Laporta ya no puede ser Laporta
El barcelonismo no estaba preparado para asumir la partida de Messi después de ser entrenado para festejar su continuidad
Al dicharachero Laporta le dio un ataque de sensatez desde la presidencia después de ganar las elecciones con la excitación de un candidato conocido, seguramente porque es más fácil alcanzar el palco que gobernar el Barça mientras el club defienda que su carta de naturaleza consiste en no ser una SAD. El barcelonismo no estaba preparado para asumir la partida de Messi después de ser entrenado para festejar su continuidad porque entr...
Al dicharachero Laporta le dio un ataque de sensatez desde la presidencia después de ganar las elecciones con la excitación de un candidato conocido, seguramente porque es más fácil alcanzar el palco que gobernar el Barça mientras el club defienda que su carta de naturaleza consiste en no ser una SAD. El barcelonismo no estaba preparado para asumir la partida de Messi después de ser entrenado para festejar su continuidad porque entre las muchas diferencias de Laporta respecto a Bartomeu estaba la permanencia del 10, aunque fuera como símbolo de poder respecto a clubes como el Madrid, el PSG o el City. La fuerza del Barça era poseer a Messi.
Bartomeu hipotecó su mandato y el futuro del club porque no quiso pasar a la historia como el liquidador de Messi, despreocupado porque su gestión fuera calificada de insensata o ingenua, víctima de una acción de gobierno irresponsable por la misma razón que votó a favor de una acción social contra Laporta en 2010. Y ahora Laporta antepone la viabilidad de la entidad a la permanencia del argentino después de constatar que no puede decidir por su cuenta si no que está atrapado por las exigencias del mismo Messi -no armó el equipo que le prometió- y sus avaladores, cuyos intereses no coinciden con los de LaLiga.
Ya no hay mesías que valga en un mundo futbolístico dominado por los fondos de inversión —propios o ajenos y se llamen Goldman Sachs, CVC o J P Morgan—; los agentes —Mendes o Raiola—; o los clubes estados que defienden el régimen administrativo actual —uno sería el PSG— en contraposición a los clásicos, como son el Madrid y Barça, enemigos naturales que hoy pleitean con LaLiga y coinciden en demandar la Superliga. El consumo y el timing no admiten a juntas amateurs, ejercicios de voluntarismo ni organigramas sobrecargados y aparentes como el del Barcelona.
El Barça está arruinado y amenazado con y sin Messi. Una empresa convencional, o un club que no fuera más que un club, ya estaría cerrado sin necesidad de una auditoría después de la intervención de un presidente que anunció unas pérdidas de 487 millones en el último ejercicio económico del Camp Nou. La deuda apremia, sobran muchos jugadores de los que siguen, faltan refuerzos y nadie sabe qué pinta Agüero. Aunque la política deportiva ha estado condicionada por la nefasta gestión de la junta anterior, también ha habido improvisación en la actual, que tardó en formalizarse por la renuncia del actual conseller de economía, Jaume Giró, y dudó incluso de la continuidad de Koeman.
Laporta sabía cómo ganar las elecciones y ahora necesita un plan para gobernar después de perder a Messi. No se trata de buscar culpables, sino de dar con soluciones que pongan a salvo no ya al equipo sino al club antes de caer en un cainismo que ha cortado a Messi. Hoy cualquier jugador y directivo es susceptible de ser recriminado desde la salida del 10. Messi llora su pena mientras el barcelonismo llora a Messi. El drama es que el Barça debe aprender a gestionarse una vez que ha descubierto que Laporta ya no es ni puede ser Laporta.
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