Thiago, la paradoja del Liverpool
La titularidad del mejor volante de 2020 coincide con el frenazo del vigente campeón de la Premier, que este domingo recibe al Manchester City en un duelo que puede ser decisivo
Posiblemente herido en su orgullo por la consideración algo displicente de la directiva del Bayern, en 2020 Thiago Alcántara jugó cinco partidos de Champions que no dejaron lugar a dudas. Contra su tendencia aventurera, se aplicó con tanto rigor, con tanta atención, con tanta sobriedad, que por momentos recordó a su padre. El gran Mazinho nunca tuvo la calidad técnica de su hijo, pero en su apogeo supo cumplir con cada uno de los deberes del mediocentro —los visibles y los invisibles— con la disciplina de un farero. El despliegue de categoría, poderío y oficio que hizo Thiago en su despedida d...
Posiblemente herido en su orgullo por la consideración algo displicente de la directiva del Bayern, en 2020 Thiago Alcántara jugó cinco partidos de Champions que no dejaron lugar a dudas. Contra su tendencia aventurera, se aplicó con tanto rigor, con tanta atención, con tanta sobriedad, que por momentos recordó a su padre. El gran Mazinho nunca tuvo la calidad técnica de su hijo, pero en su apogeo supo cumplir con cada uno de los deberes del mediocentro —los visibles y los invisibles— con la disciplina de un farero. El despliegue de categoría, poderío y oficio que hizo Thiago en su despedida de Múnich, elevó a su equipo a lo alto del podio de la Champions y a él a la consideración incuestionable de mejor centrocampista del mundo. La FIFA lo certificó y el Liverpool le fichó con la esperanza de culminar con un toque poético la obra industrial de Jürgen Klopp.
“Un jugador como él normalmente está fuera del alcance de cualquier club”, lo reverenció el alemán. Así, precedido de grandes auspicios, Thiago se metió en una casa en llamas.
Nada más llegar se infectó con la covid-19. Al poco de su debut Richarlison, jugador del Everton, le lesionó para tres meses. Cuando regresó a la titularidad el 30 de diciembre lo hizo para enderezar el rumbo declinante de un equipo lastrado por dos plagas: las lesiones en su defensa y las malas relaciones en su ataque. Desde entonces ha disputado nueve partidos que coinciden con la deflación del último campeón de Inglaterra: tres victorias, cuatro derrotas y dos empates. El último chasco, este miércoles ante el Brighton, supuso la segunda derrota consecutiva del Liverpool en Anfield (0-1), algo que no sucedía desde 2012.
“El Brighton fue mejor en casi todo”, dijo Andy Robertson, que provocó el contragolpe del definitivo 0-1 al fallar un pase a Thiago. “Ahora mismo no estamos en la carrera por el título”.
El clima en el vestuario debió ser tan lóbrego después de la derrota que cuando Klopp apareció en la conferencia de prensa no lo hizo rezumando su habitual optimismo maníaco sino que habló en términos de resignación. “Hace mucho tiempo que el equipo se comporta así pero esta noche en especial nos mostramos mentalmente fatigados”, dijo, pálido y cabizbajo. “¡Claro que me gustaría ganar la Premier! Pero para eso necesitas unos rendimientos que nosotros no ofrecemos”.
Lo primero que precisa el Liverpool para competir por la Premier es derrotar al City el próximo domingo en Anfield. El partido se produce en el momento más crítico de la temporada, cuando el equipo de Mánchester figura en la cabeza de la clasificación con 47 puntos, siete más que el Liverpool. Supondrá el reencuentro entre Pep Guardiola y Thiago después de que ambos compartieran tres temporadas marcadas por la tensión entre la continuidad que exigía el entrenador y la naturaleza de un futbolista que nunca pudo ser feliz sin afanarse en inventar algo nuevo en cada acción del juego, por banal que pareciera. Guardiola adoraba a Thiago: más por las posibilidades infinitas de su potencial que por la realidad de su naturaleza. El técnico se empeñó en transformarlo. Probablemente no lo logró. Casual o no causal, a sus 29 años el muchacho prefirió ponerse la camiseta de su antagonista.
“Pasar de A a B”
El dilema de Thiago es la paradoja del Liverpool. Dicen en el club que Klopp lo fichó para darle otra dimensión a un mediocampo tan puntual como poco imaginativo. Wijnaldun, Henderson y Milner, los líderes espirituales del campeón, cumplieron a rajatabla con un catálogo de tareas simples a las que, se supone, ahora Thiago debe añadir lo impredecible. En esas anda embarcado el recién llegado mientras contempla cómo a su alrededor los que un día fueron sencillamente fiables se convierten en improvisadores. Para exasperación de Klopp, que ya no pide hazañas. Le basta con un pasecito. “Perdimos demasiados balones fáciles”, lamentó el miércoles; “cuando la mejor manera de defender al Brighton era conservar la pelota, y para conservar la posesión debes pasar el balón de A a B; y A debe ser un jugador del Liverpool y B otro jugador del Liverpool. Pero muy a menudo, B fue uno del Brighton”.
¿No quería magia? Pues ahora el Liverpool compite como si los esforzados discípulos de Klopp quisieran recrearse en las suertes, dejar que todo fluya, tal vez, y ahorrarse el extenuante trabajo que supone jugar como jugaba el gran Mazinho.