Tiembla el Barça, tiembla el Madrid
Cualquier Clásico nos pone ante un antes y un después y este lo juegan dos equipos que están penando su transición
El Clásico como salvavidas. El Clásico fue, durante mucho tiempo, el pico más alto del fútbol. El mundo se peleaba por una entrada porque estábamos ante lo nunca visto. Se jugaba para saber qué suma de talentos era más eficaz, quién tenía razón entre Mou y Pep, quién era mejor entre Cristiano y Leo… No sabíamos hacia dónde mirar. Más atrás en el tiempo fueron los Galácticos, colección de dioses con Figo tratado como Judas cuando pisaba el Camp Nou. Todo grande, deslumbrante, polémico, con el fútbol desbordado social y políticamente. Hoy, en contraste, se juega un Clásico solo desbordado...
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El Clásico como salvavidas. El Clásico fue, durante mucho tiempo, el pico más alto del fútbol. El mundo se peleaba por una entrada porque estábamos ante lo nunca visto. Se jugaba para saber qué suma de talentos era más eficaz, quién tenía razón entre Mou y Pep, quién era mejor entre Cristiano y Leo… No sabíamos hacia dónde mirar. Más atrás en el tiempo fueron los Galácticos, colección de dioses con Figo tratado como Judas cuando pisaba el Camp Nou. Todo grande, deslumbrante, polémico, con el fútbol desbordado social y políticamente. Hoy, en contraste, se juega un Clásico solo desbordado por la pandemia, que lo contamina todo. Sin gente, pero también sin grandes fichajes. Sin embargo, cualquier Clásico nos pone ante un antes y un después y este lo juegan dos equipos que están penando su transición. Por una cosa o por otra, los dos tiemblan por las consecuencias. Otra forma de grandeza.
El balón perezoso. El Bayern de Múnich es la unidad de medida de la excelencia y, a su paso, le va contando la verdad a sus rivales. Al Barça le marcó ocho goles y le dio la medida de su decadencia. Al Atlético le marcó cuatro y llevó el diagnóstico más lejos: la Liga está perdiendo competitividad a chorros. Durante mucho tiempo la pelota fue la gran aliada del fútbol español. Tanto en el tiqui como en el taca, resuena el ruido de aquel toque indetectable. Se mareaba a los rivales con una técnica colectiva deslumbrante. Ahora todos los rivales parecen más organizados, veloces y decididos, también más fuertes en las disputas. Si el fútbol español se ha quedado sin respuesta es porque la pelota lo envició. Hoy todos los jugadores la piden al pie y conservarla parece más importante que utilizarla para desequilibrar. No es que los rivales sean más rápidos, es que la pelota corre más lenta.
Crisis apta para menores. Las crisis tienen mucha imaginación y crean oportunidades sorprendentes. Obligan a rebuscar y nos ponen ante paradojas impensadas. Las crisis, a veces, sirven. El Barça, sin ir más lejos. Es mentira que el Barça no se haya esforzado en rodear a Messi de talento para ayudarlo a envejecer. Coutinho, Dembélé o Griezmann, son esfuerzos de mercado de más de cien millones cada uno. Luego, el tiempo y la cancha los convirtieron en jugadores discutibles. De lo contrario, no habríamos descubierto a dos deslumbrantes chicos de 17 años: Ansu Fati, de cuerpo rotundo, una habilidad seca y decidido ante el gol; y Pedri, de juego más alado, regate divertido y un golpe de vista que, a la velocidad del reflejo, convierte en decisiones. Cuando el ambiente está cargado de tensión, la frescura de jóvenes talentos es una buena solución. Ansu y Pedri tienen pinta de gran solución.
La aparición. Cuanto mejor es la técnica, menos posibilidades de aburrirse. Para el que hace y para el que mira. La habilidad es una práctica adiestrada que solo es desequilibrante si se ayuda de la inteligencia. De lo contrario, se va por las ramas y es hasta irritante. En Pedri hay un habilidoso concreto, de esos que lastiman cuando tienen la pelota porque eliminan rivales, pero con la cabeza levantada, como advirtiéndonos de que esa jugada es solo una acción de paso hacia algo sustancial. Un tiro, que aún tiene que mejorar, o un pase profundo, que suele ser claro como el aire y perfecto como una simple ecuación. En un fútbol cada vez más poblado de jugadores redundantes, como si hubiera un molde para fabricarlos, la llegada de un artista es un acontecimiento feliz. Pedri los deja atrás por habilidad y no le alcanzan por velocidad. Si la pelota obedece, no hace falta más.