Leo Messi es mi hermano pequeño

El Barcelona es un club arruinado, pero ni eso parece tener importancia alguna cuando rompe el 10 a llorar porque tiene que irse

Miles de aficionados del Paris Saint-Germain (PSG) esperan a las puertas del Estadio Parque de los Príncipes en París el pasado miércoles 11 de agosto tras la presentación de Lionel Messi como nuevo jugador parisino.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)

Él no lo sabe, pero Leo Messi es mi hermano pequeño. Las excepciones existen para empujar los límites de lo conocido, pero también para rellenar ausencias, algunas tan escandalosas que solo la imaginación te puede salvar de la realidad impuesta. Al poco de nacer yo, un famoso ginecólogo de la ciudad confundió los dos ovarios de mi madre con sendos tumores y ordenó que se los extirparan de urgencia: cosas que pasan. “No me llore tanto, que ya tiene usted un hijo y hay muchas mujeres por ahí sin ninguno”, le dijo la primera ...

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Él no lo sabe, pero Leo Messi es mi hermano pequeño. Las excepciones existen para empujar los límites de lo conocido, pero también para rellenar ausencias, algunas tan escandalosas que solo la imaginación te puede salvar de la realidad impuesta. Al poco de nacer yo, un famoso ginecólogo de la ciudad confundió los dos ovarios de mi madre con sendos tumores y ordenó que se los extirparan de urgencia: cosas que pasan. “No me llore tanto, que ya tiene usted un hijo y hay muchas mujeres por ahí sin ninguno”, le dijo la primera vez que acumuló fuerzas para pedir explicaciones. Es una tontería, lo sé, pero me gusta pensar que algunas de esas mujeres también terminaron por adoptar a Messi como hijo suyo.

Racionalidad, menuda palabra. Cada cierto tiempo, casi siempre al amparo de la actualidad o de cualquier oportunidad para mostrar la patita, aparece algún tecnócrata, algún intelectual o algún pedante en el exilio a explicarnos que la relación que tenemos con nuestro equipo, con nuestro jugador favorito, o con nuestro hermano imaginario, es del todo irracional: vaya, hombre, menudo sopapo a la nada; apúntese usted a karate que, según he podido comprobar en los últimos JJOO de Tokio, también va un poco de eso. Pues claro que es irracional sentir dolor por el adiós de un futbolista al club de toda su vida, pero ahí está: mordisqueando millones de entrañas a lo largo y ancho del planeta. Allá cada cual con sus planteamientos filosóficos, pero menuda vida esa que solo se compone de aquello que podemos comprender, controlar o, en último caso, expulsar.

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A la despedida de Messi le sobra todo aquello que no sean lágrimas y amenazas de inundaciones, aunque también se aceptan otros tipos de Apocalipsis. Se nos acaba el mundo porque algún día se nos tenía que acabar y no pasa nada por buscar culpables o azotar revoluciones. El Barça es un club arruinado en lo económico por una gestión infame durante la última década, pero ni eso parece tener importancia alguna cuando rompe Messi a llorar porque tiene que irse. A fin de cuentas, lo único que pedimos es que se quede sin importar las consecuencias. Que se le caigan cascotes del vetusto Camp Nou en la cabeza, pero que no se marche. Queremos que le broten margaritas de las botas cuando ya no pueda moverse, cuando se quede petrificado en el balcón del área por el paso del tiempo. Y votaremos entonces –encantados, claro– por exprimir los últimos euros de una entidad centenaria que compró un halcón para evitar que se le caguen encima las palomas: eso queremos los que todavía conservamos la capacidad de sentir o, mejor dicho, eso queríamos.

“Mi hermano está fuera, estudiando”, responderé a cualquiera que me pregunte por Messi a partir de hoy. “Ya volverá”, pensaré para mis adentros... Y eso suponiendo que, en unos años, todavía exista un Fútbol Club Barcelona al que pueda volver, que en eso andarán ahora mismo los actuales dirigentes. Yo, por mi parte, seguiré viendo todos sus partidos, cantando sus goles como si me fuera la vida en ello, y dejándome caer cada día por su cuenta de Instagram para ponérsela toda perdida de corazones: que no piense, ni por un momento, que me he olvidado de él. Los hermanos mayores tenemos responsabilidades y la mía, ahora lo entiendo, es mantener viva la llama de lo que nunca, jamás, existió.

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