Mikel Landa se retira del Giro de Italia tras una dura caída

El alavés sufre una fractura de la clavícula izquierda, la escápula y varias costillas

Mikel Landa, atendido por las asistencias médicas tras la caída. / diario as

En Módena, donde la historia pesa un montón, y los mitos, y pasas de la casa museo de Luciano Pavarotti a la de Enzo Ferrari en un plisplás, Mikel Landa aún goza del regusto de su ataque la víspera bajo el diluvio de los Apeninos y disfruta del protagonismo, de un foco sobre su figura que no teme. El sol empieza a quemar. El Giro viaja hacia el mar. Aire de vacaciones. En Cattolica, ...

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En Módena, donde la historia pesa un montón, y los mitos, y pasas de la casa museo de Luciano Pavarotti a la de Enzo Ferrari en un plisplás, Mikel Landa aún goza del regusto de su ataque la víspera bajo el diluvio de los Apeninos y disfruta del protagonismo, de un foco sobre su figura que no teme. El sol empieza a quemar. El Giro viaja hacia el mar. Aire de vacaciones. En Cattolica, ciudad falsa de hoteles melancólicos en primavera sobre las playas del Adriático, arena infinita como el horizonte del mar, a Landa no le esperaba una tarde de relax y calma al final de una etapa tonta y el anticipo de otro final en alto el jueves en Ascoli Piceno, 16 kilómetros al 6,1%, sino una ambulancia con la clavícula izquierda rota, así como varias costillas, la escápula y un posible neumotórax.

La calle es ancha, muy ancha, pero en el centro se ve desde lejos un colchón naranja vertical que protege una señal de tráfico clavada en una isleta. Para aumentar la seguridad del pelotón --casi 200 corredores desbocados que meten codos, que se rozan, que se cierran en las curvas, que se temen, que actúan por reflejo, que no tienen tiempo para pensar--, un controlador con chaleco reflectante amarillo y una bandera roja, se planta delante del colchón para advertir a los ciclistas del obstáculo. Los ciclistas son adrenalina pura, corazón palpitante, tensión convertida en estrés pues los últimos kilómetros parecen el recorrido de una yincana –curvas cerradas, bolardos, firme irregular, rotondas—y las caídas se han multiplicado.

No ven el fin de la tortura en que se convierten todas las etapas llanas, las que no tienen más peso sobre la clasificación general que el de medir su capacidad de supervivencia.

Algunos ciclistas tampoco ven al hombre que les alerta, al que pasan rozando, y uno de ellos, justamente Joe ‘DiMaggio’ Dombrowski, el ganador de la víspera, lo golpea en el brazo izquierdo, que tiene extendido, lo derriba y cae, y con su cuerpo caído y su bicicleta enredada entre las piernas tropiezan el francés Bidard y Landa, que se golpea duro el costado izquierdo contra el asfalto abierto. Dombrowski y Bidard se levantan. Landa se queda tendido en el suelo. El quinto día su Giro ha terminado. Pocos minutos después, en el justo instante en el que el diminuto australiano Caleb Ewan levanta los brazos, vencedor del sprint tras remontar por fuera a Viviani y Nizzolo, una ambulancia carga con el ciclista alavés para transportarlo al hospital de la vecina Riccione, al otro lado del circuito de motociclismo de Misano Adriático.

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El Giro pierde a uno de sus grandes protagonistas, a un escalador de ataque y espectáculo que, según su compañero Damiano Caruso, un siciliano fuerte que, aunque su héroe, Salvo Montalbano, no llevaba bigote, se ha dejado un mostacho pelirrojo porque le han dicho que le dará suerte, “está mucho más decidido a luchar por la victoria que en el Tour que terminó cuarto; consciente de su calidad, en el punto justo para hacer un gran Giro”. El dorsal 51, el de los campeones, Merckx, Ocaña, Hinault, no le dio tanta fortuna como el bigote a su amigo supersticioso.

Con su abandono, el ciclismo español pierde la esperanza de una victoria en la carrera rosa, un logro que solo han alcanzado, en la historia, el más grande, Miguel Indurain, y uno de los más grandes, Alberto Contador.

Landa gana, un año más, razones para sentirse maldito en una carrera que le bendijo los primeros años (fue tercero en 2015, ganó dos grandes etapas en 2014) y que se convirtió en tormento –caídas, retiradas—en los últimos.

Los directores, al menos el director del Bahrein de Landa, Franco Pellizotti, reaccionan con resignación. “Esto forma parte del juego. Hoy nos ha tocado a nosotros”, dice el excorredor véneto. “Hay que tomárselo así y pensar que hay que seguir. Landa era el líder, pero también tenemos otros corredores importantes como Pello Bilbao, quinto en el último Giro, o Damiano Caruso, décimo en el último Tour”.

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El pelotón no se resigna, sino que acumula más argumentos aún para cargarse de razones y rabia. Landa no es el único de los importantes que ha caído. También lo ha hecho el ruso Pável Sivakov, el hombre de reemplazo para Egan en el Ineos, que se ha golpeado la espalda y llega a meta con más de 13 minutos de retraso. Alessandro de Marchi, el líder de rosa, habla por todos: “Estos finales tortuosos son peligrosos y estresantes”, dice el ciclista del Friuli. “Si se empeñan los organizadores en meternos por estas calles deben aumentar las medidas de seguridad”. Otros aprovechan, en una especie de estábamos esperando este momento para decirlo, para criticar que la Unión Ciclista Internacional (UCI) haya emprendido una campaña de multas de 500 francos y amenazas de expulsión a los ciclistas que arrojen bidones fuera de los lugares señalados y a los que adopten posturas consideradas peligrosas sobre la bici, mientras no incrementa los controles sobre la seguridad de los recorridos.

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