Unai Emery había permanecido relativamente tranquilo, el técnico alemán se había mostrado extremadamente nervioso. Durante la primera hora de partido, hasta el 1-0, no dejó de hostigar al cuarto árbitro elevando todo tipo de protestas, especialmente para pedir fueras de banda a favor, en cada acción mínimamente discutible, por inocua que pareciera. Klopp vivió el partido contra el Villarreal como si cualquier incidente fuera susceptible de desequilibrar una eliminatoria cuya clave, tal y como consideró el departamento técnico del Liverpool, estaba en el partido de ida.
“La atmósfera era peligrosa”, prosiguió, “porque el Villarreal ha dado una lección de cómo organizarse en defensa. Contra este equipo, si no estás al máximo nivel es muy complicado meter goles. Teníamos que tener paciencia para encontrar los espacios y con tu público a favor corres el riesgo de perder la calma. Así es como ellos han obtenido sus éxitos”.
Klopp parecía atormentado. Pero en su interior sabía que había logrado una ventaja muy difícil de perder frente a un adversario temible. Durante meses, Unai Emery transformó al Villarreal — antaño equipo alegre y aventurero— en una máquina de defender con sobriedad y dosificar los ataques con usura. Para conseguirlo apostó por futbolistas fiables pero predecibles de tanto pensar lentamente cada jugada. Tipos como Lo Celso, Foyth, Coquelin o Estupiñán se abrieron paso hasta dejar en un segundo plano a otros más lúcidos que ellos, pero más fácilmente controlables desde el banquillo, como Trigueros, Aurier o Pedraza.
Hubo personas en el club que alertaron a los dirigentes sobre el riesgo del camino emprendido. Si el modelo propuesto por el entrenador evolucionaba, el Villarreal sería muy competitivo a partir de solidificar la defensa. Pero esta solidez se conseguiría a costa de anquilosamiento en todos aquellos procesos que hacen al juego creativo imprescindible para romper defensas apretadas. Cuanto más tiempo y energía dedicasen los jugadores a ordenarse sin la pelota frente a su área, más trabajo les costaría soltarse una vez que recuperasen el balón.
Las advertencias se cumplieron. La radiografía del trayecto que va de octavos a semifinales refleja un caso de extinción de la capacidad ofensiva. Contra el Bayern, el Villarreal se convirtió en el primer equipo de la historia de las eliminaciones directas de Champions que superó a su rival tirando solo dos veces entre los tres palos en 180 minutos. Si los dos goles conseguidos al cabo de la excursión a Múnich fueron indicio de una eficacia jamás vista, el balance de Anfield confirma un empobrecimiento: ningún tiro entre los tres palos y uno solo fuera.
Volverse impredecible
El embotamiento del Villarreal en Anfield únicamente encuentra un precedente en la historia de las semifinales de Champions: el célebre Barça-Inter de 2010 en el Camp Nou, cuando el Inter de Mourinho remató en una sola ocasión y no fue entre los tres palos.
Emery lo vio venir. Tanto que aceptó el hecho de que su estrategia tenía mucho de juego de azar. “Sabíamos que esto podía pasar”, repitió tras la derrota y sin atreverse a manifestar su optimismo en la remontada. “Ahora quiero ver a este equipo hacer otro partido distinto en nuestro campo”, se limitó a comentar. “Porque aquí prácticamente no hemos generado ocasiones”.
La derrota sufrida en Liverpool coloca al Villarreal en el centro de la paradoja de su nueva identidad. La máquina de calculada previsibilidad ahora debe emprender en tiempo récord el viaje futbolístico más complicado de todos y volverse impredecible si pretende tirar a puerta al ritmo de quien aspira a meter dos goles, cota mínima para alcanzar la final de París.
“Se nos ha complicado”, admitió Emery. No era necesario confirmar esta evidencia conociendo, como conocían los aficionados reunidos en The Albert, de la existencia de un tal Virgil van Dijk, maestro de la vigilancia y la anticipación, armas fundamentales contra los imprevistos.
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