El Huesca logra su primera victoria
Un gol de Ontiveros ante un romo Alavés se traduce en el primer triunfo de la temporada para el conjunto de Míchel
Ganar un partido es un tesoro, y más para el Huesca, huérfano de triunfos desde que comenzó la temporada. Seca la fuente de los tres puntos, el equipo aragonés busca cualquier charco para saciar la sed. Todo son inconvenientes para un recién llegado. Cualquier rampa se convierte en una pared de los Pirineos, un bache parece un socavón, una suma sencilla es un sudoku. Míchel desde el banquillo tiene entre sus manos un cubo de Rubik con las piezas desencajadas. Unas veces por impericia, otras por ingenuidad, marcar más goles que el contrario se convertía cada partido en un ejercicio de impotenci...
Ganar un partido es un tesoro, y más para el Huesca, huérfano de triunfos desde que comenzó la temporada. Seca la fuente de los tres puntos, el equipo aragonés busca cualquier charco para saciar la sed. Todo son inconvenientes para un recién llegado. Cualquier rampa se convierte en una pared de los Pirineos, un bache parece un socavón, una suma sencilla es un sudoku. Míchel desde el banquillo tiene entre sus manos un cubo de Rubik con las piezas desencajadas. Unas veces por impericia, otras por ingenuidad, marcar más goles que el contrario se convertía cada partido en un ejercicio de impotencia. Por eso lloraba Ontiveros, el goleador ocasional, autor del único tanto del partido ante el Alavés. Por eso y por su abuela, ingresada en el hospital con covid.
Después de la desilusión mayúscula de la semana anterior, cuando en tres minutos el Huesca desaprovechó dos goles de ventaja y estuvo a punto de perder al partido con un tiro al poste del Granada en el último segundo, el choque contra el equipo vitoriano parecía la última tabla de salvación para el técnico oscense e, incluso, el enlace postrero del conjunto azulgrana con el tren de la salvación, porque cada derrota o cada empate eran una losa que caía sobre el Alcoraz.
Ganó el Huesca, rompió una buena racha del Alavés, sumó tres puntos por primera vez, y lo hizo en un mal partido. Bastante más espeso que muchos de los que ha jugado y en los que rozó el triunfo con la yema de los dedos. Venció con un gol de Ontiveros, que se lo guisó y se lo comió el futbolista llegado del Villarreal, que la temporada anterior se quedó atascado en su progresión goleadora, precisamente frente al Alavés, que no exhibió colmillo. Pero esta vez tenía fe. Lo había intentado unos minutos antes, pero a su disparo le falló la rosca. No a la segunda oportunidad, cuando recibió en la izquierda de Galán, le hizo un caño a Martín, encaró de nuevo al lateral alavesista, se abrió a la derecha unos metros y, esta vez sí, su disparo describió una parábola perfecta para superar a Pacheco y encontrar la red.
Fue el triunfo de la perseverancia, del futbolista que tenía muchas ganas de dedicar su gol; el de un equipo que con sus armas limitadas tuvo siempre el control. El Alavés, más plano de lo habitual, no pudo ganar sin bajarse del autobús, y tampoco después de perder a dos de sus pilares –Laguardia y Ximo Navarro– antes del descanso. No jugó a nada el Huesca, salvo a ganar como fuera, y tampoco lo hizo el Alavés, que buscaba no perder. Apenas se inquietaron los guardametas, porque la pelota volaba por los aires y bajaba helada por los vientos pirenaicos. Era un ejercicio estéril hasta que llegó Ontiveros, marcó el único gol y les puso a sus compañeros un nudo en la garganta. Por las lágrimas para su abuela, y la necesidad de por fin aguantar un resultado a favor hasta el final del partido. Cuando Melero indicó que se había acabado, del exterior del estadio llegó el sonido de los cohetes que festejaban el triunfo. No era para menos.