Pere Milla festeja su explosión tardía
El atacante de 29 años exhibe una asombrosa transformación en el Elche tras muchos tumbos
Hay un hilo invisible que une a Pere Milla con George Weah. Ambos pertenecen a la restringida categoría de los jugadores que experimentaron una de las metamorfosis más extrañas que pueden verse en el fútbol, donde las evoluciones individuales en la técnica y en la coordinación se producen de forma limitada, especialmente después de los 20 años de edad.
Weah, un tanque de área sin demasiada coordinación en el Mónaco, se transformó en un todoter...
Hay un hilo invisible que une a Pere Milla con George Weah. Ambos pertenecen a la restringida categoría de los jugadores que experimentaron una de las metamorfosis más extrañas que pueden verse en el fútbol, donde las evoluciones individuales en la técnica y en la coordinación se producen de forma limitada, especialmente después de los 20 años de edad.
Weah, un tanque de área sin demasiada coordinación en el Mónaco, se transformó en un todoterreno driblador de primera categoría mundial en el PSG, del mismo modo que Milla, el futbolista tímido, distraído y sin reflejos que en 2018 parecía completamente incompetente para Primera en el Eibar, se convirtió en un atacante implacable a partir de enero de 2020, con 28 años cumplidos, motor del Elche que se impuso en los playoffs del ascenso gracias al gol decisivo que él le metió al Girona.
”Es un dato más”, dijo, cuando ayer le preguntaron por la estadística anecdótica que corona su vertiginosa proyección, simbolizada en el gol que valió el empate del Elche en el Bernabéu, este domingo. El remate del 0-2 —una magnífica definición cruzada de derecha, su pierna menos hábil— fue su tiro número 12 en esta Liga, y el décimo que envía entre los tres palos, detalle que le sitúa con un 83% de puntería, como el atacante con mejor promedio de acierto en el arco, considerando España, Inglaterra, Alemania, Italia y Francia. ”El año pasado metí cuatro goles, este año llevo cinco”, contabilizó. “Este por lo menos sirvió para puntuar, no como el que hice en el Camp Nou [3-2]”.
Hay jugadores prematuros. Esos, por más raros que parezcan, son más frecuentes que los tardíos. Pere Milla forma parte de la segunda rama evolutiva. José Luis Mendilibar lo recibió en el Eibar con 27 años, después de un largo peregrinaje que le llevó por el Getafe B, el Logroñés, el UCAM y el Numancia. El técnico no tardó en darle una oportunidad. En el arranque de la temporada 2018-19, entre agosto y septiembre, Mendilibar le formó cuatro veces en el equipo titular del Eibar. A la cuarta fue la vencida. Al ver que el muchacho no salía de la perplejidad —le quitaban los balones de los pies— Mendilibar lo mandó al banquillo. No volvió a jugar hasta abril de 2019, contra el Huesca, apenas unos minutos. Fue su despedida.
Parecía desahuciado cuando José Rojo Pacheta, entonces entrenador del Elche, le fue a visitar para convencerle de que firmase por su equipo, que se preparaba para intentar ascender a Primera. El muchacho, cuya única experiencia en la máxima categoría se resumía en su descorazonador verano en el Eibar, aceptó el reto como quien se embarca en la última nave antes del Armagedón.
Preguntado por su vivencia con el jugador, Pacheta describe sus primeros meses en el Elche como la hibernación de la fiera. “Arrancó en enero de 2020 y desde entonces es el jugador que es hoy”, dice el técnico, que señala las extraordinarias condiciones atléticas que descubrió.
“La resiliencia encarnada”
“Pere Milla siempre se cuida mucho”, explica. “No tiene ni una pizca de grasa. Es impresionante el cuerpo que tiene, la explosividad, el número de sprints que hace por partido, lo trabajador que es sin que le baje la energía en 90 minutos. Es la resiliencia encarnada. Los delanteros, especialmente cuando se esfuerzan tanto, se suelen lesionar. Él conmigo no tuvo ni media lesión. ¡Nada! ¡Ni una molestia! Se rebela contra todo, empuja y va y va. Con el balón nunca se mete en líos de los que no pueda salir. ¡Gran virtud! Y cuando no lo tiene, pelea por balones por los que nadie iría. Y no es que vaya solo por ir: los gana. Y luego tiene tanta presencia en área que al final la mete. Posee algo difícil de entrenar: una intuición determinante para el gol”.
Un ojeador que se acercó a ver los playoffs de 2020 se quedó perplejo. “Fui pensando que Pere Milla no tocaría un balón”, dice, pidiendo que se respete su anonimato. “No le había visto desde que jugaba en el Eibar. ¡Y se había convertido en Frank Ribéry!”.
Siempre conectado al juego, astuto para jugar a dos toques, sagaz para leer los desmarques en profundidad y siempre a la vanguardia de la presión y de las carreras defensivas, el catalán parecía otro hombre, sea como extremo en las dos bandas o como segunda punta.
“Ellos son los culpables”, dice Pacheta, apuntando a los jugadores, cuando le preguntan por su cuota de responsabilidad en la metamorfosis. “Yo siempre hablo de lo mismo: que saquen sus virtudes y escondan sus defectos. ¿Te gusta correr? Corre. ¿Te gusta rematar? Llega al remate. No hay muchos más secretos. Es un tema de confianza del jugador. Que él se sienta cómodo en el campo, con sus amigos, en la ciudad, con sus compañeros. El ser humano necesita cariño”.
Pere Milla se muestra parco ante la cuestión de su tremendo salto evolutivo a los 29 años. Su respuesta es sensual. “Cuando estás a gusto en un sitio es más fácil que las cosas te salgan”, dice.
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