En la élite del tenis con ocho dedos
La inglesa Francesca Jones llega al Open de Australia tras superar un síndrome poco frecuente en manos y pies
Después de intentarlo sin éxito por dos veces, Francesca Jones (Bradford, Inglaterra; 20 años) salió a la pista, barrió a la china Lu Jia-jing (6-0 y 6-1) y se clasificó para el Open de Australia que arranca esta semana. No fue un triunfo cualquiera, pues la tenista nació con displasia ectodérmica por electrodactilia, un síndrome poco frecuente. “Tengo cuatro dedos en cada mano y en el pie izquierdo, y tres en el pie derecho”, cuenta Jones —ahora la número 245 del mundo— a EL PAÍS, simpática y cerebral.
Un hándicap que Francesca obvia con la raqueta entre los dedos, enfrentada ahora en primera ronda a la norteamericana Shelby Rogers, 60 del mundo. “Lo peor que se puede hacer es decirme que no puedo hacer algo...”, explica Frany, como la conocen sus amigos, en un castellano perfecto porque desde los 10 años vive en Barcelona, formada al inicio en la Academia Sánchez-Casal y ahora en la del Barcino de la mano de Andreu Guilera. Al tenis llegó de casualidad.
Antes del verano de 2005, el padre de Francesca, Simon —asesor financiero junto a su mujer, Adele—, debía trabajar en casa con tres niños encima. Así que un día, tras acabar el colegio, pasaron por delante del Heaton Tennis Club y su padre dio un volantazo para aparcar el coche y apuntarles a clase durante esos meses. Para Francesca, sin embargo, el tiempo continúa porque nunca ha soltado la raqueta, siempre con los grips [empuñaduras] más finos posibles y ahora producidos para ella por la fábrica Wilson. Fue tenis como podría haber sido otra cosa. “A mí me encantaba la sensación de competir. Creo que si hubiese sido otro deporte, como el fútbol, también lo habría intentado hasta el final. Se trataba de tejer una buena relación con el deporte”, admite Francesca, con un vocablo extenso que trasluce su pasión por la lectura, devoradora de libros y también de las noticias internacionales en los diarios.
A medida que crecía, Francesca debió superar más de 10 intervenciones quirúrgicas. “Un día el doctor me dijo que mi cuerpo no estaba construido para ser una atleta ni una tenista profesional”, recuerda; “pero mis padres me dijeron que podía ser lo que quisiera. Y les creí...”, suelta divertida. Y apostilla: “En ese momento me decidí a hacerlo; esas palabras consiguieron lo contrario, me impulsaron a ser así de determinada”. Lo que no quita que tenga más riesgos de lesionarse porque la peculiaridad de sus pies y la carga dispar que pone al repartir el peso del cuerpo le dificultan un poco el equilibrio. “Muchos humanos son frágiles en general. Como Dembélé [jugador del Barça] o como yo. Pero lo trabajo mucho y no pasa nada”, expone para reflejar su fuerza de voluntad. “Muchos dicen que es mi mayor virtud”, señala; “quizá sí porque pocas cosas me gustan más que luchar en una pista e intentarlo al máximo”. Y le chiflaría que su tenis transmitiera como lo hizo el de Amélie Mauresmo sobre ella cuando era cría, entonces en las pistas de Roland Garros. “Cada deportista tiene sus virtudes y hay que saberlas maximizar. La mía es la fuerza mental, lo que me hizo seguir. Con el tiempo, estoy agradecida porque he tenido experiencias por las que la gente no ha pasado”. Y agrega: “Al final soy humana... Y he aprendido a ver la vida desde otra perspectiva, lo que me ha dado mi independencia y me ha hecho jugar al tenis”.
Ahora le falta cumplir su otro pequeño sueño, que es medirse con Serena Williams (39 años) antes de que se retire. “Es la campeona total, la mejor de la historia”, desliza. Pero su espejo fue otro. “Rafa, Rafa [Nadal]”, afirma; “siempre me ha inspirado muchísimo su ética de trabajo. Eso, y que compartimos la emoción por el juego y la competición”.
Queda por ver qué sucede en Australia y hasta dónde llega, pero ya nadie duda, ni siquiera ese doctor que en su día le dijo no, de que Francesca puede lograr lo que se propone.