Cruyff y el “ya decía yo...”

La primera jornada de Champions suele ser un terreno abonado para los incendios. A más exigencia mayor posibilidad de derrota, resultado negativo o fracaso

Los jugadores del Barça se retiran tras la derrota ante el BayernALBERT GEA (Reuters)

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Siempre he tenido la sensación de que la auténtica temporada empieza en septiembre. Llámenme antiguo, pero parece que mi cerebro se ha quedado anclado en los tiempos en los que la pretemporada acababa con el mes de agosto y la competición oficial se iniciaba, para entretenernos, justo al final de las vacaciones, con la vuelta al trabajo y el regreso a la escuela.

Seguramente a este bloqueo mental mío contribuya que el mercado de inscripciones finalice el 31 de agosto, y las plantillas de los equipos no queden fijadas hasta esa fecha, y tengamos jugadores que empiezan la temporada con un...

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Siempre he tenido la sensación de que la auténtica temporada empieza en septiembre. Llámenme antiguo, pero parece que mi cerebro se ha quedado anclado en los tiempos en los que la pretemporada acababa con el mes de agosto y la competición oficial se iniciaba, para entretenernos, justo al final de las vacaciones, con la vuelta al trabajo y el regreso a la escuela.

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Seguramente a este bloqueo mental mío contribuya que el mercado de inscripciones finalice el 31 de agosto, y las plantillas de los equipos no queden fijadas hasta esa fecha, y tengamos jugadores que empiezan la temporada con un equipo para seguir con una camiseta diferente en septiembre, y quién sabe si volverán a cambiarla en enero.

Si a eso le sumamos que en cuanto empiezan las ligas vuelven a pararse para comenzar con las clasificaciones de selecciones nacionales (vaya lío el que hay armado con las selecciones sudamericanas y sus tres partidos por franja oficial, lío que solo se arregla añadiendo días a la semana, solo por dar ideas), todo ello ha hecho que siempre me haya dado la sensación de que esos primeros tres partidos de Liga son los tres últimos de preparación con la condición de que los ganemos o sumemos suficientes puntos para irnos al parón de selecciones con la suficiente tranquilidad, que la presión ya irá llegando con el desarrollo de la temporada.

Lo que pasa es que con esto del cambio climático los incendios de agosto se nos han trasladado a septiembre (o a octubre o a enero, que hoy en día todo mes es tiempo de incendios) y esta primera jornada de Champions suele ser un terreno abonado para ellos. A más exigencia mayor posibilidad de derrota, resultado negativo o fracaso, depende del nivel de intensidad emocional que queramos darle al asunto.

Y como una imagen vale más que mil palabras veamos la vuelta de Griezmann al Wanda Metropolitano. Su ausencia del once titular, los silbidos de la grada, el seguimiento sobre la bien ganada placa de Antoine en su primera etapa rojiblanca y el empate arrancado por un serio Oporto, equipo, club, siempre, siempre, competitivo en cuanto escucha el himno de la Champions. 180 minutos vestido de rojiblanco y ya tenemos las opiniones de mil tipos sobre los mil motivos que harán fracasar la vuelta de Griezmann al ecosistema que siempre se había considerado como el perfecto para su forma y estilo de juego. El gran golpe de efecto del Atlético en las últimas horas del mercado parece ahora ya diluido, ya dudoso, ya sospechoso.

Qué les voy a decir de este asunto si pillamos el puente aéreo, nos vamos para Barcelona y revisamos el primer partido de clasificación del FC Barcelona ante la pesadilla del Bayern. Hubo un tiempo en el que este primer partido de clasificación se jugaba contra el rival más débil del grupo pero esta vez el inicio era a lo grande. A 600 kilómetros escuchaba conocidos debates de sistemas, opciones, jugadores y actitudes futbolísticas. Y yo veo, perdonen, desenfoco, pero es el paso del tiempo, a aquel entrenador holandés que tuve en el Barça, un tipo de enorme personalidad, gran instinto para el fútbol y fino olfato estratégico, que ante tanto mensaje directo, indirecto y subterráneo hubiera respondido colocando a los que le eran demandados y como le eran demandados aunque supiera que no era lo que él quería. Y si se ganaba (en el fútbol es posible ganar hasta haciendo lo contrario de lo que crees que debes hacer; vamos, como en su trabajo y el mío), hubiera dicho que era por él. Y si se perdía, opción muy posible, hubiera levantado los hombros, hubiera mirado de reojo y con una media sonrisa cómplice hubiera sentenciado: “Ya decía yo…”.

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