Opinión

Dear England

La selección inglesa ha mostrado su rechazo al racismo, a la homofobia o a las políticas que fomentan la desigualdad

El seleccionador nacional de Inglaterra, Gareth Southgate, este lunes en Kent (Reino Unido)CARL RECINE (Reuters)

La inmensa mayoría de españoles está soñando con una final en Wembley. La selección de Luis Enrique ha demostrado su buen juego, pero lo que es más importante, ha desplegado un estoicismo y una capacidad de sufrir y de superar la adversidad muy del gusto ibérico. Cómo no abrazarse al patriotismo sin condicionantes ni reparos que ofrece el fútbol. Un enfrentamiento entre Inglaterra y España sería la moraleja que encajaría como un guante con nuestros prejuicios y creencias. Los fanáticos nacionalistas del Brexit frente a la humildad, civismo y fair play de un país del sur de Europa.
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La inmensa mayoría de españoles está soñando con una final en Wembley. La selección de Luis Enrique ha demostrado su buen juego, pero lo que es más importante, ha desplegado un estoicismo y una capacidad de sufrir y de superar la adversidad muy del gusto ibérico. Cómo no abrazarse al patriotismo sin condicionantes ni reparos que ofrece el fútbol. Un enfrentamiento entre Inglaterra y España sería la moraleja que encajaría como un guante con nuestros prejuicios y creencias. Los fanáticos nacionalistas del Brexit frente a la humildad, civismo y fair play de un país del sur de Europa.

Hay, sin embargo, un reverso de esta historia que pone en duda si es más emotivo y visceral abrazarse a una bandera o a una idea de la vida. Muchos miembros del Partido Conservador británico están enrabietados con el triunfo de la selección nacional. Saben que la oportunidad propagandística es excepcional: la ocasión de dar en los morros a una Unión Europea que ha despreciado al Reino Unido, y de mostrar al mundo el brillo de una Gran Bretaña Global que ahora se ha convertido en un actor internacional solitario. Pero no soportan que los jugadores de su selección hinquen la rodilla en el campo antes de cada partido, en solidaridad con el movimiento Black Lives Matter. O que el capitán, Harry Kane, lleve una banda multicolor para respaldar a la comunidad LGTB. O que Marcus Rashford -a pesar de que apenas ha abandonado el banquillo- fuera capaz de torcer el brazo al Gobierno de Boris Johnson y lograr que se ampliaran las ayudas de menú escolar para los niños más desfavorecidos durante la pandemia. O que Jordan Henderson diera su respaldo en las redes a Joe White, cuando decidió acudir al encuentro Inglaterra-Alemania completamente maquillado para la ocasión: “Hola, Joe, me alegra que pudieras disfrutar del partido como te mereces. Nadie debería tener miedo de acudir a apoyar a su equipo o a su país. El fútbol es para todos. Gracias por tu apoyo”, escribió Henderson en su cuenta de Twitter.

Y finalmente, que el seleccionador nacional, Gareth Southgate, abiertamente partidario de que el Reino Unido siguiera formando parte de la UE, haya escrito una carta abierta a su Dear England (Querida Inglaterra) en la que afirma cosas como que “es el deber [de los jugadores] interactuar con el público en asuntos como la igualdad, la inclusión o la injusticia racial, y usar el poder de sus voces para poner sobre la mesa determinados debates, despertar conciencias y educar”.

La ministra británica del Interior, Priti Patel, ha acusado a Southgate y a la selección británica de introducir “gestos políticos” innecesarios en el deporte, y respalda a todos los aficionados que abuchean a los jugadores, “porque ellos también tienen derechos”.

Cuando la selección española derrote a la inglesa en Wembley el 11 de julio, convendría hacerlo con elegancia, y recordar que el rival caído representa al país que muchos echamos de menos y admiramos inmensamente.

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