Jorge Prado, un “apestado” en el circuito de motocross
La casa familiar de Jorge Prado, que renunció a lo que quedaba de Mundial tras una neumonía por covid, acabó convertida en un hospital de campaña con tres positivos
Niño prodigio y campeón precoz, Jorge Prado (Lugo, 19 años) llegó este 2020 a la máxima categoría del motocross con grandes expectativas. Su debut en MXGP ha sido tan fructífero como accidentado. Ha sufrido fracturas de fémur y de clavícula, ha tenido problemas mecánicos, ha ganado cuatro grandes premios, aunque solo se le cuentan tres por una penalización que él sigue considerando injusta. Y, para rematar, cuando más presión estaba metiendo al líder del Mundial, Tim Gajser (tres veces campeón del mundo) enfermó de covid. El suyo no ha sido uno de esos positivos asintomáticos. Hoy, pasada ya l...
Niño prodigio y campeón precoz, Jorge Prado (Lugo, 19 años) llegó este 2020 a la máxima categoría del motocross con grandes expectativas. Su debut en MXGP ha sido tan fructífero como accidentado. Ha sufrido fracturas de fémur y de clavícula, ha tenido problemas mecánicos, ha ganado cuatro grandes premios, aunque solo se le cuentan tres por una penalización que él sigue considerando injusta. Y, para rematar, cuando más presión estaba metiendo al líder del Mundial, Tim Gajser (tres veces campeón del mundo) enfermó de covid. El suyo no ha sido uno de esos positivos asintomáticos. Hoy, pasada ya la cuarentena, sigue de baja tras superar una neumonía. Se perderá las cuatro últimas pruebas del campeonato. Ha renunciado a defender la segunda posición de la general. Se lo han exigido los médicos, que le han pedido que haga reposo absoluto, al menos, tres o cuatro semanas más.
“Lo primero que hice fue pensar en lo deportivo, pero pronto se convirtió en un problema de salud. Todavía tiene restos de infección pulmonar”, explica Jesús Prado, padre de Jorge, que atiende a EL PAÍS desde Bélgica. El gallego pensaba que podría correr esta semana en Arco di Trento, pero ni ha vuelto a hacerse una PCR. “El resultado ahora mismo sería irrelevante”, indica su padre. “Tanto el neumólogo como mi médico deportivo me dijeron que esto no era una broma, que me olvidara de correr. Una infección pulmonar te puede dejar importantes secuelas. No tenía sentido arriesgar. Todavía me cansaba mucho, me costaba algo respirar y tenía las defensas bajas”, añade Jorge, que está empezando a recuperar el olfato y el gusto.
El deportista está ya de vuelta en Roma, donde reside con su pareja, que también atrapó el coronavirus casi de manera simultánea, aunque tuvo menos problemas que él. Lo mismo que la madre del chico, Crisitina García, también contagiada en las mismas fechas. Los tres pasaron la cuarentena en el domicilio familiar, en Lommel, el pueblo al que se marcharon cuando el piloto tenía tan solo 11 años.
En la casa de los Prado no dejan de preguntarse cómo se produjo el contagio. El campeonato del mundo de motocross vive en una burbuja: todos los integrantes del Mundial deben realizarse una PCR 72 horas antes de viajar hacia el siguiente gran premio y una segunda antes de acceder al circuito.
Fue a su regreso de las dos carreras en Madrid (que ganó) cuando empezó a sentirse mal. “Pilló lo que pensábamos que era un gripazo. Pasamos de los más de 20 grados en Madrid a los escasos 10 grados que había en Bélgica”, narra Jesús. Por eso (y porque dio negativo en los tests) no dieron importancia a los síntomas de Jorge durante la primera carrera en tierras belgas, donde subió al podio. Ganó la segunda, al miércoles siguiente, pese a tener fiebre y escalofríos. “Me costaba respirar y tuve que hacer un gran esfuerzo porque llevaba las pulsaciones muy altas, realmente lo pasé muy mal”, relata Jorge.
El viernes, cuando salió a entrenarse con la moto, recibió una llamada: había dado positivo. “No entendía nada, era algo surrealista, una situación fuera de mi control. Estábamos hablando, llegó la llamada y todos se alejaron de mí... Te sientes como un apestado”, rememora.
Al día siguiente el hogar familiar se había convertido en un hospital de campaña. Y Jesús “era el servicio de hostelería”, ríe. Confinó a Cecilia, la hija pequeña, en una pequeña habitación, de la que no pudo salir hasta este mismo miércoles, por precaución. Él se repartía entre la cocina y su habitación: se encargaba de hacer comida para todos y de repartirla puerta por puerta. En la planta de arriba estaban Jorge, en su cuarto, y su novia, en la habitación de Cecilia. Abajo, en el salón, dormía en un colchón Cristina, que además teletrabajaba en un improvisado despacho. “Menos mal que la casa es grande”, cierra.