La burocracia del Atlético encalla contra el Granada
El debut de Giuliano, hijo de Simeone, en el minuto 90, fue lo más emotivo del intento estéril por romper el bloque visitante
Nadie se aproximó más a la gloria que Giuliano Simeone cuando Domingos Duarte le asestó un codazo para evitar la humillación de verse desbordado por un juvenil. La falta que provocó el hijo del Cholo, dos minutos después de debutar en Primera en el tiempo de prolongación, fue lo más emocionante de un duelo áspero hasta para las gargantas curtidas de la afición del Wanda.
Los partidos del Atlético se sustancian como proce...
Nadie se aproximó más a la gloria que Giuliano Simeone cuando Domingos Duarte le asestó un codazo para evitar la humillación de verse desbordado por un juvenil. La falta que provocó el hijo del Cholo, dos minutos después de debutar en Primera en el tiempo de prolongación, fue lo más emocionante de un duelo áspero hasta para las gargantas curtidas de la afición del Wanda.
Los partidos del Atlético se sustancian como procedimientos administrativos ordinarios. Se acumulan los trámites, se amontonan las actas, se repiten las colas en las ventanillas y los funcionarios cumplen su labor indistinta con el rigor que se presume a un licenciado cuando actúa bajo los efectos vivificantes de las disposiciones transitorias. Solo Simeone, gesticulante en la banda, parece cobrar vida singular en el orden aséptico que coordina sobre el manto verde, mientras las gradas semillenas del Wanda acogen el fenómeno más notable de todos: la emoción genuina de los aficionados asistentes. Ante el Granada, como ante cualquiera, la hinchada cumplió brindando calor al espectáculo intachablemente burocrático de su equipo del alma.
Prevaleció el orden sobre cualquier principio en el juego del Atlético, tan poco emotivo como su posición en la tabla. Virtualmente perdido el campeonato, los jugadores compiten por asegurar un lugar entre los cuatro primeros sin sentir presión, en un concierto general de irregularidad primaveral, visto lo visto en el Barcelona y en el Sevilla, principales rivales en esta lucha.
Simeone sorprendió con la alineación de Javier Serrano en el mediocentro, como guardián de los tres centrales. El canterano, que debutó como titular, no tardó en descubrir que tenía poco que vigilar en la llanura despoblada de adversarios. Koke se bastaba para controlar las transiciones del Granada, que acudió al Wanda más pendiente de preservar su estructura que de romper la estructura contraria. Los avances del Granada resultaron tan lentos y tan poco concurridos que en el descanso Simeone quitó a Serrano para meter a Luis Suárez, en un intento por desarmar el bloque bajo que le propuso Karanka.
No es novedad que al Atlético se le atragantan los equipos que le niegan los espacios. Le sucede desde hace años con consecuencias invariables. También contra el Granada, que se armó con dos líneas de cuatro frente a su portero e impidió circular el balón con fluidez. Cuando Griezmann y De Paul no chocaron contra los contrafuertes de Milla y Petrovic, los centros de Carrasco y Llorente se diluyeron en la zona de Domingos Duarte y Víctor Díaz, los centrales visitantes, muy agresivos en la salvaguarda de su área.
“Por todos lados”
“Queríamos ganar”, se quejó De Paul tras el partido, “fuimos protagonistas, atacamos por todos lados y tuvimos varias situaciones”. No le faltó optimismo al centrocampista argentino, igual que Koke, exponente de la clase de volantes que entusiasman a Simeone. Abnegados, resistentes, dinámicos, hombres con afán resolutivo en sus constantes llegadas lo mismo que poco imaginativos para crear acciones que impriman velocidad al juego asociativo, están destinados a vivir en dificultades cada vez que se les cierran atrás. Desesperado como estaba por salvar el punto, el Granada no les cedió ni un centímetro sin cavar una fosa. Al cabo de la primera parte el Atlético solo practicó un tiro desde la frontal del área, obra de De Paul, que abrió el pie y envió la pelota a las manos de Maximiano. El Granada no le respondió con mucho más: un tiro desde media distancia de Darwin y otro de Escudero, al pecho de Oblak, anticipos del desierto futbolístico que venía.
Con Suárez o Correa, con Lodi o Reinildo, Vrsaljko o Llorente, el Atlético exhibió la misma rutina de agitación previsible, pautada e ineficaz. Solo Cunha, con un tiro al palo, se aproximó al gol al término de un contragolpe —el único que concedió el Granada— dirigido por Carrasco, como no podía ser de otra manera.
El partido se agotaba cuando en el minuto 90 Simeone dio entrada a su hijo menor, Giuliano. El muchacho, que juega de nueve en el Atlético B, en Tercera, es máximo goleador de su equipo con 23 goles. Mérito suficiente para, una vez conseguido el ascenso, disfrute de unos minutos con el primer equipo. No tocó la pelota pero provocó dos faltas, una de ellas, origen del lanzamiento directo que Suárez malogró y que, probablemente, fue el episodio más emotivo de una tarde monótona.
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