Avalanchas de nieve, la última gran incógnita
Desde 2017, muchos grandes alpinistas han muerto sorprendidos por un alud, el mayor peligro incontrolable en la montaña
La historia del alpinismo recuerda enormes tragedias de montaña desencadenadas por la fuerza de la nieve en movimiento, un peligro más de la lista de riesgos objetivos que acechan a los que acuden a las montañas. Pero este en concreto parece, a día de hoy, la última gran barrera a la que se miden los alpinistas de élite. Los peligros objetivos tienen que ver con aquellas amenazas de origen natural como pueden ser las caídas de rocas, la rotura de cornisas de n...
La historia del alpinismo recuerda enormes tragedias de montaña desencadenadas por la fuerza de la nieve en movimiento, un peligro más de la lista de riesgos objetivos que acechan a los que acuden a las montañas. Pero este en concreto parece, a día de hoy, la última gran barrera a la que se miden los alpinistas de élite. Los peligros objetivos tienen que ver con aquellas amenazas de origen natural como pueden ser las caídas de rocas, la rotura de cornisas de nieve, las avalanchas, las roturas de seracs (masas de hielo), deslizamientos de tierra o el mal tiempo en montaña (viento, tormentas, etc.).
Alberto Zerain y Mariano Galván (24 de junio de 2017), Marc André Leclerc y Ryan Johnson (5 de marzo de 2018), Tom Ballard y Daniele Nardi (9 de marzo de 2019), David Lama, Hansjorg Auer y Jess Roskelley (16 de abril de 2019), Matteo Bernasconi (12 de mayo 2020), Cala Cimenti (8 de febrero de 2021), Thomas Arfi, Louis Pachoud y Gabriel Miloche (27 de octubre de 2021), Korra Pesce (28 de enero de 2022): estos 15 nombres y apellidos guardan una relación. La fecha entre paréntesis es la de su muerte. Todos eran grandes alpinistas, profesionales del medio y algunos de ellos realmente incomparables, y todos perecieron sorprendidos por avalanchas.
Los grandes alpinistas manejan con celo el otro tipo de peligro: el subjetivo, es decir, el que se deriva de la propia acción humana. Poseen la información suficiente como para no despreciar el medio, presentan un nivel técnico deslumbrante, una gran forma física y, en general, rara vez caen en la trampa de los peligros subjetivos. Pero las avalanchas son otra cosa.
María Farré, bióloga de formación, lleva años dedicada a la nivología: “Durante un tiempo fui observadora nivométeo para la predicción de avalanchas y ahora me dedico a la formación”, explica en Benasque, al término de una clase maestra sobre perfiles de nieve. El ACNA es la Asociación para el Conocimiento de la Nieve y los aludes, fundada en Cataluña en 2004 y que ahora engloba a unos 400 socios de todo el país. “Uno de los pilares es la formación. Empezamos siendo pocos profesores, del ámbito catalán, pero ahora tenemos profesores en todas las cordilleras: Pirineos, Cantábrica, Sistema Central, Sierra Nevada… hasta totalizar unos 50 docentes”, explica Farré.
“En la actualidad tenemos un gran conocimiento del comportamiento de las avalanchas, excepto los deslizamientos basales, que a menudo son difíciles de prever y envuelven bastante incertidumbre en su desencadenamiento. De hecho, toda predicción deja un buen margen a la incertidumbre, y aunque los aludes de origen natural se han estudiado y tienen unos patrones nivometeorológicos conocidos que los activan, los más difíciles de controlar son los de origen accidental, es decir, los causados por el ser humano, ya que dependen de decisiones que tomamos en nuestras salidas.
“En los Pirineos se conoce que el 83% de las avalanchas son de placa, y de estas aproximadamente el 87% son accidentales, así que entendiendo el factor humano podríamos reducir esta elevada accidentalidad”, precisa Farré. Un alpinista o esquiador de montaña debe hacer una buena planificación antes de salir a la montaña: leer y comprender el boletín de peligro de aludes, conocer el tiempo anunciado en la zona escogida, dar con un recorrido y terreno adecuado a las condiciones del día, conocer las zonas sometidas al peligro de avalanchas, haber estudiado la evolución del manto nivoso los días previos a la ascensión, llevar y saber usar su equipo de rescate…
Todo hace indicar que un alud, o la rotura de un serac, segó las vidas de Tom Ballard y Daniele Nardi en el Nanga Parbat (Karakoram, Pakistán) y en la misma montaña, un alud de placa se llevó al alavés Alberto Zerain y al argentino Mariano Galván. Otra avalancha arrancó de la pared del Mingbo Eiger (Nepal) a tres de los integrantes del equipo nacional francés de alpinismo. Solo Matteo Bernasconi y Cala Cimenti murieron en los Alpes, ambos italianos, como el último de la lista, Korra Pesce, recientemente fallecido en el Cerro Torre (Patagonia argentina) por las heridas de una caída masiva de hielo y roca.
Falta de conocimiento
En 1996, Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo, Juan Oiarzabal y José Luis Zuloaga, Zulu, fueron sorprendidos por dos avalanchas en el Ice Tooth, un pico vecino del Shisha Pangma donde se aclimataban a la altitud. Nuca se recuperó el cuerpo de Zulu. “En esa época, no teníamos ni idea acerca del comportamiento de los aludes”, reconoce Iñurrategi. Thomas Arfi, Louis Pachoud, Gabriel Miloche, los tres galos fallecidos en el Mingbo Eiger, esperaron varios días tras unas fuertes nevadas antes de lanzarse a la montaña y escogieron la seguridad de una arista para minimizar el riesgo reduciendo la exposición a las zonas de aludes. Algo salió mal.
“Sin la información adecuada, sin los boletines de peligro de aludes o la información meteorológica precisa es mucho más difícil anticiparse al desencadenamiento de las avalanchas, y es una información crucial que falta en cordilleras como el Himalaya”, observa María Farré. Esta carencia deja en manos de los conocimientos y la experiencia de los alpinistas la decisión final de acometer o no su objetivo. Si observar el peligro de un serac inestable o asistir a caídas de roca frecuentes puede resultar relativamente sencillo y sirve para trazar una estrategia que evite dichos peligros objetivos, la nieve no siempre deja indicios visibles de sus intenciones. Y aquí destacan, por peligrosos e invisibles, los aludes de placa en situaciones de capa débil persistente: capas cohesionadas de nieve que deslizan sobre una capa inferior de débil cohesión al recibir una sobrecarga y caen si el terreno tiene una cierta pendiente.
“Que uno sea un gran alpinista no significa que se tengan grandes conocimientos sobre nivología. Aquí el factor humano es determinante: las ganas de acometer una ascensión hacen que se observen los peligros relacionados con la dificultad técnica de la escalada y se olviden los relacionados con la nieve y los aludes. Es la acción del ser humano la que provoca, casi siempre, los aludes de placa”, recuerda Farré. Y hoy día sigue siendo imposible saber a ciencia cierta si uno provocará o no el desencadenamiento de cierto tipo de avalancha.
100 fallecimientos de media en los Alpes, 6 ó 7 en los Pirineos
Pese a toda la prevención, en las zonas de montaña donde existen boletines de peligro de aludes cada vez más exactos siguen muriendo alpinistas y esquiadores: 100 de media anual en los Alpes, seis o siete en los Pirineos, 27 en Estados Unidos, 13 en Canadá... Otra cosa son cordilleras más remotas como el Himalaya, Alaska o ciertas zonas de Canadá, lugares donde o bien no existen boletines de aludes o bien son insuficientes. Marc André Leclerc y Ryan Johnson desaparecieron bajo una masa de nieve cuando descendían de las Torres Mendenhall, en Alaska. David Lama, Hansjorg Auer y Jess Roskelley descendían del Howse Peak, cerca de las Rocosas Canadienses, cuando fueron sepultados.
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