Los milagros del Athletic
Marcelino transforma al conjunto vasco, verdugo del Real Madrid y el Barcelona en la Supercopa, sin apenas tocar nada
El pasado viernes, Sendoa Agirre, el delegado del Athletic, recibió un encargo de Marcelino García Toral: “Llama a Aduriz. A ver si puede venir”. El empleado del Athletic atendió el requerimiento del técnico y Aduriz se mostró encantado, nada le apetecía más. Hizo el equipaje y cogió un vuelo desde Palma de Mallorca hasta Sevilla. Fue acogido con sorpresa y con calor por parte de sus excompañeros, que recibieron una dosis suplementaria de moral por su visita. Sufrió con los suplentes en la grada, celebró los goles, consoló a Ter...
El pasado viernes, Sendoa Agirre, el delegado del Athletic, recibió un encargo de Marcelino García Toral: “Llama a Aduriz. A ver si puede venir”. El empleado del Athletic atendió el requerimiento del técnico y Aduriz se mostró encantado, nada le apetecía más. Hizo el equipaje y cogió un vuelo desde Palma de Mallorca hasta Sevilla. Fue acogido con sorpresa y con calor por parte de sus excompañeros, que recibieron una dosis suplementaria de moral por su visita. Sufrió con los suplentes en la grada, celebró los goles, consoló a Ter Stegen y levantó la Supercopa en el césped.
El gesto de Marcelino, por supuesto, no pasó desapercibido entre los jugadores. El técnico detectó desde el primer minuto que el vestuario rojiblanco es como una gran familia y actuó en consecuencia. Fue una de sus primeras ideas para hacer piña.
Marcelino García Toral (Villaviciosa, Asturias, 55 años) no puso paños calientes cuando llegó a Bilbao. Durante su presentación en San Mamés, un día después de trabajar por primera vez con la plantilla del Athletic, aseguró dos cosas. La primera, que sabía dónde estaba y que, por tanto, no esperaba incorporaciones rutilantes; la segunda, que tenía presente que le quedaba mucho trabajo por delante, que tenía varios partidos consecutivos para afrontar y que él no sabía hacer milagros.
Pero ya ha hecho tres, o eso parece. El primero tiene que ver con el tiempo para trabajar con sus jugadores. Después de la derrota frente al Barcelona en LaLiga apenas con dos entrenamientos, esperaba el Atlético. El partido del Metropolitano se suspendió. El avión del Athletic sobrevoló Madrid y decidió regresar a Bilbao. Probablemente, si llega a aterrizar en Barajas, la expedición se habría quedado bloqueada, sin posibilidades de jugar ni de entrenarse, pero con ese primer milagro se alinearon todos los planetas. Con un clima benigno en Lezama, la plantilla del Athletic tuvo del sábado al jueves la posibilidad de adaptarse a su nuevo técnico. “Son como esponjas”, aseguró Marcelino de sus futbolistas. “Atienden mis explicaciones y no pone ninguna pega para ponerlas en práctica”.
Los otros dos milagros llegaron el jueves y el domingo. El Athletic, que se ganó su derecho a jugar la Supercopa por ser finalista de la última Copa —todavía en litigio—, partía como la Cenicienta del torneo. Primero, porque Real Madrid y Barcelona siempre son favoritos; segundo, porque la buena temporada de la Real Sociedad ha contrastado con la irregularidad de los rojiblancos.
Pero en Málaga apareció el Athletic competitivo, el que juega de tú a tú, sea quien sea el rival. Marcelino trató de reactivar al equipo sin tocar apenas nada, en una revolución silenciosa. La alineación que presentó frente al Real Madrid, la habría firmado su predecesor, Gaizka Garitano. Los jugadores cuestionados por la afición seguían allí, en el equipo inicial, con pocas concesiones, —apenas Unai Vencedor, que también jugaba con el técnico cesante—, a los jóvenes de la cantera. Pero algo había cambiado en su mentalidad. Marcelino planeó un 4-4-2, con las líneas muy marcadas, pero no renunció a la presión adelantada de su equipo.
No era su habitual ideario, pero adaptó sus ideas a lo que los jugadores estaban acostumbrados. Sólo modificó algunos pequeños detalles: dio vía libre a la subida de los laterales. Balenziaga, sustituto de Yuri, parecía otro. Dani García, uno de sus pivotes, también, como si se hubiera liberado de un corsé. Sus habituales pases de seguridad hacia atrás dieron paso a un jugador más valiente. Suya fue la asistencia a Raúl García que supuso el 1-0 ante el Real. En esencia, sin embargo, era el mismo Athletic de Garitano, pero jugando a la primera y a más velocidad.
El último milagro llegó el domingo, frente al Barça. O tal vez fueron varios, porque la alineación de un Messi que no estaba al cien por cien, no ayudó en nada a su equipo. El Athletic volvió a jugar en la final como contra el Real Madrid, y otra vez le fue bien. Respondió con firmeza a los goles del Barcelona. De Marcos, revitalizado como volante, le marcó a Ter Stegen un gol idéntico al que le hizo en el Camp Nou hace dos temporadas, llegando a la espalda de los defensas. Funcionó Villalibre como recambio para empatar sobre el filo y apareció el mejor Williams, presente en el campo pero ausente del juego durante media Liga, para marcar el gol más importante de su carrera.
Marcelino no hace milagros, pero lo parece.