El pueblo de Vila-real abraza a sus héroes

Los campeones de la Liga Europa pasean el trofeo por la pequeña localidad entre la emoción de sus habitantes

El autobús de los jugadores del Villarreal reciben el cariño de los aficionados en la calles de la ciudad. EFEDomenech Castelló (EFE)

Era su momento. Y así lo pregonaron antes de viajar a Gdansk (Polonia) a su primera final europea. “Es nuestro momento”, proclamaba el autobús en el que los jugadores del Villarreal celebraron este jueves el triunfo de la Europa League con su afición. “Europa es nuestra”, clamaban. Y el equipo demostró que, campeón, sigue siendo lo mismo de siempre: un equipo entregado a su afición. Y esta les respondió tiñendo de amarillo hasta el último centímetro del recorrido de los vencedores de la ...

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Era su momento. Y así lo pregonaron antes de viajar a Gdansk (Polonia) a su primera final europea. “Es nuestro momento”, proclamaba el autobús en el que los jugadores del Villarreal celebraron este jueves el triunfo de la Europa League con su afición. “Europa es nuestra”, clamaban. Y el equipo demostró que, campeón, sigue siendo lo mismo de siempre: un equipo entregado a su afición. Y esta les respondió tiñendo de amarillo hasta el último centímetro del recorrido de los vencedores de la Europa League por el pueblo que da nombre al equipo. Porque a los de Vila-real no les importa que les digan que son de pueblo. De hecho, nunca antes un municipio tan pequeño (50.000 habitantes) había llegado a un título europeo y están orgullosos de ello.

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El Villarreal nunca ha dejado de contar con una afición que ha hecho que el campo, en el que caben casi la mitad de sus habitantes, se quedara pequeño. Esta vez era el momento de recoger el fruto de las penurias, los nervios, los días de menos glorias y la ilusión “de todo un pueblo industrial y labrador”, tal como dice el himno. “Esto es historia”, decían muchos. “Nos lo merecíamos. Ya tocaba”, coincidía la mayoría.

El pueblo, muchos jóvenes, niños, familias enteras, salió a la calle, igual que lo hizo el miércoles por la noche tras el triunfo. Aplaudió, jaleó, piropeó a los jugadores, que pasearon la copa desde lo alto de un autobús descubierto. Al grito de “campeones” ondearon banderas y agitaron sus bufandas. La longitud del recorrido ayudó a que apenas se produjeran aglomeraciones, que sí se dieron en algún ataque de pasión desmedida y por la iniciativa de algunos de ver pasar a sus ídolos en varios tramos. Quien no bajó a la calle, lo hizo desde los balcones.

El dispositivo de seguridad apenas tuvo que incrementar en un 20% el número de efectivos de un turno normal. Por la noche, tras las celebraciones, tan solo se presentaron dos denuncias: una por un local abierto más allá del toque de queda y otra al conductor de un vehículo que circulaba también pasada la una de la madrugada. “Sant Pasqual (el patrono del municipio) ha hecho algo pero nosotros también”, decían los más mayores, que también vivieron la celebración.

Ya por la mañana, cuatro jugadores, Sergio Asenjo, Mario Gaspar, Manu Trigueros y el canterano Pau Torres, el mismo que marcó el décimo gol y que siendo niño lloró cuando Riquelme falló el penalti ante el Arsenal en semifinales de la Champions, se pasearon con la medalla de campeones por las calles como muestra de agradecimiento a la afición. Posaron, firmaron autógrafos, aguantaron apretones de manos y topetazos en la espalda. Y los relatos de quienes no pudieron soportar ver la tanda de penaltis o de los que aguantaron hasta el final para abrazarse con los vecinos, o quienes salieron a la calle y la alegría les impidió dormir durante toda la noche.

Vila-real es un pueblo sin prejuicios. Su potencial económico fue siempre la naranja hasta que una histórica nevada, a mediados del siglo XX, le obligó a reconvertirse y a cambiar una tierra por otra. Entonces surgieron las primeras fábricas de azulejos, un sector que hoy supone uno de los centros del sector cerámico más importantes de España, aunque algunos mantengan la actividad citrícola.

La rivalidad del pueblo nunca fue con el colindante. Si a alguno han mirado, en esas típicas hostilidades entre vecindarios, ha sido a la capital de la provincia, Castellón, cuyo equipo acaba de descender de categoría. Esta vez aún hubo alguno que lo recordaba, pero los menos. Las rencillas fueron mucho mayores cuando los groguets comenzaron su escalada, hace más de 20 años, y en las familias albinegras de la capital no se comprendía que se traicionara la tradición.

Vila-real celebró un triunfo en “la cosa más importante de las cosas menos importantes”, que parafraseó el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, para felicitar al equipo, del que destacó la humildad. Nadie en Vila-real dejó de alegrarse por el Villlarreal.

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