El ‘caddie’ que iba en Vespa e hizo historia en la Ryder
Antonio Garrido recuerda cómo pasó de una infancia pobre a ser el primer español, junto a Seve, en el gran torneo
Luisa y Celestino llamaron Antonio al sexto de sus siete hijos. Eran los años cuarenta y la familia Garrido vivía en el madrileño barrio de Aravaca en una casa sin habitaciones y con goteras. Los niños no iban al colegio. Cada miembro del clan se las ingeniaba para llevar algo a la mesa. El padre era albañil. La madre limpiaba. El pequeño Antonio descubrió el golf.
“Llegué por necesidad. Y fue esa necesidad la que me hizo golfista”, recuerda hoy Antonio Garrido, a los 77 años, mientras da sorbos a una manzanilla en el Club de Campo Villa de Madrid. Allí donde todo empezó. “Éramos 200 ni...
Luisa y Celestino llamaron Antonio al sexto de sus siete hijos. Eran los años cuarenta y la familia Garrido vivía en el madrileño barrio de Aravaca en una casa sin habitaciones y con goteras. Los niños no iban al colegio. Cada miembro del clan se las ingeniaba para llevar algo a la mesa. El padre era albañil. La madre limpiaba. El pequeño Antonio descubrió el golf.
“Llegué por necesidad. Y fue esa necesidad la que me hizo golfista”, recuerda hoy Antonio Garrido, a los 77 años, mientras da sorbos a una manzanilla en el Club de Campo Villa de Madrid. Allí donde todo empezó. “Éramos 200 niños de entre 10 y 14 años trabajando aquí, llevando los palos a los señores. Y salimos Manolo Piñero, José María Cañizares y yo. ¿Cómo? Teníamos hambre. Si llevaba dinero a casa, bienvenido era, porque un día comías y otro no. Más de una vez no había nada que llevarse a la boca. Eso hay que decirlo, ¿eh? No es malo. Qué difícil ha de ser para una madre y un padre que sus hijos no puedan comer. Mi madre se iba a los restaurantes a limpiar en la cocina y las sobras de los señores es lo que comíamos en casa”, revive. Así, haciendo de caddie, jugando a escondidas, por la noche, porque no tenían permiso, comenzó una carrera cuyos éxitos están escritos con sudor: cinco títulos en el circuito europeo desde 1972 hasta 1986, ganador de la Copa del Mundo de 1977 con Severiano Ballesteros, 24º en el Open Británico de 1978, y un orgullo poco reconocido, incluso por él mismo. Seve y Garrido fueron los primeros golfistas españoles, y no británicos, que representaron a Europa en la Ryder Cup. El gran duelo bienal contra Estados Unidos no abrió sus puertas a los jugadores de fuera de las islas hasta 1979, fruto del empeño de Ballesteros. Y el viernes 14 de septiembre de ese año, por la mañana, en el hoyo uno del campo de White Sulphur Springs, en West Virginia (EE UU), el sexto hijo de Luisa y Celestino hizo historia.
Tanto ha cambiado el cuento que en la Ryder que comienza la próxima semana, en Wisconsin, un español, Jon Rahm, comanda a Europa como número uno del mundo. El vasco no conoce personalmente a Garrido, pero, amante de la historia del golf como es, disfrutaría escuchando la vida de quien, de la mano del imprescindible Seve, abrió el camino.
“Hay que contar de dónde venimos. Yo con mi dinerito me pude comprar una Vespa blanca. Para mí era como un Mercedes. Recuerdo ir con ella de Madrid a Málaga para hacer de caddie de un señor. Salí de casa a las seis de la mañana. Llegué a las ocho de la noche. En febrero. Muerto de frío. El señor iba en coche. Y ya de jugador, con la Vespa iba, con Valentín Gutiérrez también subido, a hacer la ruta norte, torneos en Santander, Bilbao, Gijón y Francia. La verdad es que esa moto salió muy buena... Una vez volvíamos a casa, a finales de agosto, hambrientos. Paramos en una casa a preguntar dónde podíamos comer algo y la mujer nos vio tal cara que nos metió a desayunar. Eran tiempos duros, pero yo era muy feliz”, cuenta Garrido.
Esa necesidad compartida convirtió a los golfistas de su generación en una familia. Unos se ayudaban a otros. Viajaban juntos, compartían gastos, lloraban o reían hombro con hombro. Incluso se ganaron un apodo que el tiempo ha adjudicado al tenis: La Armada. “¡Esos éramos nosotros!”, reivindica Garrido, y explica el origen: “Año 1977. Los españoles ganamos ocho o nueve torneos. Yo gané dos, Manolo Piñero, Seve, Manuel Ramos... Y creo que fue Mercedes Milá quien nos llamó así. Luego se ha usado para los tenistas, pero la verdadera Armada fuimos los golfistas de los setenta”.
Por encima de todos ellos emergería Severiano Ballesteros, el genio, el impulsor de la Ryder como se conoce hoy, un choque de gigantes entre Europa y Estados Unidos. Ese 1979, Seve tenía 22 años. Garrido, 35. “Él fue el motor. Y siendo tan joven... se comportaba como un líder, un torbellino. Yo era 13 años mayor que él. Habíamos ganado juntos el Campeonato del Mundo del 77, él con 19 ó 20, y ya se veía que era un fenómeno. ¡Si estaba todo el tiempo dándome consejos a mí! Que yo era no mayor, sino mucho mayor que él. Así era Seve. La gente me lo decía: ‘¿Pero cómo Seve se porta ya así, que parece que te da lecciones?’. Era sin mala intención. Se comía el mundo, vivía para el golf. Los fenómenos nacen así. Djokovic me recuerda a él, ese carácter que va rompiendo raquetas porque pierde, ese afán...”.
Sin ver morir a mamá
Seve y Garrido abrieron la Ryder del 79 jugando los fourballs (cada jugador con su bola) contra la pareja estadounidense Wadkins-Nelson. Cayeron 2&1 (dos hoyos de ventaja con uno por jugarse). Según los archivos de vídeo consultados por Antonio Sándeto, autor del libro Nos vemos en dos años, sobre la historia de la Ryder, Garrido fue el primer no británico en golpear una bola para Europa. La pareja española ganó por la tarde 3&2 a Zoeller-Green en foursomes (una bola por pareja). Y volvieron a perder en las citas del sábado y en los individuales del domingo. Estados Unidos venció con rotundidad (17-11), pero había comenzado una nueva era.
“Jugar con Seve una Ryder fue especial. La gente estaba ansiosa de verle jugar. Él me estaba animando todo el tiempo. Nos recibieron muy bien a los españoles, había una buena unión, aunque yo sabía inglés de aquella manera. Era otro mundo, algo que yo no había vivido nunca. Lo que más me sorprendió es que cuando llegamos a Estados Unidos, nos llevaron a cada uno al hotel, que íbamos con nuestras mujeres, y a los 10 minutos llaman a la puerta, abro y se meten de golpe las cámaras de televisión a hacernos ahí entrevistas. Eso me impactó”.
Cuando echa la vista atrás, Antonio Garrido no quiere recordar lo malo. “Es la vida”, repite. Le duele sobre todo no haber estado presente cuando falleció su madre. Él estaba jugando un torneo en Argentina. Se enteró de la muerte al regresar. Hoy sonríe con sus siete nietos. A algunos les enseña a jugar al golf. Pero no les cuenta quién fue su abuelo. El golfista, hijo de un albañil, que viajaba en Vespa y llegó a la Ryder.
Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.