Simeone y el intervencionismo total
La injerencia del técnico en Stamford Bridge con los cambios, sobre todo en la segunda parte, llegó a ser angustiosa para sus propios jugadores
Diego Simeone no lee a Van Basten. Y si le oye, no le escucha. El estilista delantero centro holandés confesó hace unos días en EL PAÍS que el fútbol se ha convertido en un deporte propiedad de los técnicos. “Ahora, hablamos básicamente de entrenadores. Eso no es bueno. Se han vuelto demasiado importantes. Los jugadores necesitan asumir más responsabilidades, porque son ellos los que tienen más poder de influir. Hoy si un equipo juega bien o mal lo atribuimos al entrenador. Y realmente no sé cuál es la influenci...
Diego Simeone no lee a Van Basten. Y si le oye, no le escucha. El estilista delantero centro holandés confesó hace unos días en EL PAÍS que el fútbol se ha convertido en un deporte propiedad de los técnicos. “Ahora, hablamos básicamente de entrenadores. Eso no es bueno. Se han vuelto demasiado importantes. Los jugadores necesitan asumir más responsabilidades, porque son ellos los que tienen más poder de influir. Hoy si un equipo juega bien o mal lo atribuimos al entrenador. Y realmente no sé cuál es la influencia del entrenador. El Liverpool es Klopp, el Madrid es Zidane, el City es Guardiola…”.
Van Basten omitió la paternidad del Atlético, uno de los equipos más de autor del planeta fútbol. El intervencionismo del Cholo raya el totalitarismo y en la reciente eliminatoria contra el Chelsea se ha visto elevado a la máxima expresión. En la ida y en la vuelta. En Bucarest, con una defensa de seis en línea en la que Correa y Lemar eran los laterales; Llorente (segundo máximo goleador del equipo) y Hermoso los centrales exteriores, y Savic y Felipe, los centrales interiores.
Este miércoles en Stamford Bridge, la injerencia del técnico con los cambios, sobre todo en la segunda parte, llegó a ser angustiosa para sus propios jugadores. Sustituciones y trueques de dibujos tácticos cada siete minutos. A los 68 minutos, con más de 20 por delante, ya había consumido las tres ventanas de los cambios, más el comodín del descanso.
En el intermedio fue cuando el técnico argentino rectificó su decisión del comienzo del partido de jugar con una defensa de cuatro zagueros en línea (4-4-2). Con la entrada de Hermoso por Lodi, el equipo se colocó con tres centrales, una línea de seis centrocampistas (Trippier-Llorente-Koke-Saúl-Joao Félix-Carrasco) y una referencia ofensiva, Luis Suárez (3-6-1). A los siete minutos exactos (53′) entró Dembélé por Carrasco. Nuevo reajuste posicional que no llegó a asentarse, ni descifrarse. No dio tiempo. Se intuyó que el francés se colocaba por la derecha y Saúl por la izquierda. Cinco minutos duró la foto. A los 58, Correa entraba por Luis Suárez. Era como deshacer el cambio anterior. El argentino se tiró al carril diestro y Dembélé ocupó la zona del uruguayo.
La pregunta era de primer mes del curso de entrenadores. ¿Por qué Simeone no ha sustituido, y en una misma ventana, a Dembélé por Suárez, delantero por delantero, y a Correa por Carrasco, centrocampista por centrocampista, sin pasar por la etapa intermedia que solo tuvo una validez de cinco minutos? Pasó entonces el equipo a colocarse en un 4-4-2, como al principio del encuentro.
Diez minutos después (68′), penúltimo zafarrancho: Lemar, un interior, por Trippier, un lateral derecho. Nueva reorganización (3-5-2). La ocupación de los espacios pasó a ser aún más sofisticada. Tres centrales (Savic-Giménez-Hermoso); dos laterales altos (Llorente y Saúl), tres medios (Correa-Koke-Lemar) y dos delanteros escalonados (Joao Félix y Dembélé). Todavía hubo un último movimiento de piezas antes del final. Este obligado por la expulsión de Savic. Koke se colocó como central derecho y Lemar se colocó de teórico mediocentro.
Todas estas situaciones tácticas acaecidas a lo largo del partido son puramente descriptivas. Sin entrar en la valoración de las decisiones. Si era conveniente retirar a Luis Suárez cuando el equipo tenía que marcar dos goles por mucho que el uruguayo estuviera en trance de convertirse en el primer jugador de la historia de la Champions en enlazar 25 partidos fuera de casa sin marcar y en ese encuentro hubiera perdido siete balones, tuviera un 67 por ciento de acierto en el pase y no hubiera rematado a puerta.
O si tanto cambio de posición de manera tan continua no termina de desquiciar a los jugadores, por muy polivalentes que puedan ser y ya no sepan exactamente cuál es su posición en cada momento. Saúl y Llorente fueron los más damnificados en el baile de la noche londinense.
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